martes, 30 de julio de 2013

Objetividad.


Objetividad.


Arruinar la objetividad en pro de la democracia no es el camino; nunca lo fue, y demasiado permisivos hemos sido ya. Todas las opiniones son respetables, nos dice el sistema: yo respeto la tuya y tú debes respetar la mía.
Y ¿dónde queda la objetividad?
La objetividad no existe, aseguran algunos, toda opinión es subjetiva.
Entonces, ¿no existe la razón?
Cada cual tiene la suya, dicen otros.
¿Era ésta la esencia de la democracia: ignorancia para todos?
Recuerdo que antaño se decía: “en el país de los ciegos, el tuerto es rey”. Probablemente debió tratarse de un país muy poco democrático. Pues, de haberlo sido, lo del tuerto se habría quedado en la pura anécdota; una minoría irrelevante; un puto marginado. ¿Es eso bueno? ¿Dónde está el chiste? Porque no acabo de encontrarle la gracia. Si no hay objetividad, no hay razón; y si no hay razón, no hay verdad. Así no debería extrañarnos que la democracia haya acabado siendo una sarta de mentiras; pues detrás de cada una de ellas se esconde una verdad subjetiva, que encima se supone que debemos respetar. El mismo rollo de la religión, aplicado ahora a los estamentos sociales.
Sincera y objetivamente hablando: esto es un cachondeo; pero un cachondeo puro y duro. La democracia nos ha enmarañado el razonamiento hasta llegar al absurdo; y encima ni lo vemos, y nos gusta: ya sea porque nos permite equiparar nuestra opinión a la del sabio, o el valor de nuestro voto al del ilustre. Pero la única verdad es que sólo ha servido para traernos exactamente hasta donde nos encontramos: en la versión más tergiversada de la pura ignorancia; el caos más absoluto y excelso: la gran tribulación.
Y mientrastanto, que los intelectuales sigan componiendo canciones y escribiendo libros, que ya decidiremos si queremos, o no, leerlos y escucharlos. Total, ¿a qué llenarse la cabeza de pensamientos si, gracias al beneplácito de esta maravillosa democracia que los ha relegado a la perpetua condición de puto tuerto marginado, nuestra opinión siempre seguirá valiendo tanto como la suya?
 Amigos míos: a siglo XXI no podemos seguir comportándonos según los criterios establecidos a lo largo de la historia. El “a vivir que son dos días, y los que vengan detrás ya se lo encontrarán”, ya no vale. Superado el siglo XX, determinadas decisiones pueden resultar gravemente nocivas, ya no solo para el ser humano sino también para el medioambiente; circunstancia que en tiempos remotos ni siquiera podía contemplarse. Los avances tecnológicos han cambiado al mundo y, con él, nuestros hábitos sociales; pero no los fundamentos propios de la sociedad. Y ésta sigue rigiéndose por unos valores totalmente desfasados para nuestro presente. Ya de por sí, los valores de la humanidad siempre fueron una farsa, pero pretender sostenerlos, pese a los avances de este último siglo, es lo que está transfigurando el caos en amargura; lo que está convirtiendo nuestra realidad en un absurdo incomprensible, dado que podrían contarse por centenares las cosas que a siglo XXI ya no tienen ningún sentido, ni razón de seguir siendo.
Crucificar el futuro de la humanidad, en aras de un presente amparado bajo el velo de arcaicas creencias antediluvianas, resulta una pésima herencia para nuestros sucesores. Seguir defendiendo, en la actualidad, una trascendencia del ser humano totalmente desvinculada de las realidades inconmovibles de la natura, es el más nocivo de todos los daños. Pues, la esperanza en una vida de ultratumba centra la atención del creyente en vanas expectativas culturales que, aun inconscientemente, le llevan a menospreciar el valor de la única y verdadera vida real, presente y futura, que es la biológica. Y, por otro lado, también inducen al no creyente a concluir que todo esto es un cuento y que aquí no hay, ni allí habrá, nada más; con lo cual, la opción más sugerente siempre acaba siendo la de vivir la vida al momento y que me quiten lo bailao.
Pero, como dice Pablo: “Todo me está permitido; sí, pero no todo conviene. Todo me está permitido, pero no todo edifica. Que nadie, pues, busque su propio bien sino el bien de los demás.” (1 Corintios, 10:23-24)
Porque tampoco el “que me quiten lo bailao” nos vale de mucho ante un presente que sigue careciendo de respuesta para las generaciones venideras. Unas generaciones que urge empezar a entender como la prolongación de nosotros mismos abriéndose camino hacia Cristo, el Hombre futuro; único sentido de nuestra existencia y destino final de nuestra evolución. La objetividad que hasta ahora fueron incapaces de alcanzar las religiones, siempre se encontró en la natura; pues no existe más verdad que nuestra propia razón de ser, y en ella debemos encontrar los parámetros para asentar las bases de nuestro futuro. Todas las respuestas están en lo que somos, y las incógnitas y obligaciones en lo que aún podemos y debemos llegar a ser. Este es el sentido de la vida y la única verdad de nuestra existencia.

Y todo esto, una muestra de que la objetividad también existe. 

¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.
(Antonio Machado)

¡Paz, a vosotros que ya estáis cerca, y a quienes aún estéis lejos!
 
¡Gloria al hombre y la natura por los siglos de los siglos!

jueves, 25 de julio de 2013

Si vierais con mis ojos...


Si vierais con mis ojos…
 
De llamarme Noé, familia, investigación, tecnología y ciencia, sería cuanto metería en mi arca; todo lo demás puede llevárselo el aguacero. De nuestro mundo actual, de este aún incomprendido infierno, todo lo demás no vale para nada. Estamos viviendo una locura que hemos querido aceptar, casi con normalidad, como si formara parte de nuestro propio ecosistema, cuando únicamente se debe a razones culturales. Urge aprender a distinguir, ya, cultura de natura. Aceptamos las cosas porque sí, porque así son y así fueron siempre, sin cuestionarlas siquiera. A nadie le discutiré que el cielo siempre será azul, eso es natura, pero, ¿cómo puedo aceptar que un gramo de papel, cuyo precio de mercado rondaría el céntimo de euro, coloreado de violeta pueda tener un valor de 500 €, de amarillo 200 € o de verde 100 €? ¿Cómo podemos darle tantísimo valor a algo que en sí mismo no lo tiene? Porque, aunque la mona se vista de seda… sigue siendo papel; como el que usamos en casa para limpiarnos el culo: papel. Y si alguien pretende hacernos creer que existe suficiente oro en el mundo como para avalar todo el papel moneda que ronda impreso por el planeta, es que aún no ha entendido a quién tendrá que rendir cuentas. Basta con recordar el déficit de todos los países de mundo, esos billones o trillones de euros y de dólares, ya gastados, cuya equivalencia en oro se supone que debería ser real. Anda, tráeme oro para cubrir eso, ¡espabi!
Desde siempre ha sido todo una gran mentira. Después de la religión, el gran negocio del mundo ha sido la banca. Todo falsedad; agudizamiento de ingenio para vivir del engaño a costa de la bondad de la gente. Pero incluso la paciencia de la buena gente tiene un límite, y quien marca ese límite es la propia natura, vía supervivencia de la especie. No podemos someternos a las reglas de un sistema enfermo y moribundo, para intentar salvarlo a costa de nuestra propia extinción; es de locura. Una simple vida humana tiene muchísimo más valor que cualquier sistema habido o por haber, porque en la vida es donde reside nuestra propia razón de ser, mientras que un sistema no tiene ninguna razón de ser en sí mismo; se sostiene por la voluntad de quien lo estableció. Y ¿cómo tolerar, pues, que un sistema creado por circunstancias culturales pueda ahora arremeter contra las realidades naturales? ¿Puede “el sistema” llegar a creer que tiene vida propia y rebelarse contra los verdaderos seres vivos que lo crearon? ¿O quizás hay alguien, detrás, manejando sus hilos?
Dice la Escritura: El rey de Asiria ha dicho: “Yo lo he hecho con mi propia fuerza; soy inteligente, y he hecho los planes. Yo he cambiado las fronteras de las naciones, me he apoderado de sus riquezas y, como un valiente, he derribado a los reyes. He puesto mi mano en las riquezas de los pueblos, me he apoderado de toda la tierra como quien toma de un nido unos huevos abandonados, sin nadie que moviera las alas, sin nadie que abriese el pico y chillara.”
Pero, ¿acaso puede el hacha creerse más importante que el que la maneja? ¿La sierra más que el que la mueve? ¡Como si el bastón, que no es más que un palo, fuera el que moviera al hombre que lo lleva!
Por tanto, el Señor todopoderoso va a dejar sin fuerzas a esos que son tan robustos, y hará que les arda el cuerpo con el fuego de la fiebre. El Dios Santo, luz de Israel, se convertirá en llama de fuego, y en un día quemará y destruirá todos los espinos y matorrales que hay en el país. Destruirá completamente la belleza de sus bosques y sus huertos: los dejará como un enfermo que ya no tiene fuerzas. Y serán tan pocos los árboles que queden en el bosque, que hasta un niño los podrá contar. En aquel tiempo, los pocos que hayan quedado de Israel, aquellos del pueblo de Jacob que se hayan salvado, no volverán a apoyarse en el que los destruyó, sino que se apoyarán firmemente en el Señor, el Dios Santo de Israel. Unos cuantos del pueblo de Jacob se volverán hacia el Dios invencible. Aunque tu pueblo, Israel, sea tan numeroso como los granos de arena del mar, solo unos pocos volverán. La destrucción está decidida y se hará justicia por completo. Porque el Señor todopoderoso ha decidido la destrucción y la va a llevar a cabo en todo el país.” (Isaías, 10:13-23)
Que nadie quiera confundirnos ya más: nosotros, el tercio de la humanidad que acabará siendo ADN en Cristo, somos ese “Dios” bíblico, y estamos hartos de todo esto. La destrucción está decidida: el viejo mundo se desvanece y el hombre nuevo empuja. Llegó el tiempo, la hora y el momento. Nada nuevo; sólo un paso más en nuestro proceso evolutivo. Siempre se trató de esto. Recordad las palabras de Pablo: “Un testamento no tiene valor mientras vive el que lo otorga, sino solo después de su muerte.” (Hebreos, 9:17) Y sólo con ojos ateos podíamos adivinar el designio secreto de “Dios” escondido en las Escrituras. Pues la lectura del testamento queda excluida a quienes siguen manteniendo viva la creencia, porque su fe les impide comprender el contexto real de las mismas, dada su predisposición a lo absurdo.
Si tenemos inteligencia para ver que las interpretaciones que la religión hizo de los textos bíblicos se acercan más al cuento chino que a la verdad, es que ya estamos preparados para establecer el verdadero reino de Dios y realizar cuantas utopías seamos capaces de imaginar. Esta era la prueba a superar, y este es el reto que debemos asumir ahora, procurando ese cambio de mentalidad que nos liberará del lavado de cerebro que el capitalismo ha estado ejerciendo sobre nuestras mentes. El último vestigio de esclavitud que todavía le queda por superar al género humano, es el del poder del dinero. Seamos inteligentes, lógicos y consecuentes.

viernes, 19 de julio de 2013

Vivir a precio de coste.



Vivir a precio de coste.


Percibir retribución en especie es la única opción que puede salvar a occidente. Y ahora que digo “especie”, ¿sabíais que somos la única de todo el universo que utiliza la tontería del sistema monetario, sus valores de mercado y sus primas de riesgo?  Somos la única “especie inteligente” del universo que, para demostrar su inteligencia, se dedica a complicar las cosas simples; ¡menuda inteligencia! En nuestro propio planeta, todas las especies inferiores del reino animal, incluso los insectos, han sobrevivido a tanta historia como nosotros y han llegado también a siglo XXI prescindiendo de toda esta majadería. ¿Es así como pretendemos demostrar que somos los inteligentes del lugar: alardeando de nuestra capacidad para complicarnos la vida? De hecho, en esto ha consistido la historia de la humanidad hasta ahora: hacernos la vida imposible unos a otros. ¿Casualidad? ¿Inteligencia? ¿Designio de Dios? Yo digo que pre-normalidad.
Todos los recursos que necesitamos para vivir nos los da la natura; gratis. Todas las materias primas que necesitamos para construir, o fabricar, las extraemos de la natura; gratis. Es cierto que a veces median determinados procesos de elaboración que encarecen el producto. ¿Por qué? Porque nos lo hemos montado así. ¿Hay sabiduría en el hecho de ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Existe alguna imperiosa necesidad de tener que ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Demostramos ser más inteligentes que nadie poniéndole un precio a todo? De ninguna manera. Si nuestro empeño en querer demostrar que somos más inteligentes que el resto de animales, se basa en ponerle un precio a todo cuanto la natura nos da gratis, sólo demostramos ser los más estúpidos del reino animal.
Y algunos argüirán: es que somos seres humanos; no somos animales.
Pues bien que somos mamíferos, como otros, y también nos reproducimos por apareamiento, como todos. ¿En qué nos diferenciamos del resto de animales, en que somos inteligentes? Esta debería ser la característica de nuestra especie, no la justificación de la no especie. Somos animales racionales; pero aún nos queda lejos poder considerarnos seres inteligentes. ¿O acaso el estado actual de nuestro planeta refleja el equilibrio de un mundo habitado por seres inteligentes? ¿O alguna vez, en un pasado reciente o lejano, llegó a reflejarlo? ¿No es cierto que nuestro verdadero potencial intelectual jamás se ha podido llevar a la práctica por haberlo delimitado siempre al son de la “utopía”? Y ¿qué es una utopía?: “Proyecto, idea o sistema irrealizable en el momento en que se concibe o se plantea”. Gran definición para el animal racional; gran subterfugio para el primer Adán. Pero para el segundo hombre no pasa de ser una mera estupidez. ¿Qué podría resultar “irrealizable”, a siglo XXI, a partir del momento en que ya ha sido concebido o planteado? Cualquier idea puede llevarse a término; salvo que lo “irrealizable” de la cuestión resida en los intereses creados. Pero la simple abolición del sistema monetario descrea todo interés; luego sigue siendo factible.
Decía, al principio, que percibir retribución en especie era la única salida para occidente; y, como todo, no lo digo porque sí. Recursos humanos a coste cero podrían convertirnos en los más competitivos del planeta. Y cobrar salario en especias facilitaría de forma definitiva la sostenibilidad de una sociedad que, concebida en modo capitalista, ha derivado ya en lo único que realmente está por encima de nuestras posibilidades. A mí me da igual percibir lo que necesito, o dinero para ir a comprármelo. La gran diferencia radica en que, para mantener este sistema, la cantidad de dinero que debo ganar para poder adquirir esos productos, es diez veces la del precio real de dichos productos. Recursos humanos a coste cero y retribución en especie, pondría de nuevo a occidente en órbita. Cualquier economista que se precie os dirá lo mismo; y si no, quemadle el título de mi parte.
Ahora bien, que nadie se frote las manos viendo en mis palabras la oportunidad que andaba esperando. Partimos de la base de que el reino de Dios se establecerá solamente en una determinada zona del planeta; lamentablemente no será un proyecto global, porque dos tercios de la humanidad renunciarán al mismo. Y si la moneda sigue vigente, sólo será para poder realizar transacciones de importación y exportación, a nivel de gobierno. El pueblo vivirá sin dinero y trabajando poco, para vivir mucho y bien. Ya no habrá lugar a la especulación, ni a ningún tipo de explotación, ni motivo aparente para favorecer el tráfico de narcóticos o armas, o vidas humanas con destino a la prostitución. Pensad que todas las cosas buenas que se pueden hacer con el dinero, igualmente se podrían hacer sin dinero, y que todas las malas cosas que se hacen por dinero, sin dinero ya no se harían. Porque, como dice Pablo, “la raíz de todos los males es el amor al dinero,” (1 Timoteo, 6:10), y como dice el refranero popular, y que me perdonen en el Instituto Pasteur, “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Y si al leer estas líneas pensáis: “todo esto está muy bien, pero nosotros no lo veremos”, hacedme el favor de iros suicidando para adelantar acontecimientos. Porque, o bregamos todos para que sea realidad, o la única alternativa posible será aquella que no desea nadie. Debemos aprender a crucificar nuestro pasado para no seguir crucificando el futuro de la humanidad. Cualquier otra elección sería errónea, catastrófica y, en consecuencia, muy poco inteligente.

viernes, 12 de julio de 2013

El pensamiento correcto.



El pensamiento correcto.


Dice Pablo: “…estamos hablando en presencia de Dios y como quienes pertenecen a Cristo. Y todo esto, queridos hermanos, es para vuestra edificación espiritual.
(2 Corintios, 12:19)
En otras palabras: todo esto, es para que os quede bien aprendida la lección. No existe nada oculto, ni divino o sobrenatural, salvo cuanto hayamos querido imaginar que existía. Lo “oculto” era lo no conocido, y el “otro mundo futuro”, el futuro de la humanidad en este mundo. No hay misterios; no hay secretos; no hay caminos inescrutables; solamente hubo endiosamiento de la ignorancia: la aceptación, cual designio de un “Dios”, del hecho de no saber; pobreza de espíritu a todas luces. Con cuánta razón se quejaba de su pueblo el Dios bíblico:
El Señor os dice: “¿Qué de malo encontraron en mí vuestros antepasados, que se alejaron de mí? Se fueron tras dioses que no son nada, y en nada se convirtieron ellos mismos. No se preocuparon de buscarme a mí, que los saqué de Egipto, que los guie por el desierto, tierra seca y llena de barrancos, tierra sin agua, llena de peligros, tierra donde nadie vive, por donde nadie pasa. Yo os traje a esta tierra fértil, para que comierais sus frutos y sus mejores productos. Pero vosotros vinisteis y profanasteis mi tierra, me hicisteis sentir asco de este país, de mi propiedad. Los sacerdotes no me buscaron, los instructores de mi pueblo no me reconocieron, los jefes se rebelaron contra mí y los profetas hablaron en nombre de Baal y siguieron a ídolos que no sirven para nada.
Por eso yo, el Señor, afirmo: Voy a entablar un pleito contra vosotros y contra los hijos de vuestros hijos. Id a las islas de occidente y observad; enviad a alguien a Quedar para que se fije bien, a ver si se ha dado el caso de que una nación pagana haya cambiado a sus dioses. ¡Y eso que son dioses falsos! Pero mi pueblo me ha dejado a mí, que soy su gloria, por ídolos que no sirven para nada. ¡Espántate, cielo, ante esto! ¡Échate a temblar de horror! Yo, el Señor, lo afirmo. “Mi pueblo ha cometido un doble pecado: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron sus propias cisternas, pozos agrietados que no conservan el agua.” (Jeremías, 2:5-13)
Y como decía el nazareno: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de su vientre.” (Juan, 7:37-38)
Quién iba a decirnos que también por ahí se podría sondear lo insondable de “Dios”: descendencia, genética y evolución. Lo único oculto, el futuro. Pero siempre nos quedará parir.
Y entendiendo así las cosas, ¿quién no es capaz de reconocer todavía en ese Dios bíblico al hombre? ¿Quién podría estar tan enojado con quienes se empeñan en querer dar siempre las gracias a nadie por los méritos propios? A quienes se dejaron la piel de los codos sobre la mesa para poder aprobar un examen, y luego creen que lo consiguieron, por intervención divina, en agradecimiento a esa vela que le pusieron a la estampita de la Virgen de Mesarruga de la Punta. O a quienes agradecen al santo de turno que les haya curado de aquella maligna enfermedad, evidentemente resuelta gracias a la competencia del equipo médico que lo asistió. ¿Por qué tan desagradecidos, siempre, para con nosotros mismos? Dice la Escritura: “Como el ladrón se avergüenza cuando lo descubren, así quedará avergonzado Israel, el pueblo, los reyes, los jefes, los sacerdotes y los profetas; pues a un árbol le dicen: ‘Tú eres mi padre’, y a una piedra: ‘Tú eres mi madre.’ A mí, en cambio, me dan la espalda y no la cara.” (Jeremías, 2:26-27) Sólo el “Dios” viviente podría estar así de enojado; sólo el hombre tiene derecho a estar así de indignado. ¿No lo veis?
Las Escrituras sólo pudieron ser obra de quien Pablo define como “último Adán”. Ese “hombre segundo”, largamente anunciado y, tan esperado por la humanidad bajo el sinónimo de Mesías, Cristo, Superhombre, o Hombre superior, perfecto, celestial o finalizado; tanto monta. Fueron escritas, por él, para que pudieran entenderse cuando empezáramos a ser como él, pasado el gran mediodía de nuestra evolución. Y entretanto no pudieran ser entendidas, ¿cuál debió ser el pensamiento correcto? Pues, Darwin; sin  lugar a dudas. ¿Y antes de Darwin?  Pues, nada; a vivir que son dos días, y dejar que la natura condujera a cada cual según su libre albedrío. Quienes tuvieron voluntad creadora, engendraron, y pusieron su eslabón en la cadena que nos ha traído hasta el presente, y quienes no, se perdieron por el camino. Para mí es evidente que nosotros somos el embrión de ese Hombre que dará como resultado nuestra evolución, dentro de mil años. Y quisiera compartir tal evidencia con el mayor número posible de seres humanos, ya que “una multitud de sabios es la salvación del mundo” (Sabiduría, 6:24), y si alguna misión tenemos en este momento, es la de poder garantizar la existencia de este mundo durante esos próximos mil años.
Llegó, pues, el momento de iniciar las reformas. Ahora ya disponemos de nuevos valores donde poder fundamentar una realidad inconmovible: la que nos ofrece la natura por el camino de la vida. Y para quienes los dioses ya están muertos, nos ha sido concedido el honor de poder leer su testamento: heredarán la Tierra quienes hayan creído en la vida. Para los adoradores de la muerte, todo su querido “más allá” por herencia: Aquí nada; y allí nada de nada.

Germinis Dei, secrenatura.blogspot, la Tierra, año de la revelación.

sábado, 6 de julio de 2013

Pecadores.



Pecadores.


Os hablo a nivel conceptual:
Mientras sigamos encasillando a Cristo en el rol de hijo de Dios, jamás lo podremos entender como Hijo del hombre. Es necesario prescindir del concepto místico de Cristo para comprender al Cristo humano; es necesario clavar en la cruz al hijo de Dios para que pueda resurgir el Hijo del hombre. Y mientras no seamos capaces que crucificar al Cristo de la religión, seguiremos condenando al verdadero Cristo humano a estarle sometido, cuando no era ésta la grandeza que de él nos hablaba el Evangelio. Pues, ¿puede alguien resucitar sin haber muerto primero? ¿O acaso dice el Evangelio que resucitó antes de ser crucificado?
Para que alguien pueda resucitar, es necesaria una muerte previa. Y para que Cristo pueda resurgir como el Hijo del hombre, es necesario que primero muera como hijo de Dios. De ahí el empeño de Zarathustra en anunciar la muerte de Dios para favorecer el resurgimiento del Superhombre. Y como dice Pablo: Para que un testamento entre en vigor, tiene que comprobarse primero la muerte de la persona que lo otorgó. Pues un testamento no tiene valor mientras vive el que lo otorga, sino solo después de su muerte.” (Hebreos, 9:16-17) De lo que se desprende que mientras el judaísmo y el cristianismo sigan vivos, tanto el antiguo como el nuevo testamento no tienen ningún valor; pues el valor de las Escrituras comienza a la muerte de la creencia. De ahí mi particular obsesión en querer evangelizar ateos, para quienes las creencias ya están muertas.
Pablo seguía diciendo: “Por eso, también el primer pacto se estableció con derramamiento de sangre. Moisés anunció todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo; después tomó lana roja y una rama de hisopo, las mojó en la sangre de los becerros y los chivos mezclada con agua, y roció el libro de la ley y a todo el pueblo. Entonces les dijo: “Esta es la sangre que confirma el pacto ordenado por Dios para vosotros.” Moisés roció también con sangre el santuario y todos los objetos reservados para el culto. Según la ley, casi todo tiene que ser purificado con sangre, y no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre. De manera que tales sacrificios eran necesarios para purificar las cosas que son copia de lo celestial; pero las cosas propiamente celestiales necesitan mejores sacrificios que aquellos.” (Hebreos, 9:18-23)
No sé si mejores, pero al menos más reales. Vayamos por partes: Veníamos de “Pues un testamento no tiene valor mientras vive el que lo otorga, sino solo después de su muerte.”, y seguía “Por eso, también el primer pacto se estableció con derramamiento de sangre.”, es decir: con muerte, “y roció el libro de la ley y a todo el pueblo. Entonces les dijo: “Esta es la sangre que confirma el pacto ordenado por Dios para vosotros. Es decir: Muerte al libro de la ley y a todo el pueblo de Dios. Y que nadie se sorprenda, porque precisamente en esto consistiría la “muerte de los primogénitos”: la muerte de quienes se consideraban hijos de aquella primera versión de un Dios que no puede salvar; un Dios que se rebeló contra la natura, prometiendo asimismo una eternidad de ultratumba, prescindiendo del camino de la vida. Por eso “roció también con sangre el santuario y todos los objetos reservados para el culto.” Muerte al santuario y a todos los objetos reservados para el culto, porque “no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre.”, no hay perdón de pecados si no hay una muerte previa: la muerte de unas creencias que siempre han sido el pecado del mundo.
Por eso Pablo ya nos advertía en Corintios: “y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no sirve de nada: todavía seguís en vuestros pecados. En este caso también están perdidos los que murieron creyendo en Cristo.” (Corintios, 15:17-18) Y Cristo aún no ha podido resucitar para quienes todavía siguen en sus pecados y le mantienen vivo por esa fe, que no sirve de nada, pero que impide que Cristo muera como hijo de Dios para resurgir como Hijo del hombre.
¿Vamos cogiendo el hilo?
Bíblicamente hablando, pues, “pecadores” son los creyentes, ya que las creencias son el pecado del mundo. Y ya va siendo hora de que, emulando a Moisés, empiecen a rociar también con sangre a ese Cristo que les ha estado vendiendo su religión, para que así puedan renacer al verdadero Cristo Bíblico.
Pablo continuaba su carta a los Corintios diciendo: “Si nuestra esperanza en Cristo solamente se refiere a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos.” (Corintios, 15:19) Lo cual no significa que exista otra vida, sino que el camino hacia la vida eterna no sólo depende del tiempo y la conducta de una simple vida humana, que también, sino de toda la cadena de vidas humanas implícitas en una evolución de siete mil años, donde la única ley que rige, por naturaleza, es la de no romper esa cadena. Luego la conducta correcta en base a tal realidad, y que ellos nunca supieron advertir, era la de engendrar; ser padres; ser creadores. No cumplir esta ley era el único pecado que conducía a la muerte.
¿Pilláis?