miércoles, 27 de noviembre de 2013

Anticristo.


Anticristo.

 
Las Escrituras dan testimonio de un malévolo e incomprendido “Dios” bíblico en el AT, y del nada mejor comprendido “Hijo del hombre” en el NT, que a su vez se declara hijo de ese “Dios”. Y por una simple regla de tres, si quien se declara hijo de Dios se reconoce a sí mismo como el Hijo del hombre, ya no queda más opción que deducir que ese sanguinario y violento personaje del AT, al que se le atribuye el nombre de “Dios”, sencillamente se limita a reflejar las barbaridades que el hombre ha sido capaz de cometer a lo largo de la historia. Con lo cual, la promesa hecha a Abraham sólo implicaría que, a través de su propia descendencia (evolución), algún día llegaría a existir un hombre distinto.
Y toda la historia de la humanidad ha estado girando en torno a esa esperanza. Una esperanza tan incomprendida como todo lo demás, al presuponer que ese hombre distinto sería un solo hombre en concreto, en lugar de una nueva generación ya distinta de hombres; por otro lado: ¿cómo podría un solo hombre componer un pueblo elegido? Dice la Escritura: “Una voz llega de la ciudad, un clamor sale del templo, es la voz del Señor que da a sus enemigos la paga que se merecen. “Jerusalén ha dado a luz antes de sentir los dolores del parto. ¿Quién ha oído algo parecido? ¿Quién ha visto algo semejante? ¿Nace una nación en un solo día? ¿Nace un pueblo en un momento? Pero cuando Sión comenzó a sentir los dolores, en seguida dio a luz a sus hijos. Dice el Señor, tu Dios: «Si soy yo quien abre paso al niño, ¿voy a impedir que nazca? Soy yo quien le hace nacer: no voy a privarle de ver la luz.»” (Isaías, 66:6-9)
Y este nuevo hombre lleva años revoloteando por la humanidad al son de la utopía. El espíritu de Cristo está presente en pacifistas y ecologistas, en ateos, laicistas y progresistas, y en todo movimiento que propugne las libertades del individuo, pregonando la paz haciendo el amor y no la guerra. Pues no proviene de las putrefactas “aguas estancadas” que han estado gobernando el mundo, sino que emana directamente de nuestra “corriente de aguas vivas”, con su vertiginoso progreso y evolución. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. No os dejéis llevar por diversas doctrinas extrañas, porque buena cosa es afirmar el corazón en la gracia, no en alimentos, que nunca aprovecharon a quienes se ocupaban de ellos.” (Hebreos, 13:8)
De manera que antes de llamar “Perroflauta” a cualquier hijo de vecino, pensad en aquél a quien se lo estáis diciendo. Y que el mismo Dios que dijo “sea la luz” se encienda ahora en vuestros corazones, para que así lleguéis a comprender el verdadero mensaje de las Escrituras y renunciéis a vuestra atávica y sistemática conducta Anticristo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El "más acá".


El “más acá”.

 
No hay nada después de la muerte. Y lo único que hay, depende totalmente del futuro de la vida en la Tierra; tal es la realidad. No existe ningún “más allá”, y este “más acá” desmoraliza. Las instituciones deberían estar al servicio del pueblo, en vez de tenerlo sometido a esclavitud bajo el consabido pretexto de los deberes y obligaciones para con ellas. Estamos padeciendo una sospechosa regresión en nuestros logros sociales que viene a demostrar que el estancamiento de las instituciones sólo conlleva involución. Ser democráticamente permisivos, tolerantes y respetuosos ha acabado convirtiéndonos en una especie de mojigatos en vías de extinción. Pues, si con el ingreso mensual de dos nóminas no se logra sacar una familia adelante, lo que está fallando ya no somos nosotros. A penas hace cuatro décadas que con una sola fuente de ingresos era posible establecerse; entonces las esposas se quedaban en casa para dedicarse a lo que quisieron llamarle “sus labores”. Y una década más tarde empezaron a integrarse en el mercado laboral, resultando de esa nueva fuente de ingresos la posibilidad de adquirir una segunda residencia para las vacaciones, o disponer de una asistenta en casa porque “la señora trabajaba”. Y estando las cosas así dispuestas, ¿cómo hemos podido acabar de esta manera?
Llevamos un retraso de cuarenta años. Cuarenta años que podrían declararse desiertos por no haber sabido evolucionar en condiciones. Mayo del 68 cambió muchas cosas, pero sólo de puertas para adentro, mientras que la calle sigue regida por un sistema social, caprichosamente enquistado en aras de unos intereses económicos que, a siglo XXI, ya no sólo resultan incomprensibles, sino que andan rozando el absurdo, la incongruencia y la inmoralidad. Un sistema social, por otro lado absolutamente prescindible, al que, por “loco conocido”, la gente teme abandonar ante la inseguridad que siempre genera el “sabio por conocer”. Y gracias a la trepidante acción de las religiones, el mensaje de revelación de futuro que nos habían dejado escrito para cuando llegara este momento, incomprensiblemente lo reconvirtieron en fundamento para la adoración y la sumisión, y así nos han estado mareando durante estos últimos seis mil años.
Pero el tiempo de Adán, la primera versión de hombre, está tocando a su fin. Entre el mono y el Hombre era necesario rebasar la etapa del “chimpanloro”, y, superada ésta, la mentalidad de aquello que estamos predestinados a llegar a ser empieza a manifestarse en nosotros, que ya comenzamos a sentirnos como extranjeros en nuestra propia tierra. El estancamiento del sistema ha provocado que vivamos en una sociedad totalmente desacorde a nuestro tiempo, de suerte que quienes desde mayo del 68 supimos seguir evolucionando, aun confinados en la república independiente de nuestra casa, bien podríamos afirmar ahora que nosotros ya no pertenecemos a este mundo; a este caótico infierno del “sálvese quien pueda” y del “mariquita el último”. Nos sentimos como adolescentes obligados a permanecer de por vida en el parvulario. Y esto cansa y aburre. Y ya no queremos seguir jugando siempre a lo mismo. Tenemos más altas inquietudes y más altos conceptos. Tenemos sed de conocimientos y ansia de evolución. Y ¿quién podrá detener al hermano mayor, en una tierra sin padres, cuando decida independizarse?

Yo les he comunicado tu palabra; pero el mundo los odia porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos son del mundo. Conságralos a ti por medio de la verdad: tu palabra es la verdad. Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío. Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad.
No te ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos.
Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí.
 Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo te conozco, y estos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.
(Juan, 17:14-20, 22-23 y 25-26)

Chimpanloro el que no lo entienda.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

2013, año de la revelación.


2013, año de la revelación.

 
El próximo 24 de noviembre termina lo que los cristianos han querido denominar “AÑO DE LA FE 2012-2013”; estrafalario año de 411 días, comprendidos entre el 11 de octubre de 2012 y el 24 de noviembre del presente. Y este bloc solamente ha pretendido ser una especie de antídoto ante una inusual, descomedida y absurda tentativa de agitar a una sociedad, demasiado cansada ya de toda índole de fraudes, como para venir ahora removiendo con pestilencia un vómito que, a siglo XXI, todos creíamos obsoleto.
Un año de la fe que nos ha pillado un poco creciditos como para seguir insistiendo en esas fábulas ingeniosamente tramadas, que ya nos comentaba Pedro en su epístola segunda, y que difícilmente puedan seguir asustando a nadie: “Os dimos la enseñanza acerca del poder y el regreso de nuestro Señor Jesucristo, no basándonos en fábulas ingeniosamente tramadas, sino tras haber  contemplado su grandeza con nuestros propios ojos.” (2 Pedro, 1:16) El miedo, pues, ha dejado de ser la mejor opción para educar a una sociedad que ya no se asusta de nada.  Y, parafraseando a Pablo, diríamos que “Mientras el heredero es niño, no se diferencia en nada de un esclavo de la familia, aunque en realidad sea el dueño de todo. Hay personas que cuidan de él y que se encargan de sus asuntos hasta el tiempo señalado por el padre. Lo mismo pasa con nosotros: durante nuestra niñez, estábamos, por así decirlo, sometidos a los poderes que dominan este mundo. Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, sometido a la ley de Moisés, para dar libertad a los que estábamos bajo esa ley, para que Dios nos recibiera como a hijos. Y para mostrar que ya somos sus hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestro corazón; y el Espíritu grita: “¡Abbá! ¡Padre!”. Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser su hijo, es voluntad de Dios que seas también su heredero.” (Gálatas, 4:1-7)
Y la humanidad ha superado ya su niñez; al menos en occidente. La sociedad del siglo XXI tiene hambre y sed de conocimientos, y no de rituales surgidos del simple y llano desconocimiento; eso ya no convence a nadie. O peor aún: sólo puede convencer a los todavía nadie. Pues ya no se trata de una cuestión de fe, ni de mayor o menor espiritualidad, sino de estricta comprensión de lectura. O ¿de cuántas maneras pueden interpretarse estas palabras de Pablo?: “Dios nos resucitó juntamente con Cristo Jesús y nos hizo sentar con él en el cielo. Hizo esto para mostrar en los tiempos futuros el gran amor que nos profesa y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues por la bondad de Dios habéis recibido la salvación por medio de la fe. No es esto algo que vosotros mismos hayáis conseguido, sino que os lo ha dado Dios. No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede jactarse de nada; pues Dios es quien nos ha hecho, quien nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, según lo que había dispuesto de antemano. (Efesios, 2:6-10)
¿Habla esto en favor de alguna religión: “No es esto algo que vosotros mismos hayáis conseguido” ni “es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede jactarse de nada?
Recordad las palabras de Pedro: “Esos maestros son como pozos sin agua, como nubes llevadas por el viento; están condenados a pasar la eternidad en la más negra oscuridad. Dicen cosas altisonantes y vacías, y con vicios y deseos humanos seducen a quienes a duras penas logran escapar de los que viven en el error. Les prometen libertad, siendo ellos mismos esclavos de corrupción, porque todo hombre es esclavo de aquel por quien se deja dominar.  Pues los que han conocido al Señor y Salvador Jesucristo, y han escapado así de las impurezas del mundo, si otra vez se dejan enredar y dominar por ellas, quedan peor que antes. Más les habría valido no conocer el camino recto que, después de haberlo conocido, apartarse del santo mandamiento que les fue dado. En ellos se ha cumplido la verdad de aquel dicho: “El perro vuelve a su vómito”, y de este otro: “La puerca recién bañada vuelve a revolcarse en el lodo.” (2 Pedro, 2:17-22)

Una vez más: sólo existe una explicación para que ellos puedan hablar en pasado de lo que a nosotros todavía nos depara el futuro: que ya hayan pasado por todo esto antes que nosotros, en una anterior generación de Hombres surgida de la Tierra. Como dice la Escritura: “Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: Mira, esto es nuevo? Ya existía en los siglos que nos precedieron.” “Lo que es, ya ha sido, y lo que será, ya fue, y Dios busca lo que ha pasado.” (Eclesiastés, 1:9-10 y 3:15)

Después torné yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey, sino lo que ya ha sido hecho?” (Eclesiastés, 2:12)

 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Dios.


Dios.

 
Dice la Escritura: Vienen días, declara el Señor, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombre y de simiente de animal. Y como velé sobre ellos para arrancar y para derribar, para derrocar, para destruir y para traer calamidad, así velaré sobre ellos para edificar y para plantar, declara el Señor.” (Jeremías, 31: 27-28)
Veamos: El versículo 28 denota claramente un antes y un después; “como velé sobre ellos para arrancar y para derribar, para derrocar, para destruir y para traer calamidad, así velaré sobre ellos para edificar y para plantar”. ¿Podría deducirse, de esto, que ha existido un “Dios” malo antes de llegar al “Dios” bueno? ¿Podría entenderse que una primera versión de “Dios”, o que la primera forma de entender a “Dios” por parte del ser humano, más que para edificar y plantar, sólo ha servido para destruir y traer calamidad? ¿Podríamos plantear, en tal caso, que el supuesto “Dios” de la religión pudiera ser el verdadero “Demonio” bíblico?
Veamos: El versículo 28 denota claramente un antes y un después; y, curiosamente, viene precedido de un versículo 27 que trata de asentar el momento en que esto va a producirse: Vienen días, declara el Señor, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombre y de simiente de animal.” Otra clave: ¿Qué significa “de simiente de hombre y de simiente de animal”? Podría interpretarse que “Dios” es el creador de todos los animales de la tierra. Lo cual es rigurosamente cierto cuando nos referimos a la natura, la gran creadora. Pero, ¿qué dice el versículo? Pues dice: “declara el Señor”, y éste, una vez más, no es la natura sino el Hombre. Y ¿cómo entender, pues, que el Hombre pueda sembrar simiente de hombre y simiente de animal? Recordemos las palabras de Isaías: “El orgullo del hombre será humillado, la arrogancia humana será abatida, y sólo el Señor será exaltado en aquel día,” (Isaías, 2:18) Isaías nos está diciendo que, bíblicamente hablando, el ser humano sigue recibiendo el trato de simple animal. Y sólo cuando somos capaces de rebajarnos hasta tal realidad, es cuando podemos empezar a entender los pasajes de la creación, el diluvio, o de un largo etcétera.
Simiente de hombre y simiente de animal”. Todos los seres humanos proceden de la misma simiente, pero por una simple cuestión de recombinaciones cromosomáticas, dos tercios de la población del mundo están condenados a quedarse en “chimpanloro”, mientras que el otro tercio seguirá su camino hacia el Hombre, conformando el ADN de “Cristo”. Tal es la realidad. Y sólo a partir del conocimiento de dicha realidad, será cuando podrá devenir el otro “Dios” postrero, “para edificar y plantar”; el “Dios” bueno.
Dice el Evangelio: “Lo mismo sucedió en los tiempos de Lot: la gente bebía y comía, compraba y vendía, sembraba y construía; pero cuando Lot salió de la ciudad de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y todos murieron. Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre”. (Lucas, 17:28-30) Y ¿por qué habría de llover del cielo fuego y azufre, el día que se manifieste el Hijo del hombre? Pues, porque para el Hijo del hombre ya no hay misterios, y sabe que ese supuesto “cielo” de la religión, emanado de su contrato con el reino de los muertos, sólo puede ser el infierno bíblico, a cuyos demonios han estado adorando como si fuesen “Dios”.
¿Por qué dice la Escritura: “El Dios Santo, luz de Israel, se convertirá en llama de fuego, y en un día quemará y destruirá todos los espinos y matorrales que hay en el país.”? (Isaías, 10:14)
O ¿por qué nos recuerda Pablo que: “quienes comen la carne de las víctimas del sacrificio están en comunión con el altar. Con esto no quiero decir que la carne sacrificada a los ídolos, o los mismos ídolos, tengan valor alguno. Lo que digo es que estos sacrificios no los ofrecen a Dios, sino a los demonios. Y yo no quiero que vosotros tengáis comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y, a la vez, de la copa de los demonios; ni podéis participar de la mesa del Señor y, a la vez, de la mesa de los demonios.”? (1 Corintios, 10:18-21)
Y Juan: “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no comete pecado, porque el Engendrado de Dios le protege y el Maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios, pero que el mundo entero se encuentra bajo el poder del Maligno. También sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado el entendimiento que nos permite conocer al Verdadero. Y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo, Jesucristo. Éste es el Dios Verdadero y la vida eterna.
Hijitos, guardaos de los ídolos.” (1ª Juan, 5:18-21)

Y una cosa más: ¿cómo podía asegurar Juan, dos milenios atrás, “que el mundo entero se encuentra bajo el poder del Maligno”? ¿Qué se sabía del mundo entero, hace dos mil años?

 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Amar al prójimo.


Amar al prójimo.

 
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo. (Lucas, 10:27) Clave de claves es este versículo, y mucho más sencillo de lo que pueda parecer si acertamos en los conceptos. Bíblicamente hablando, “Dios” es sinónimo de creador. Ya he dicho en repetidas ocasiones que no hay más “Dios” que la natura ni más “Señor” que el Hombre, concediéndole a la natura la condición de gran creadora. En términos generales, todos somos hijos de la natura, pero también lo somos del hombre, en particular, gracias a su voluntad creadora. Está escrito en Génesis: “Adán volvió a unirse con su esposa, que tuvo un hijo al que llamó Set, pues dijo:Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel, al que Caín mató.” También Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Desde entonces se comenzó a invocar el nombre del Señor.” (Génesis, 4:25-26) De manera que, como entonces, una vez entendida la creación, debemos también empezar a invocar el nombre del Señor. “Dios” es la natura, y “Señor” el hombre con voluntad creadora. ¿Qué deducimos, pues, de todo esto? Que la frase “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo”, sencillamente debe entenderse como: “ama a tu ascendencia, y ama a tu descendencia como a ti mismo”. “Ama al Señor tu Dios”, es ama a tu creador: tu árbol genealógico. Y “ama a tu prójimo como a ti mismo”, es ama a las generaciones venideras que todavía nos separan de “Cristo”, que será el último eslabón de nuestra cadena evolutiva. No olvidéis que “el más pequeño entre vosotros, ése será el más grande.” (Lucas, 9:48) Pura evolución.
Y es que mi amor al prójimo no solamente quiere para él lo que deseo para mí, sino que también pueda llegar a vivir plenamente en lo que para mí siempre ha sido un deseo; pues nuestra herencia no debe consistir en una transmisión de deseos, sino en una serie de realidades que le faciliten una vida en donde ya no tenga que soportar los mismos sufrimientos y calamidades que hemos padecido nosotros. Como dice Pablo: “En todo damos muestras de que somos siervos de Dios, soportando con mucha paciencia los sufrimientos, las necesidades, las estrecheces, los azotes, las prisiones, los alborotos, el trabajo duro, los desvelos y el hambre. También lo demostramos por la pureza de nuestra vida, por nuestro conocimiento de la verdad, por nuestra tolerancia y bondad, por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, por nuestro amor sincero, por nuestro mensaje de verdad y por el poder de Dios en nosotros. Nos servimos de las armas de la rectitud, tanto para el ataque como para la defensa. Unas veces se nos honra y otras se nos ofende. Unas veces se habla bien de nosotros y otras se habla mal. Nos tratan como a mentirosos, pese a que decimos la verdad. Nos tratan como a desconocidos, pese a que somos bien conocidos. Nos tienen por moribundos, pero seguimos viviendo; nos reprimen, pero no nos debilitan. Parecemos tristes, pero siempre estamos contentos; nos tienen por miserables, pero hemos enriquecido a muchos; sin tener nada, somos dueños de todo.” (2 Corintios, 6:4-10)
Sin tener nada, podemos ser dueños de todo: llegó el momento de establecer el reino de Dios. Sea este vuestro amor al prójimo.

jueves, 7 de noviembre de 2013

El pecado del mundo.


El pecado del mundo.


Suponer que existe una vida después de la muerte, para poder así dar sentido a unos textos bíblicos que escapaban a nuestra comprensión, ha sido, y sigue siendo, el “pecado del mundo”; y su consecuencia, no haber sabido darle a la vida la importancia que se merece. Y dándole la vuelta al concepto, resulta que cuando sabemos darle a la vida la importancia que se merece, es cuando los textos bíblicos empiezan a adquirir sentido. “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”, dice la Escritura. Y me viene ahora a la mente la frase de Robert Heinlein: “La religión es como buscar, a medianoche y en un sótano oscuro,  a un gato negro que no está ahí”; de lo que bien podemos deducir que tampoco había ya ningún misterio para él.
Una vez más: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”, no significa que exista una vida después de la muerte, sino que, sencillamente, en todo momento las Escrituras se están refiriendo a los vivos. Y, al analizar la frase con conocimiento de causa, podemos comprobar que lo que nos están afirmando es, precisamente, que no hay vida después de la muerte: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos.
Que la frase, en cuestión, venga precedida del planteamiento: “Hasta el mismo Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!” (Lucas, 20:37-38) No justifica, en sí misma, que debamos entender que existe otra vida después de la muerte. Si ahora yo os dijera: “estamos hablando del Dios de vuestros abuelos, de vuestros bisabuelos y de vuestros tatarabuelos, y aunque ellos estén ya muertos, si vosotros estáis leyendo esto, para mí todos siguen vivos”, ¿os estaría haciendo saber que los muertos resucitan?
La humanidad siempre ha intuido que tenía que haber algo más, y casi ha querido considerarlo como un hecho indiscutible. Pero que hasta ahora no hayamos sido capaces de entender en qué consistía ese “algo más”, también es un hecho indiscutible. Por otro lado, la opción atea del “pues entonces no hay nada”, sólo es aceptable contrapuesta a la religión, pero no así a la vida. Desde luego que no hay nada en lo que las religiones nos han estado vendiendo, pero eso no significa que no pueda existir otra explicación. Que al morir no vaya a quedar nada de nosotros, sólo es cierto si omitimos a la descendencia. Y el gran misterio de la vida consistía en entender que si dejamos descendencia, ya no es tan solo que quede algo de nosotros al morir, sino que en ese algo seguimos avanzando hacia “Cristo”, el hombre futuro, a través de una cadena de ADN que todavía seguimos construyendo a base de evolución.

lunes, 4 de noviembre de 2013

El pecado original.


El pecado original.
  

Bíblicamente hablando, “pecado” es sinónimo de defecto. De manera que nuestros defectos son nuestros pecados, el pecado del mundo es el gran defecto del mundo, y el pecado original es el defecto que el ser humano padece, en origen, a consecuencia de su simbiosis evolutiva. Empezamos siendo meros monos parlanchines predestinados a alcanzar lo que bíblicamente se entiende como “Hombre”, pero éste sólo empieza a dar síntomas de su existencia a partir del último milenio de evolución. Hasta entonces, hasta ahora, el ser humano no ha pasado de ser una especie de “chimpanloro” engreído, capaz de armar las más absurdas controversias por dondequiera que haya dejado su huella. Dice la Escritura: “El orgullo del hombre será humillado, la arrogancia humana será abatida, y sólo el Señor será exaltado en aquel día, y hasta el último de los ídolos desaparecerá.” (Isaías, 2:18) Y, ciertamente, no es para menos; basta con revisar nuestra vergonzante historia para querer humillar y abatir el orgullo y la arrogancia del chimpanloro, de este indeseable pero imprescindible “primer Adán” que nos ha conducido hasta el momento actual.
Pero “sólo el Señor será exaltado en aquel día”, y “aquel día” empieza a ser manifiesto a partir de mayo del 68. La evolución nos ha traído un hombre nuevo, distinto, que aboga por hacer el amor y no la guerra, refiriéndose a un amor humano y explícito, y no al de una universal fraternidad hacia un supuesto “prójimo” que todavía no ha sabido entender nadie. Un hombre cuyos conocimientos le acercan al ateísmo, cuya consciencia le aleja de la política y cuya implicación con la natura le conduce hacia la ecología. Un vivo toque de atención y de sentido común que no logra convencer al capitalismo por no aportar ninguna rentabilidad en sus conceptos. Pero ése es “el Señor”. Ahí nace la promesa hecha a Abraham y a su descendencia; ahí empieza a manifestarse “Cristo” en el ser humano.
El pecado original es nuestro defecto de origen; pero ese origen nos queda ya tan lejos que el pecado empieza a estar redimido sin que nadie haya podido percatarse de ello. El generalizado confusionismo que ha establecido la religión sólo ha servido para desorientar nuestro pensamiento, implantando “el pecado del mundo”, que ha consistido en la vehemente presunción de vida después de la muerte. Pero ¿qué dice la Escritura? Pues dice: “El refugio que habíais buscado en las mentiras lo destruirá el granizo, y el agua arrasará vuestro lugar de protección. Vuestro pacto con la muerte será anulado y vuestro contrato con el reino de los muertos quedará sin valor. Vendrá la terrible calamidad, y os aplastará. Cada vez que venga, os arrastrará. Vendrá mañana tras mañana, de día y de noche. Solo escuchar la noticia os hará temblar.” (Isaías, 28:18-19)