viernes, 22 de noviembre de 2013

El "más acá".


El “más acá”.

 
No hay nada después de la muerte. Y lo único que hay, depende totalmente del futuro de la vida en la Tierra; tal es la realidad. No existe ningún “más allá”, y este “más acá” desmoraliza. Las instituciones deberían estar al servicio del pueblo, en vez de tenerlo sometido a esclavitud bajo el consabido pretexto de los deberes y obligaciones para con ellas. Estamos padeciendo una sospechosa regresión en nuestros logros sociales que viene a demostrar que el estancamiento de las instituciones sólo conlleva involución. Ser democráticamente permisivos, tolerantes y respetuosos ha acabado convirtiéndonos en una especie de mojigatos en vías de extinción. Pues, si con el ingreso mensual de dos nóminas no se logra sacar una familia adelante, lo que está fallando ya no somos nosotros. A penas hace cuatro décadas que con una sola fuente de ingresos era posible establecerse; entonces las esposas se quedaban en casa para dedicarse a lo que quisieron llamarle “sus labores”. Y una década más tarde empezaron a integrarse en el mercado laboral, resultando de esa nueva fuente de ingresos la posibilidad de adquirir una segunda residencia para las vacaciones, o disponer de una asistenta en casa porque “la señora trabajaba”. Y estando las cosas así dispuestas, ¿cómo hemos podido acabar de esta manera?
Llevamos un retraso de cuarenta años. Cuarenta años que podrían declararse desiertos por no haber sabido evolucionar en condiciones. Mayo del 68 cambió muchas cosas, pero sólo de puertas para adentro, mientras que la calle sigue regida por un sistema social, caprichosamente enquistado en aras de unos intereses económicos que, a siglo XXI, ya no sólo resultan incomprensibles, sino que andan rozando el absurdo, la incongruencia y la inmoralidad. Un sistema social, por otro lado absolutamente prescindible, al que, por “loco conocido”, la gente teme abandonar ante la inseguridad que siempre genera el “sabio por conocer”. Y gracias a la trepidante acción de las religiones, el mensaje de revelación de futuro que nos habían dejado escrito para cuando llegara este momento, incomprensiblemente lo reconvirtieron en fundamento para la adoración y la sumisión, y así nos han estado mareando durante estos últimos seis mil años.
Pero el tiempo de Adán, la primera versión de hombre, está tocando a su fin. Entre el mono y el Hombre era necesario rebasar la etapa del “chimpanloro”, y, superada ésta, la mentalidad de aquello que estamos predestinados a llegar a ser empieza a manifestarse en nosotros, que ya comenzamos a sentirnos como extranjeros en nuestra propia tierra. El estancamiento del sistema ha provocado que vivamos en una sociedad totalmente desacorde a nuestro tiempo, de suerte que quienes desde mayo del 68 supimos seguir evolucionando, aun confinados en la república independiente de nuestra casa, bien podríamos afirmar ahora que nosotros ya no pertenecemos a este mundo; a este caótico infierno del “sálvese quien pueda” y del “mariquita el último”. Nos sentimos como adolescentes obligados a permanecer de por vida en el parvulario. Y esto cansa y aburre. Y ya no queremos seguir jugando siempre a lo mismo. Tenemos más altas inquietudes y más altos conceptos. Tenemos sed de conocimientos y ansia de evolución. Y ¿quién podrá detener al hermano mayor, en una tierra sin padres, cuando decida independizarse?

Yo les he comunicado tu palabra; pero el mundo los odia porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos son del mundo. Conságralos a ti por medio de la verdad: tu palabra es la verdad. Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío. Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad.
No te ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos.
Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí.
 Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo te conozco, y estos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.
(Juan, 17:14-20, 22-23 y 25-26)

Chimpanloro el que no lo entienda.

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