El pecado del mundo.
Suponer que existe una vida después de
la muerte, para poder así dar sentido a unos textos bíblicos que escapaban a
nuestra comprensión, ha sido, y sigue siendo, el “pecado del mundo”; y su
consecuencia, no haber sabido darle a la vida la importancia que se merece. Y
dándole la vuelta al concepto, resulta que cuando sabemos darle a la vida la
importancia que se merece, es cuando los textos bíblicos empiezan a adquirir
sentido. “Dios no es Dios de muertos,
sino de vivos”, dice la Escritura. Y me viene ahora a la mente la frase de Robert
Heinlein: “La religión es como buscar, a medianoche y en un sótano oscuro, a un gato negro que no está ahí”; de lo que bien
podemos deducir que tampoco había ya ningún misterio para él.
Una vez más: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”, no significa que exista
una vida después de la muerte, sino que, sencillamente, en todo momento las
Escrituras se están refiriendo a los vivos. Y, al analizar la frase con
conocimiento de causa, podemos comprobar que lo que nos están afirmando es, precisamente,
que no hay vida después de la muerte: “Dios
no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos.”
Que la frase, en cuestión, venga precedida
del planteamiento: “Hasta el mismo
Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos
resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!”
(Lucas, 20:37-38) No justifica, en sí misma, que debamos entender que existe
otra vida después de la muerte. Si ahora yo os dijera: “estamos hablando del
Dios de vuestros abuelos, de vuestros bisabuelos y de vuestros tatarabuelos, y aunque
ellos estén ya muertos, si vosotros estáis leyendo esto, para mí todos siguen
vivos”, ¿os estaría haciendo saber que los muertos resucitan?
La humanidad siempre ha intuido que
tenía que haber algo más, y casi ha querido considerarlo como un hecho indiscutible.
Pero que hasta ahora no hayamos sido capaces de entender en qué consistía ese
“algo más”, también es un hecho indiscutible. Por otro lado, la opción atea del
“pues entonces no hay nada”, sólo es aceptable contrapuesta a la religión, pero
no así a la vida. Desde luego que no hay nada en lo que las religiones nos han
estado vendiendo, pero eso no significa que no pueda existir otra explicación.
Que al morir no vaya a quedar nada de nosotros, sólo es cierto si omitimos a la
descendencia. Y el gran misterio de la vida consistía en entender que si
dejamos descendencia, ya no es tan solo que quede algo de nosotros al morir,
sino que en ese algo seguimos avanzando hacia “Cristo”, el hombre futuro, a
través de una cadena de ADN que todavía seguimos construyendo a base de
evolución.
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