jueves, 16 de mayo de 2013

Mis principios.





Mis principios.


Para quienes pudieran sospechar que Germinis Dei se ha propuesto fundar una secta, o una nueva religión, simplemente decirles que, hasta el día hoy, servidor sólo ha sido un discípulo más de la filosofía del “mandra”; muchos ya sabrán a qué me refiero. Para poner un ejemplo: ¿qué día de la semana íbamos a elegir ahora, si los sábados y los domingos ya están cogidos? Y ¿qué se supone que tendríamos que hacer en nuestras reuniones: cantar el viva la vida, saltando a la pata coja y mirando hacia la Meca? “Mandra”. Y ¿qué bebida habría que consagrarle a la natura? Bueno, eso sí lo sé: quina; la bebida que siempre ha precedido al “mandra”.
Mi propuesta es clara y concisa: Acabar con la locura de la religión de una vez por todas. Y estoy convencido de que sólo había una manera de hacerlo y que por esta razón nos la sirvieron en bandeja: dejarlos a todos en evidencia. No pretendo defender una nueva interpretación de las Escrituras a la antigua usanza, sino demostrar que ninguna religión fue capaz de interpretarlas debidamente. Y, sin ningún tipo de acritud ni ánimo de frivolizar, os puedo asegurar que contiene mucha más sabiduría cualquier guion de las producciones Disney, que todas las interpretaciones de las Escrituras habidas hasta el día de hoy.
¿Cuáles son mis principios? Fundamentalmente me baso en cuatro cosas:
Primera: que existimos.
Segunda: que las Escrituras también existen.
Tercera: que veo la revolución evolutiva experimentada por la humanidad el pasado siglo XX, como un punto de inflexión en las teorías de Darwin.
Y cuarta: que, en todo momento, mi paranoia se ha visto reafirmada por el impagable Zarathustra de Nietzsche.
¿Podría estar equivocado? Por supuesto. Aunque, avalado por Zarathustra, ¿qué religión discutiría con Germinis Dei, si todos los monoteístas deben sus orígenes al propio Zoroastrismo?
Si hay verdad en las Escrituras, forzosamente debe tratarse de una verdad única y, sin lugar a dudas, universal. Y si comparamos al ser humano actual con el de tan solo cien años atrás, resulta evidente que aquí ha pasado algo más que el simple progreso emanado de unos avances tecnológicos; pues éstos mismos son la prueba más fehaciente de que aquí ha pasado, y sigue pasando, algo más.
Y lo que creo que está pasando, es que nos encontramos a las puertas de una nueva civilización, un nuevo orden mundial, que la humanidad lleva seis mil años esperando y que ya nos había sido anunciado; los judíos llevan cuatro mil años intentando asimilar en qué consistía su tierra prometida, y los cristianos dos mil en la antesala del reino de dios. Y que gracias a los conocimientos científicos que poseemos a siglo XXI, ya no hace falta tener que creer que hay vida después de la muerte para conseguir que los textos bíblicos adquieran algún sentido. Pues ahora podemos basar nuestra trascendencia en la propia evolución de la humanidad, para así poder llegar a la conclusión de que, tras seis mil años de penosa historia, lo que ahora toca es organizar la hegemonía del hombre, como individuo, que deberá prevalecer por encima de toda institución, creencia o interés económico. Inscribir unas nuevas tablas, nuevos valores para una nueva humanidad, que antepongan el proyecto vida y evolución, al cual nos debemos, por encima de todas las obras creadas en virtud de la inoperante acción del primer hombre, y que tanto nos han fastidiado hasta consolidar este presente.
Y es la propia vida quien nos ha descubierto la posibilidad de un hombre distinto, llegado por evolución. Un segundo hombre que nos obliga a recordar, al menos a mí, al “Cristo” descrito en las cartas de Pablo o al “Superhombre” de Nietzsche, en su Zarathustra, y entender que “los signos de los tiempos” claman que ya llegó el “gran mediodía”, que lo hizo en pleno siglo XX, y que seguimos durmiendo en el pajar; santa “mandra”.
Pero urge despertar. Ahora toca cambiar el mundo y procurar sus cambios a la sazón. Debemos organizar la última civilización de la humanidad, y sé que hay que empezar precisamente por aquí; no porque sea visionario, ni acreedor de ningún supuesto poder sobrenatural que bien me sé que no existen, sino porque lo leí en un libro; un libro escrito por alguien que ya pasó por todo esto antes que nosotros. Pues la Escritura dice: “Nada habrá que antes no haya habido; nada se hará que antes no se haya hecho. ¡Nada hay nuevo bajo el sol! Nunca faltará quien diga: “¡Esto sí que es nuevo!” Pero aun eso ya ha existido antes de nosotros. Las cosas pasadas han caído en el olvido, y en el olvido caerán las cosas futuras entre los que vengan después.” (Eclesiastés, 1:9.11)

O entendemos la “vida” como concepto global de nuestra evolución, o nunca vamos a entender nada. Y ya llega el reino de Dios; nada nuevo. Sólo el próximo paso evolutivo hacia el séptimo día: la civilización postrera para nuestro último milenio de evolución. Ahora es cuando vamos a crear nuestro mundo. Porque “He aquí que yo hago nuevas todas las cosas.” (Apocalipsis, 21:5) Y porque “Aquello que fue, ya es: y lo que será, ya fue; y Dios restaurará lo pasado.” (Eclesiastés, 3:15)

Yo soy el Señor. Este es mi nombre; y no daré mi gloria a otro, ni mi alabanza a esculturas. Las cosas pasadas ya llegaron, y ahora os anuncio cosas futuras; antes que sucedan os las hago saber.” (Isaías, 42:8-9)

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