La mujer.
Antes de empezar a proclamar como un
poseso la inminente llegada del reino de Dios, (…y ahora que digo “poseso”, que
no se entere Rouco), no quisiera omitir la raíz de uno de los temas que más ha
perjudicado a la parte femenina de la humanidad a lo largo de la historia. Y
hablo de la raíz del tema, no del problema, que, como siempre, se debió a la
apresurada interpretación a destiempo de unos textos cuyo contenido escapaba al
entendimiento del hombre primero.
Veamos: ¿Qué tiene de malo la “mujer”,
bíblicamente hablando? Pues, ni más ni menos, todo lo que haya podido tener de
malo el primer hombre. Entendamos esto: en nuestra humana simbiosis, que sería
“hombre” revestido de mamífero para poder realizar gestación heptamilenaria, se
empieza siendo más mamífero que otra cosa, para acabar siendo esa “otra cosa”,
llamémosle Hombre, al final de la evolución. Y porque la natura es así, a la
hora de poner en marcha semejante proceso, sólo existe la opción de inseminar a
una hembra. De manera que todo lo que hay de mamífero en el ser humano, procede
de la parte materna; procede de la “mujer”. Resultando que al principio de la
evolución somos más parecidos a la “mujer”, y al final más parecidos al Hombre.
Luego “mujer” sería la forma empleada en las Escrituras para referirse a lo que
Pablo define como “primer Adán”.
Por eso es a la mujer, cohabitante de
cuerpo con el aún escaso Hombre del primer Adán, a quien se responsabiliza de
haber comido del árbol prohibido, y de darle así de comer también a él. Que no
es que ella comiese primero y luego le diera de comer a él, sino que comiendo
ella, ya comieron ambos; pues nos estamos refiriendo a las dos naturalezas que
coexisten en el ser humano.
Admito que no era fácil. Pero, como
todo, si no lo entiendes, déjalo. Jamás se me ocurriría discutir, o replantear,
ninguna fórmula de Einstein. Confieso que en ese campo soy una nulidad. Y no
por ello me siento inferior, ni tengo ningún tipo de complejo; sencillamente,
sé que no es lo mío.
Y, volviendo al tema, por eso dice la
Escritura: “En aquel
día los egipcios serán como mujeres, y temblarán y estarán aterrados ante la
mano alzada que el Señor de los ejércitos agitará contra ellos.” (Isaías, 19:16) Y en otro lugar: “He aquí a tu pueblo: sólo mujeres en medio de ti. A
tus enemigos se abren de par en par las puertas de tu tierra; el fuego devora
tus cerrojos.” (Nahúm, 3:13) Y también: “Los valientes de
Babilonia dejaron de pelear, se estuvieron en sus fuertes; les faltó su
fortaleza, se tornaron como mujeres; encendieron los enemigos sus casas, quebraron sus cerrojos.”
(Jeremías, 51:30)
Y yo pregunto: ¿quién
podría superarnos ahora en el manejo de “la espada”?
“Espada contra
los impostores, y se volverán necios. Espada contra sus valientes, y
serán destrozados. Espada contra sus caballos y contra sus carros, y contra
todos los extranjeros que están en medio de ella, y serán como mujeres.
Espada contra sus tesoros, y serán saqueados.”
(Jeremías, 50:36-37)
“Espada contra sus tesoros, y serán saqueados.” Pues “vengo como un ladrón”, dice el
decimoquinto versículo del capítulo dieciseisavo de Apocalipsis, y prosigue: “Dichoso el que se mantiene
despierto y conserva su ropa, para no andar desnudo dejando ver la vergüenza
de su desnudez.” Y la supuesta “invasión y caída de
Nínive”, del profeta Nahúm, no tiene desperdicio.
¡Ay de ti,
ciudad sanguinaria, llena de mentira y violencia: tu rapiña no tiene fin! ¡Chasquido
de látigo, estruendo de ruedas! ¡Galopar de caballos, carros que saltan! ¡Carga
de caballería! ¡Brillo de espada, resplandor de lanza! ¡Miles de heridos, montones
de muertos! ¡Cadáveres sin número! ¡La gente tropieza con ellos! Y todo esto
por culpa de las prostituciones de esa ramera llena de gracia y hermosura, maestra
en brujerías, que con sus prostituciones y hechizos embaucaba a pueblos y
naciones.
El Señor todopoderoso afirma: “Aquí estoy contra ti:
te levantaré el vestido hasta la cara, para que las naciones te vean desnuda y
los reinos vean tu vergüenza. Echaré suciedad sobre ti; te cubriré de deshonra
y haré de ti un espectáculo.
“¡Cómo
duermen tus pastores, oh rey de Asiria! Tus oficiales descansan, tus tropas
andan dispersas por los montes y no hay quien las reúna. ¡No hay remedio
para tu herida; tu llaga es incurable! Todos los que oyen tu desgracia aplauden
de alegría, pues ¿quién no sufrió tu maldad sin fin?” (Nahúm, 3:1-6 y 18-19)