lunes, 4 de noviembre de 2013

El pecado original.


El pecado original.
  

Bíblicamente hablando, “pecado” es sinónimo de defecto. De manera que nuestros defectos son nuestros pecados, el pecado del mundo es el gran defecto del mundo, y el pecado original es el defecto que el ser humano padece, en origen, a consecuencia de su simbiosis evolutiva. Empezamos siendo meros monos parlanchines predestinados a alcanzar lo que bíblicamente se entiende como “Hombre”, pero éste sólo empieza a dar síntomas de su existencia a partir del último milenio de evolución. Hasta entonces, hasta ahora, el ser humano no ha pasado de ser una especie de “chimpanloro” engreído, capaz de armar las más absurdas controversias por dondequiera que haya dejado su huella. Dice la Escritura: “El orgullo del hombre será humillado, la arrogancia humana será abatida, y sólo el Señor será exaltado en aquel día, y hasta el último de los ídolos desaparecerá.” (Isaías, 2:18) Y, ciertamente, no es para menos; basta con revisar nuestra vergonzante historia para querer humillar y abatir el orgullo y la arrogancia del chimpanloro, de este indeseable pero imprescindible “primer Adán” que nos ha conducido hasta el momento actual.
Pero “sólo el Señor será exaltado en aquel día”, y “aquel día” empieza a ser manifiesto a partir de mayo del 68. La evolución nos ha traído un hombre nuevo, distinto, que aboga por hacer el amor y no la guerra, refiriéndose a un amor humano y explícito, y no al de una universal fraternidad hacia un supuesto “prójimo” que todavía no ha sabido entender nadie. Un hombre cuyos conocimientos le acercan al ateísmo, cuya consciencia le aleja de la política y cuya implicación con la natura le conduce hacia la ecología. Un vivo toque de atención y de sentido común que no logra convencer al capitalismo por no aportar ninguna rentabilidad en sus conceptos. Pero ése es “el Señor”. Ahí nace la promesa hecha a Abraham y a su descendencia; ahí empieza a manifestarse “Cristo” en el ser humano.
El pecado original es nuestro defecto de origen; pero ese origen nos queda ya tan lejos que el pecado empieza a estar redimido sin que nadie haya podido percatarse de ello. El generalizado confusionismo que ha establecido la religión sólo ha servido para desorientar nuestro pensamiento, implantando “el pecado del mundo”, que ha consistido en la vehemente presunción de vida después de la muerte. Pero ¿qué dice la Escritura? Pues dice: “El refugio que habíais buscado en las mentiras lo destruirá el granizo, y el agua arrasará vuestro lugar de protección. Vuestro pacto con la muerte será anulado y vuestro contrato con el reino de los muertos quedará sin valor. Vendrá la terrible calamidad, y os aplastará. Cada vez que venga, os arrastrará. Vendrá mañana tras mañana, de día y de noche. Solo escuchar la noticia os hará temblar.” (Isaías, 28:18-19)

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