sábado, 29 de junio de 2013

Pos-ateísmo. (y II)



Pos-ateísmo. (y II)


Ahora bien: ¿cuál es el gran paso que actualmente separa a la ciencia, el ateísmo y el laicismo, del pos-ateísmo? Pues, querer entender esto: Que, pese a estar al ciento por cien con la ciencia, pese a ser evolucionistas convencidos, pese a creer ciegamente en las teorías y los principios de Darwin, y constatar aún que no hay secreto ni misterio que no pueda resolverse recurriendo a la natura y a sus microscópicos meandros celulares, atómicos o moleculares, resulta que nuestra particular evolución no emana del pitecántropo, ni pasó por el neandertal para, tras recorrer varios cientos de miles de años, llegar hasta la actualidad, y que sólo hemos visto dinosaurios en cromos; o mejores logros gracias a las películas de Spielberg. Que todas las deducciones de la ciencia son lógicas y son ciertas, pero que en nuestro particular caso no acaban de ser exactas, por ser la nuestra una generación posterior a la de aquella primera humanidad que existió alguna vez siguiendo a rajatabla el evolucionismo más puro y duro, y que, justamente por mediación suya, nuestro proceso evolutivo sólo dura siete mil años; y que siempre fue esto lo que pretendieron explicarnos las Escrituras.
Es cierto que este razonamiento plantearía la existencia de un ser “superior”, para mí “Hombre finalizado”, que andaría señoreando por el universo, que resultaría ser nuestro creador, y al que nunca habría visto nadie.  ¿Estaríamos, en tal caso, dando concesiones a la religión? De ninguna manera. Pues, todo cuanto en el ser humano no pudiera explicarse por evolución propia, quedaría así explicado por evolución ajena. Por eso dice el Evangelio: “al que tiene se le dará más”. Al que tiene conocimiento, se le dará más; pero al que no tiene, hasta la poca razón que cree tener se le quitará. Hay razón en las Escrituras, pero jamás la hubo en ninguna de las interpretaciones que la religión supo darles. Y en esto consiste el pos-ateísmo: Llegar a entender los misterios de “Dios”, ocultos en el ser humano, mediante el conocimiento alcanzado por la ciencia, y gracias a nuestro sentido común. Un sentido común que nos induce a pensar que ese Hombre superior, el de la evolución del millón de años, también llegó a existir gracias a su voluntad creadora; dichoso “Espíritu Santo”. Un hombre que, en su día, decidió dejar el destino de su limitada condición humana en manos de la madre natura, la gran creadora, para darle opción a que también pudiera finalizar en él su obra.
Está escrito en Apocalipsis: “Vi otro ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube; tenía un arco iris sobre la cabeza, su rostro brillaba como el sol y sus pies parecían columnas de fuego. Llevaba en la mano un pequeño rollo abierto, y puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra. Gritó con fuerte voz, como un león que ruge; y al gritar, siete truenos dejaron oír sus propias voces.” (Apocalipsis, 10:1-3)
Y así era como debía resolverse esta cuestión: Con un pie sobre el mar y otro sobre la tierra; con un  pie sobre las Escrituras, donde siempre hemos pretendido basar nuestros pensamientos más profundos, y el otro sobre la ciencia, para contrastar la verdad contenida en esas incomprendidas Escrituras. Y gritando como un león que ruge, como ateo, concediendo a Darwin la razón de nuestra existencia, sólo por parte materna, y a las Escrituras la de una parte paterna que, ya en sí misma, le confiere todo su reconocimiento al propio Darwin. Una evolución pos-evolución, la nuestra, que finalmente daría sentido al concepto: “el Hijo del Hombre”.
Y si aún os queda alguna duda de que esto pudiera ser así, centrad vuestra atención en el pasado siglo XX. Analizad cómo se vivía a principios de siglo, a la luz de sus velas y sus quinqués, al calor de las estufas de leña y de las cocinas de carbón, con sus carretas y diligencias tiradas por caballos, etc. etc. y recordad cómo vivíamos a finales de siglo. Y, hechas las comparaciones, buscad argumentos para convencerme de que eso es normal y puede justificarse por las teorías evolutivas de Darwin.
Intentad comprender que sería mucho más provechoso enfocar nuestra evolución en base a lo que tenemos que acabar siendo, que no indagando de donde venimos. Si seguimos mirando atrás, llegaremos a una semilla. Y para poder responder entonces a ¿y de dónde salió esa semilla?, sólo es cuestión de mirar hacia delante; sólo es cuestión de ponerse ante un espejo. Y ahí surge el pos-ateísmo; justo ahí: en el espejo donde se refleja el verdadero conocimiento. Por lógica, por ciencia, por sentido común, porque vida sólo puede entenderse como vida, y, también, y por qué no decirlo, por selección natural amañada; recordad las palabras de Pablo: “La ley se añadió para que aumentase el pecado; pero cuanto más aumentó el pecado, tanto más abundó la bondad de Dios.” (Romanos 5:20) En un proceso de selección natural que sólo dura siete mil años, era necesario introducir algún elemento externo para dinamizar dicha selección. Por eso dice la Escritura: “Pero esos sabios quedarán humillados, acobardados, como animales caídos en la trampa. ¿Dónde está su sabiduría, si han rechazado mi palabra?” (Jeremías, 8:9) ¿Dónde está su sabiduría, si han rechazado el camino de la vida; si han rechazado el Germen de Dios?

jueves, 27 de junio de 2013

Pos-ateísmo. ( I )



Pos-ateísmo. ( I )


Después del ateísmo ya sólo podía llegar la verdad. Es cierto que siempre hubo más verdad en el ateísmo que en la religión, aunque, para ser honestos, una verdad que radicaba, más bien, en su propia razón de ser, que no en las alternativas ofrecidas; una simple verdad emanada de la sistemática negación a una notoria mentira. Y dado que los mentirosos nunca pudieron, ni jamás podrán, encontrar una sola prueba que aporte razones a su mentira, era casi un reto que los negadores aportasen argumentos para justificar su negación; y también para no quedarse en el consabido: “esto no hay quien se lo crea”, siempre rebatible por el: “pues fíjate cuántos hay que se lo quieren creer”.
Amigos míos, os hablo con toda la objetividad de la que soy capaz. Si a quienes dicen: “nosotros queremos creer en Dios, porque sí”, les rebatimos con un: “pues nosotros no queremos creer, porque no”, ¿dónde está la diferencia? Y si argumentamos que son los que afirman que Dios existe, quienes deben demostrar su existencia, ¿por qué no habríamos de aceptar nosotros el reto de demostrar que no existe? Y si os preguntáis: ¿cómo puede demostrarse la inexistencia de algo inexistente? La respuesta es tan fácil como: ya está demostrado. Dios no existe. Nunca existió; por eso nunca ha podido verle nadie, ni nadie pudo jamás demostrar que existiera. Entonces, ¿dónde estamos? Pues, donde siempre: en la creencia. Para el creyente, que a Dios nunca le haya visto nadie no significa que no exista, y para el ateo, que nunca le haya visto nadie demuestra que no existe. ¿Nos hace eso distintos? Al contrario, nos hace iguales: a unos, creyentes del sí, y a otros, creyentes del no.
En realidad, que a Dios nunca le haya visto nadie tampoco es suficiente argumento para elevarse a la negación categórica, ya que, ciertamente, ni de lejos lo hemos visto todavía todo; bueno, quizás de muy lejos sí; y cuidado que he dicho “quizás”. Porque, entender que esas cabezas de alfiler, que a diario vemos clavadas en el cielo nocturno, puedan ser posibles estrellas lejanas, también requiere algo de fe. Que ¿qué podrían ser, si no? No lo sé, pero, ¿alguien ha estado allí alguna vez? Sin embargo, creemos en la ciencia porque creemos en la lógica y en nuestro sentido común. Son estrellas lejanas, sin lugar a dudas, pero, aún viéndolas, ¿quién podría demostrarlo? Si, pues, podemos crear dudas sobre cosas que vemos y entendemos, ¿cómo no íbamos a poder crearlas sobre algo que carece de todo sentido y nunca se ha visto? Ahora bien, ¿por dónde cogerlo? Pues, por las Escrituras.
Si quienes aseguran que Dios existe y que todo cuanto conocemos como natura es creación suya, basan su afirmación en lo que han creído entender al leer la Biblia, intentemos enseñarles que la Biblia jamás pretendió explicar lo que ellos entendieron. Y aún más, pretendamos demostrarles que la Biblia fue escrita por seres inteligentes, y que un ser inteligente jamás podría escribir las tonterías que ellos creyeron haber visto allí escritas, salvo que, lamentablemente, hayan sido víctimas de las tretas astutamente dispuestas por dicha inteligencia. Pues “a vosotros, Dios os da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros les hablo por medio de parábolas, para que por mucho que miren no vean y por mucho que oigan no entiendan.” (Lucas, 8:10) Y explicarles que así como para los tontos todo es tontería, también para los sabios todo puede llegar a ser sabiduría, y que confundir tontería con sabiduría ha venido siendo, para los creyentes, como el sello de acuñación de su propia denominación de origen.
Vengo como un ladrón”, dice la Escritura, ¿y qué podría robar, ese ladrón, si no sus propios fundamentos: las Escrituras? Incluso eso estaba anunciado. “Por eso os digo que el reino de Dios os será quitado para dárselo a un pueblo que lo haga fructificar”. Y también: “Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro. Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.” (Lucas, 11:21-22) Sólo podíamos vencer robándoles la razón de su creencia, “pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que cree tener se le quitará.” (Lucas, 8:18) De lo que se desprende que, finalmente, las Escrituras debían acabar poniéndose del lado de la ciencia.
Porque si al ateo le quitamos las Escrituras, le sigue quedando a su favor toda esa ciencia, pero si se las quitamos al creyente, ¿qué le queda? Si todavía hoy, a siglo XXI, son capaces de reírse de quienes defendemos que nuestra existencia es fruto de la casualidad; precisamente ellos, que lo son de la más efímera de las casualidades. Porque nosotros ya empezamos a dar muestras de lo que tenemos que acabar siendo algún día, pero ellos prefieren seguir creyendo en la inmortalidad de un simple ser humano, condenado a desaparecer. Por eso dice la Escritura: “Los que se santifican y se purifican para ir a los huertos, tras uno que está en el medio, que comen carne de cerdo, cosas detestables y ratones, morirán todos a la vez, son sus obras y sus pensamientos”. (Isaías, 66:17-18) Y los que van “tras uno que está en el medio” son quienes aún no han sabido entender el sentido de las Escrituras cuando dicen: “Yo soy Alfa y Omega, principio y fin; el primero y el último”; nada de entremedias. Las Escrituras guardaron bajo siete llaves el gran misterio del Espíritu Santo. Nos hablan de la Alfa y la Omega, del principio y del fin, del primero y del último, y esto es del padre y del hijo; pero al “Espíritu Santo” había que deducirlo. Y el Espíritu Santo era el Germen del padre que obra el crecimiento del hijo. Ese Germen que está pululando por la humanidad y que, como el reino de Dios, siempre ha estado entre nosotros, y que, como el reino de Dios, aún no habíamos sido capaces de adivinar.

martes, 25 de junio de 2013

Neo-anarquismo pos-ateísta.



Neo-anarquismo  pos-ateísta.
(Yo me lo guis, yo me lo com. From Johan Palom.)

Sólo por naturaleza tenemos derechos que sobrepasan todo lo establecido. Tenemos derecho a la libertad y a la iniciativa propia, muy por encima de lo que nos concede el sistema. La democracia representativa, con su irrisoria libertad de expresión y sus derechos constitucionales, sigue siendo, a todas luces, un sistema de represión. Hasta el día de hoy se ha confundido “gobernar” con controlar al pueblo; no sea que se desmande. Pero cuando la conciencia dicta al pueblo que ya sabría automandarse infinitamente mejor de como lo hacen las instituciones establecidas, tarde o temprano surge el choque de trenes. Y por más que sigan pensando que lo tienen todo atado, y bien atado, ese convencimiento no pasa de ser la mera ilusión que la sociedad les ha permitido crearse; pues, quien manda, manda mientras haya quien obedezca. Y si sus armas son meter miedo al pueblo para que siga obedeciendo, las nuestras son acogernos al despido libre y mandarlos a todos al paro, porque no nos gusta cómo están trabajando para nosotros. Casi todas las legislaturas de nuestra democracia han acabado en incumplimiento de contrato; razones, pues, nos sobran, sin mencionar todo lo destapado en lo que va de año.
Cansa ver que, quienes se pasan de listos, nos han tomado a todos por tontos; se olvidaron de los buenos. Cree el ladrón que todos son de su condición. Y no es cierto que no robe solamente quien no puede o no sabe, tampoco roba quien no quiere. De manera que tras  la “merienda de negros”, el “mercado persa” y la “cueva de ladrones”, podríamos adoptar ahora la forma “democracia representativa”: “¡Aquello era una democracia representativa!, tío; allí el que no robaba es que era tonto, macho.”
Nos merecemos más que todo esto; y no algo más, sino mucho más. Pero ya no queda adonde huir; por eso debemos reconstruir. Demoler todo lo viejo y edificar de nuevo. Nos toca modernizar la civilización y tenemos derecho a un lugar donde poder hacerlo. Un lugar en el mundo donde poder establecer un nuevo sistema para la gente sencilla, para los buenos, para los creadores, para los inteligentes, para quienes detestan lo establecido, para quienes sienten náuseas al oír hablar de dinero. Un lugar donde poder olvidarnos del  pasado y proyectarnos exclusivamente hacia el futuro; hacia el país de nuestros hijos. Un país donde no tengamos que soportar la tontería de unos pocos en nombre de las instituciones, las banderas, los gobiernos, las creencias o los intereses económicos. Esta pesadilla absurda que para nada nos ayuda a vivir en paz, ni en equilibrio con la natura ni con nosotros mismos; pasatiempos irracional, para quienes ya no queremos seguir perdiendo más el tiempo. Demasiado “retrasado temporal” para todo un siglo XXI; esto ya no debería ser así. Nuestra travesía por el desierto empezó en mayo del 68, hemos superado con creces los cuarenta años estipulados y seguimos estando en la inopia; y el mediodía de nuestra evolución se alcanzó en el 86, e igualmente seguimos estando en la inopia.
Despertad; abrid los ojos. Creed en vosotros mismos y cambiad vuestra mentalidad. No son, para nada, mejores que nosotros; ellos se creen más listos, pero tampoco. Mentalidad de hombre antiguo es la suya; mentalidad de primer Adán: ¡A la cruz con ellos! Sus tretas ya no deben convencernos, su circo está en vías de extinción. Su fuerza radica en fraccionar la sociedad, enfrentarnos para que no lleguemos a entendernos; pero con nosotros ya no podrán. Hemos crecido; hemos madurado. Ni ateos ni creyentes, ni de izquierdas ni de derechas, ni obrero ni patrón, ni culé ni merengue; ¡colgad todo partidismo en la cruz! Que no nos distraigan más sus astucias. Sus artimañas son un secreto a voces, sus disimulos una incitación a la sospecha, su poder, nuestra bondad, y su estabilidad, nuestra paciencia. ¡Rompedme esas viejas tablas!

Ateos de mi esperanza: “Recordad que en otro tiempo estabais sin Cristo, separados de la nación de Israel, y que no teníais parte en los pactos ni en la promesa de Dios. Vivíais en este mundo, sin Dios y sin esperanza.  Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo.” (Efesios, 2:12-13)
¡Que sus pongáis las pilas, leñe! Que no era religión, sino evolución. Vamos a liar la de Dios es Cristo, porque sabemos que ambos son el hombre; uno, el hombre primero, y el otro, el hijo de ese hombre, que ya en el Apocalipsis se le reconoce como el “león”; y “león” es el ateo, como vosotros. Entended, de una vez, esa vieja leyenda que cuenta que los leones se comían a los cristianos. Que se os tiene que explicar todo, joder.
Amigos míos: hay que darle la vuelta a la tortilla porque esta cara ya está requemada, ¿no oléis?; apesta. Como sigamos así, acabaremos comiendo unos panes como unas hostias. Hay que darle la vuelta a esto y que empiecen a obedecer quienes están acostumbrados a mandar. Establecer que “Cristo” será el hombre futuro, para que quienes hablen en contra de este nuevo Cristo evolutivo sean considerados los verdaderos anticristos. Vamos a organizar un mundo al revés para establecer el verdadero derecho. Un derecho que, como especie, nos viene dado por naturaleza, pero que durante seis milenios ha sido pisoteado por las estúpidas culturas creadas por un hombre absurdo, necio, corto y perezoso.
Ahora sólo falta entender que todo está en nuestras manos y que podemos empezar a cambiar el mundo cuando queramos entendernos. Y esto es, cuando también hayáis aprendido a clavar en la cruz todas estas tendenciosas miserias que nos envuelven, y que encima algunos pretenden que den sentido a nuestra existencia.

viernes, 21 de junio de 2013

El reino de Dios. (...y III)



El reino de Dios. (…y III)


Seamos honestos: Un sistema que se basa en que el 99% de la población aspire a poder formar parte, algún día, del otro 1%, sólo se sostiene hasta que el 50% llega a entender que, por una simple cuestión de matemáticas, eso es una tomadura de pelo elevada a la décima potencia.
Todo lo que el mundo puede ofrecernos ya está visto, y todo lo visto, desfasado, y lo desfasado tiende a desaparecer. Aunque quizá nos encontremos, por primera vez en esta evolución, ante algo que ni siquiera sabe “tender”. Porque, revisada la historia y visto lo visto y vivido lo vivido, creo que ha llegado el momento de empezar a tener fe en el ser humano y creer en nosotros mismos. Porque si no creemos en nosotros mismos, ¿en qué vamos a creer? ¿En una sociedad que sólo nos ve como consumidores para vaciarnos los bolsillos? ¿En religiones que pretenden vendernos vida después de la muerte para poder vaciarnos los bolsillos? ¿En una ideología política que sólo ansía el poder para después vaciarnos los bolsillos? Si ni siquiera deberíamos seguir creyendo ya ni en los bolsillos. Trajes sin bolsillos, eso requiere el momento; así los vaciadores perderían todo interés por nosotros.
“Organización”, esta sería la palabra acorde al momento actual. Pues, pese a las diversas etapas en que se ha ido desenvolviendo la humanidad a lo largo de la historia, las distintas épocas que han conformado nuestra evolución, lo cierto es que nadie se ha molestado jamás en organizar la sociedad. Hasta el día de hoy el mundo ha funcionado, y sorprendentemente se ha llegado hasta donde hemos llegado, por pura iniciativa del individuo al tener que buscarse la vida para no morirse de hambre. Salvo extrañísimas excepciones en pequeños países nórdicos, y aún a partir del siglo XX, nadie se ha tomado jamás la molestia de organizar la sociedad. Y el problema de un sistema establecido en el caos, es que las cosas sólo funcionan por sí mismas hasta que por sí mismas dejan de funcionar. Pues así como la gravedad impide que la inercia sea infinita, tampoco podía ser infinito, por su propia gravedad, el caótico funcionamiento de un sistema basado en el milagro de la casualidad y sus probabilidades.
Sabemos que cuando las cosas van bien, unos se cuelgan medallas como si fuera por méritos propios, y otros nos recuerdan a un tal “Dios” para que sepamos que él ha intercedido por nosotros, incluso para que algunos pudieran colgarse esa medalla. Pero sabemos que, tanto unos como otros, mienten, que sólo andan buscando un sistema fácil y cómodo de sustentación, tal como los retrata Pablo cuando dice “muy ocupados en no hacer nada”, y que todo sigue funcionando gracias al esfuerzo de ese individuo que ha tenido que buscarse la vida para no morirse de hambre él, y convertirse en apadrinador de ciertos huéspedes que viven a sus expensas por decreto. Y encima, ten familia si puedes mantenerla, y si no quédate soltero, o gánate la vida para no ser un muerto de hambre, le dicen unos; y dale gracias a Dios por todo lo que tienes y no te quejes por lo que no tienes, le amonestan los otros.
¿Y si en lugar de decir tantas gilipolleces para vivir del cuento, alguien empezara a preocuparse, para poner un ejemplo, por esas migraciones matinales en las grandes urbes que, inexplicablemente, arrojan un saldo casi idéntico entre la gente que va a trabajar a la ciudad y la que sale de ella para hacerlo fuera, con el consiguiente gasto absurdo de carburante y su contaminación resultada, sin hablar del expendio en peajes? Resolvedme esto. Su causa es el caos imperante. Y si no sabéis, o no podéis, o no queréis, ¿para qué os necesitamos entonces?
¿Para restablecer la religión en las aulas, como en tiempos inmemoriales?
¿Para que nos digáis que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades?
¿Para llenar los mercados con productos fabricados bajo el incumplimiento de todas las normas laborales que aquí nos habríais exigido?
¿Para reimplantar lenguas imperialistas en los sistemas educativos, como en pasadas épocas despóticas?
¿Para contemplar cómo vuestro empeño en mantener un sistema insostenible nos ha llevado a la ruina?
¿Para ver cómo derogáis ahora ciertas leyes cuya imposición costó sangre, sudor y lágrimas?
¿Para hablarnos del lujo de una “sociedad del bienestar” donde más del 50% de los medicamentos que se recetan son ansiolíticos y antidepresivos?
¿Y a esto le llamáis bienestar, y tiempos de paz?
Demasiado circo para tan poco pan. Verdaderamente, estamos ya muy cansados. Hartos de vuestras insignes cruzadas y vuestros delirios de reconquista contra una sociedad que, nunca mejor dicho, gracias a Dios, ya ha perdido esos valores cavernarios que pretendéis reinstaurar defendiéndolos a ultranza. No entendéis la grandeza y la sabiduría que hay en el hecho de que por fin hayan desaparecido. Todavía no habéis entendido siquiera que sois vosotros quienes también acabaréis desapareciendo.
Mientras tanto, puede que os sigamos viendo en el reino de Dios. Eso sí: arremangados, y a pico y pala; como Dios manda.  ¡Cobaaarlllde!