martes, 21 de mayo de 2013

Selección natural escenificada.








Selección natural escenificada.


Como ya sabéis, mi propósito es demostrar que todos los “misterios” insondables que las religiones pretenden haber sabido sondear, pueden quedar científicamente resueltos si los asociamos a la heredabilidad de los caracteres adquiridos. Pues, por este camino, tanto el “bautismo” como la “reencarnación” o el propio “matrimonio”, por el cual dos personas pasarían a formar una sola carne, se explicarían por los veintitrés pares de cromosomas que componen nuestra herencia genética; entendiendo, entonces, que por más que un  matrimonio con hijos decida divorciarse, allí donde la natura los ha unido seguirán unidos para siempre, y que dicha unión también evidencia su propia reencarnación, o “bautismo”. De lo cual se deduce que donde no hay hijo, la natura ni ha unido, ni ha hecho volver a nacer a nadie.
Y ¿cómo podríamos reflejar las consecuencias que de este conocimiento se derivarían, de manera que cuando se supiera ya se entendiese, pero que mientras tanto sólo sirviera para infundir temor? Pues, más o menos, así:

El Señor llamó al hombre vestido de lino que llevaba a la cintura instrumentos de escribir, y le dijo: “Recorre la ciudad de Jerusalén, y pon una señal en la frente a los varones que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella”. Luego oí que decía a los otros hombres: “Pasad por la ciudad en pos de él, y herid; no perdone vuestro ojo, ni tengáis compasión. Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; mas no tocaréis a todo aquel sobre el cual hubiere señal; y habéis de comenzar desde mi Santuario”. Comenzaron, pues, desde los varones ancianos que estaban delante del Templo. Y les dijo: “Contaminad la casa, y llenad los atrios de muertos; salid”. Y salieron, e hirieron en la ciudad.  Mientras lo hacían, yo me quedé solo. Entonces me incliné hasta tocar el suelo con la frente, y lleno de dolor grité: “Señor, ¿descargarás tu ira sobre Jerusalén hasta destruir lo poco que queda de Israel?”
El Señor me respondió: “La maldad de la Casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, porque la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad, porque han dicho: El Señor ha dejado la tierra, y el Señor no ve. Así pues, mi ojo no perdonará, ni tendré misericordia; el camino de ellos tornaré sobre su cabeza.”
Entonces el hombre vestido de lino que llevaba a la cintura instrumentos de escribir, volvió y dijo: “Ya he cumplido la orden que me diste.” (Ezequiel, 9:3-11)

Estos anónimos hombres vestidos de lino aparecen lo mismo en el antiguo, que en el nuevo Testamento, y también en el Apocalipsis. Los hombres vestidos de lino blanco (o vestidos de lienzos) simbolizan al hombre que ya está al servicio de “Dios”; el último Adán. Y el capítulo noveno de Ezequiel, que os acabo de transcribir, viene a escenificar cómo la natura, que no entiende de religión, mediante su proceso de selección natural elimina “sin compasión” a todos aquellos que, queriendo o no queriendo, pudiendo o sin poder, han desatendido el camino de la continuidad genética, ya sean “viejos, mozos y vírgenes, o niños y mujeres”. No es que la natura mate a capricho del escribano, es que el hombre vestido de lino ya sabe distinguir a los vivos de los “muertos”. O, para ser más precisos, a unos vivos de otros “vivos”. El escribano reconoce perfectamente a quienes han convertido su existencia en camino hacia “Cristo”, y a quienes han querido hacer de su vida la agonía final de su árbol genealógico.
Hay lo que hay; y las cosas son como son.

“Un rayo de luz atraviesa mi alma. Mis ojos se abren ante una luz nueva. Necesito compañeros vivos, no compañeros muertos ni cadáveres, que he de llevar a cuestas por donde quiera que vaya. Necesito compañeros vivos, que me sigan, para que se sigan a sí mismos, y vayan adonde yo vaya.
Un rayo de luz, una luz nueva, ha aparecido en mi horizonte. ¡Zarathustra no debe hablar al pueblo, sino a compañeros! ¡Zarathustra no debe actuar como un pastor o un perro de rebaños! ¡Para incitar a muchos a apartarse del rebaño, para eso he venido! Pueblos y rebaños se enfadarán conmigo, me gruñirán: los pastores llamarán ladrón a Zarathustra. Pastores les llamo, aunque a sí mismos se llaman los buenos y justos. Pastores les llamo, aunque a sí mismos se llaman creyentes de la fe verdadera.
¡Ved a los buenos y justos! ¿A quién odian por encima de todo? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor. ¡Pero ése es el creador!
¡Ved a los creyentes de todas las creencias! ¿A quién odian por encima de todo? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor. ¡Pero ése es el creador!
Compañeros para su andar busca el creador, y no cadáveres, ni tampoco rebaños y creyentes. Colaboradores busca el creador, que escriban nuevos valores en nuevas tablas. Compañeros en la creación busca Zarathustra, compañeros para cosechar y para celebrar las fiestas. ¿Qué podría hacer con rebaños, y pastores, y cadáveres?
Y tú, mi primer compañero, descansa en paz. Te he proporcionado buena sepultura en el hueco del árbol, estás en buen abrigo contra los lobos. Pero me separo de ti, porque mi tiempo ha pasado. Entre la aurora y el mediodía ha venido a mí una verdad nueva. No debo ser pastor ni sepulturero. Ni quiero volver a hablar al pueblo: por última vez he hablado a un muerto.
A los creadores, a los cosechadores, a los que celebran las fiestas quiero unirme; quiero mostrarles el nuevo arco iris y los escalones que conducen al Superhombre.”

(Así habló Zarathustra: Prólogo de Zarathustra, IX)

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