Objetividad.
Arruinar la objetividad en pro de la
democracia no es el camino; nunca lo fue, y demasiado permisivos hemos sido ya.
Todas las opiniones son respetables, nos dice el sistema: yo respeto la tuya y
tú debes respetar la mía.
Y ¿dónde queda la objetividad?
La objetividad no existe, aseguran
algunos, toda opinión es subjetiva.
Entonces, ¿no existe la razón?
Cada cual tiene la suya, dicen otros.
¿Era ésta la esencia de la democracia:
ignorancia para todos?
Recuerdo que antaño se decía: “en el país
de los ciegos, el tuerto es rey”. Probablemente debió tratarse de un país muy
poco democrático. Pues, de haberlo sido, lo del tuerto se habría quedado en la
pura anécdota; una minoría irrelevante; un puto marginado. ¿Es eso bueno?
¿Dónde está el chiste? Porque no acabo de encontrarle la gracia. Si no hay
objetividad, no hay razón; y si no hay razón, no hay verdad. Así no debería
extrañarnos que la democracia haya acabado siendo una sarta de mentiras; pues
detrás de cada una de ellas se esconde una verdad subjetiva, que encima se
supone que debemos respetar. El mismo rollo de la religión, aplicado ahora a
los estamentos sociales.
Sincera y objetivamente hablando: esto
es un cachondeo; pero un cachondeo puro y duro. La democracia nos ha enmarañado
el razonamiento hasta llegar al absurdo; y encima ni lo vemos, y nos gusta: ya
sea porque nos permite equiparar nuestra opinión a la del sabio, o el valor de
nuestro voto al del ilustre. Pero la única verdad es que sólo ha servido para
traernos exactamente hasta donde nos encontramos: en la versión más tergiversada
de la pura ignorancia; el caos más absoluto y excelso: la gran tribulación.
Y mientrastanto, que los intelectuales
sigan componiendo canciones y escribiendo libros, que ya decidiremos si queremos,
o no, leerlos y escucharlos. Total, ¿a qué llenarse la cabeza de pensamientos
si, gracias al beneplácito de esta maravillosa democracia que los ha relegado a
la perpetua condición de puto tuerto marginado, nuestra opinión siempre seguirá
valiendo tanto como la suya?
Amigos
míos: a siglo XXI no podemos seguir comportándonos según los criterios establecidos
a lo largo de la historia. El “a vivir que son dos días, y los que vengan
detrás ya se lo encontrarán”, ya no vale. Superado el siglo XX, determinadas
decisiones pueden resultar gravemente nocivas, ya no solo para el ser humano
sino también para el medioambiente; circunstancia que en tiempos remotos ni
siquiera podía contemplarse. Los avances tecnológicos han cambiado al mundo y,
con él, nuestros hábitos sociales; pero no los fundamentos propios de la
sociedad. Y ésta sigue rigiéndose por unos valores totalmente desfasados para nuestro
presente. Ya de por sí, los valores de la humanidad siempre fueron una farsa, pero
pretender sostenerlos, pese a los avances de este último siglo, es lo que está transfigurando
el caos en amargura; lo que está convirtiendo nuestra realidad en un absurdo
incomprensible, dado que podrían contarse por centenares las cosas que a siglo
XXI ya no tienen ningún sentido, ni razón de seguir siendo.
Crucificar el futuro de la humanidad, en
aras de un presente amparado bajo el velo de arcaicas creencias antediluvianas,
resulta una pésima herencia para nuestros sucesores. Seguir defendiendo, en la
actualidad, una trascendencia del ser humano totalmente desvinculada de las
realidades inconmovibles de la natura, es el más nocivo de todos los daños. Pues,
la esperanza en una vida de ultratumba centra la atención del creyente en vanas
expectativas culturales que, aun inconscientemente, le llevan a menospreciar el
valor de la única y verdadera vida real, presente y futura, que es la
biológica. Y, por otro lado, también inducen al no creyente a concluir que todo
esto es un cuento y que aquí no hay, ni allí habrá, nada más; con lo cual, la
opción más sugerente siempre acaba siendo la de vivir la vida al momento y que
me quiten lo bailao.
Pero, como dice Pablo: “Todo me está permitido; sí, pero no todo
conviene. Todo me está permitido, pero no todo edifica. Que nadie, pues, busque
su propio bien sino el bien de los demás.” (1 Corintios, 10:23-24)
Porque tampoco el “que me quiten lo
bailao” nos vale de mucho ante un presente que sigue careciendo de respuesta
para las generaciones venideras. Unas generaciones que urge empezar a entender como
la prolongación de nosotros mismos abriéndose camino hacia Cristo, el Hombre
futuro; único sentido de nuestra existencia y destino final de nuestra
evolución. La objetividad que hasta ahora fueron incapaces de alcanzar las
religiones, siempre se encontró en la natura; pues no existe más verdad que
nuestra propia razón de ser, y en ella debemos encontrar los parámetros para
asentar las bases de nuestro futuro. Todas las respuestas están en lo que
somos, y las incógnitas y obligaciones en lo que aún podemos y debemos llegar a
ser. Este es el sentido de la vida y la única verdad de nuestra existencia.
Y todo esto, una muestra de que la
objetividad también existe.
¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a
buscarla. La tuya, guárdatela.
(Antonio Machado)
¡Paz, a vosotros que ya estáis cerca, y a
quienes aún estéis lejos!
¡Gloria al hombre y la natura por los
siglos de los siglos!