Sabadingo.
“…no
olvidéis que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
(2 Pedro, 3:8) Ni tampoco que no existe más creador que la natura ni más Señor
que el hombre, y que por Cristo debemos entender el producto final de nuestra
evolución: el Hijo del hombre. Y el séptimo día es el día del Señor; poco
importa querer llamarlo sábado o domingo, lo trascendente es querer entender
que se trata del último milenio de nuestra evolución. Por eso dice el nazareno:
“Y la voluntad del que me ha enviado es
que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el
último día. Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo
de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré el último día.”
(Juan, 6:39-40)
Y el último día no es el día del juicio
final, ni mucho menos. El concepto que hasta ahora ha querido entender la
humanidad por “fin del mundo” es totalmente erróneo, pues, tras el juicio
final, nuestra evolución prosigue durante otros mil años. Está escrito en
Apocalipsis: “También vi tronos, y en
ellos estaban sentados los que habían recibido autoridad para juzgar. Vi
también, vivos, a aquellos a quienes habían decapitado por ser fieles al
testimonio de Jesús y al mensaje de Dios. Ellos no habían adorado al monstruo
ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente o en la mano. Y
vi que volvieron a vivir y que reinaron con Cristo mil años.”
(Apocalipsis, 20:4)
Este versículo refleja y resume
perfectamente el razonamiento que estoy exponiendo: “También vi tronos, y en ellos estaban sentados los que habían recibido autoridad
para juzgar”, indica que ya llegó el momento del juicio. “Vi también, vivos, a aquellos a quienes
habían decapitado por ser fieles al testimonio de Jesús y al mensaje de Dios.”
Veamos: a nadie le van a cortar la cabeza, pero sí es cierto que, por lo que
atañe a nuestra trascendencia, siempre han querido considerar como muertos para
la vida eterna a los no bautizados y excomulgados. Pero el mismo conocimiento
que inspira el juicio final, otorgando autoridad para juzgar, desvela la
verdadera realidad de nuestra existencia, permitiendo comprender que el camino
hacia esa eternidad jamás dependió del seguimiento de ciertos rituales
impuestos por la religión, por ni siquiera hallarse en las creencias. Ateos de
mi esperanza: “Ellos no habían adorado al
monstruo ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente o en
la mano.” Por eso, y muy a pesar de estar condenados por toda religión, el
versículo insiste en aclarar: “Y vi
que volvieron a vivir y que reinaron con Cristo mil años.” De lo
que se desprende que, tras ese supuesto “fin del mundo”, todavía quedan otros
mil años de evolución para la humanidad: el último día; llamémosle ¿sabadingo?
Y al hilo de lo expuesto surgen dos
preguntas obligadas: ¿en qué consiste, pues, el fin del mundo? y, si
consideramos a “Cristo” como el producto final de nuestra evolución, ¿cómo
podría reinar esos mil años con nosotros?
Chupao.
Y empezaremos por la segunda. Veamos: a
vuestro criterio, ¿cuándo se encuentra más cerca de sus raíces un embrión: el
día después de su concepción o el día antes de su nacimiento? (Y todos en voz
baja: ¡antes de su nacimiento!) Pues bien: cuando Cristo se presenta por
primera vez en el mundo, no lo hace de cuerpo presente, sino en ADN esparcido entre la humanidad (pueblo elegido, y
fenómeno “diáspora”). Por lo tanto, no se presenta aún como Cristo, sino como
“Cordero”. Para decirlo de una forma más sencilla: no como bebé nacido, sino
como un sietemesino que, ya casi formado, todavía debe permanecer otros dos
meses dentro del vientre de la madre. Igualmente nosotros, que desarrollamos
una evolución de siete mil años, empezamos a ser ahora como una especie de
sietemesinos, en quienes empieza a manifestarse la mente de Cristo, pendientes aún
de permanecer otros mil años dentro del vientre de nuestra madre, que es la
Tierra, hasta que el Cristo quede formado. Y sería precisamente en este nuevo ser
humano, dotado ya con la mente de Cristo, donde nacería el mito del hombre-dios:
Mesías, Cordero de Dios, último Adán, Jesucristo, el Superhombre de Nietzsche,
o mi propio Germinis Dei, siendo esta la explicación de cómo podría Cristo
reinar con el hombre durante esos últimos mil años. Reinará con el hombre porque
está “en” el hombre; argumento que también nos desvelaría el enigma de
“Emmanuel”. Que no es que baje Cristo a reinar con nosotros, sino que, por
evolución, surge de nosotros mismos, y así establecemos el reino.
En cuanto al “fin del mundo”, ¿qué
podría contaros que no hayáis deducido ya? Al establecer el reino de Dios, el
viejo mundo queda en el pasado. El reino de Dios es el mundo futuro, pero,
entendiendo como tal, el futuro de este mundo. No hay más “otro mundo” que el
futuro en éste; tal es la realidad. Ni existe otro “más allá” que el propio
futuro de la humanidad. Y todos los misterios derivan de no haber sabido
entender esto. Pero lo cierto es que cuando la estupidez de la mayoría nos
obliga a llevar una vida infernal, más que el derecho, tenemos casi el deber de
quejarnos para refutarlos y aleccionarlos. Somos modestos, pero no idiotas.
Somos discretos, pero no gilipollas; nuestro silencio no otorga. Callamos, sí,
pero no porque estemos conformes con nada. Observamos, escuchamos, cavilamos e
intentamos comprender lo incomprensible de este mundo. Y por propia modestia solemos
pensar que ciertas situaciones nos sobrepasan y no somos capaces de
entenderlas, cuando en realidad somos nosotros quienes hemos sobrepasado el
nivel de dichas situaciones y conceptos, y por eso carecen de todo sentido para
nosotros. Porque no hay nada que entender. Porque todo lo que acontece en este
mundo es fruto de un absurdo que escapa a toda lógica y a toda razón. Somos
gente de paz inmersa en un mundo de chiflados y violentos rezagados que siguen
vendiendo la paz como una utopía.
Amigos míos, a día de hoy, sólo existe
una utopía: pretender un “más allá” plagado de primates. Inviable. No habrá
lugar para esa clase de hombres en nuestro futuro. No hay lugar para lo absurdo
en el reino de Dios.
“Dices que eres rico, que te ha ido muy bien y
que nada te hace falta; y no te das cuenta de que eres un desdichado,
miserable, pobre, ciego y desnudo. Por
eso te aconsejo que compres de mí, oro refinado en el fuego (sabiduría) para que seas
realmente rico; y que compres de mí, ropas
blancas (conocimiento) para vestirte y cubrir tu vergonzosa
desnudez, y colirio para aplicártelo a los ojos (ciencia) y que veas. Yo reprendo y corrijo a los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y
vuélvete a Dios (natura). Mira,
yo (hombre segundo) estoy llamando a la puerta: si alguien oye
mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. A los vencedores les
daré un lugar conmigo en mi trono (democracia directa), así como
yo vencí y me senté con mi Padre en su trono (en una anterior generación). ¡Quien tenga oídos, oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias! (evolución)”
(Apocalipsis, 3:17-22)