El “más acá”.
No hay nada después de la muerte. Y lo
único que hay, depende totalmente del futuro de la vida en la Tierra; tal es la
realidad. No existe ningún “más allá”, y este “más acá” desmoraliza. Las
instituciones deberían estar al servicio del pueblo, en vez de tenerlo sometido
a esclavitud bajo el consabido pretexto de los deberes y obligaciones para con
ellas. Estamos padeciendo una sospechosa regresión en nuestros logros sociales
que viene a demostrar que el estancamiento de las instituciones sólo conlleva involución.
Ser democráticamente permisivos, tolerantes y respetuosos ha acabado
convirtiéndonos en una especie de mojigatos en vías de extinción. Pues, si con
el ingreso mensual de dos nóminas no se logra sacar una familia adelante, lo
que está fallando ya no somos nosotros. A penas hace cuatro décadas que con una
sola fuente de ingresos era posible establecerse; entonces las esposas se
quedaban en casa para dedicarse a lo que quisieron llamarle “sus labores”. Y
una década más tarde empezaron a integrarse en el mercado laboral, resultando
de esa nueva fuente de ingresos la posibilidad de adquirir una segunda
residencia para las vacaciones, o disponer de una asistenta en casa porque “la
señora trabajaba”. Y estando las cosas así dispuestas, ¿cómo hemos podido
acabar de esta manera?
Llevamos un retraso de cuarenta años.
Cuarenta años que podrían declararse desiertos por no haber sabido evolucionar
en condiciones. Mayo del 68 cambió muchas cosas, pero sólo de puertas para
adentro, mientras que la calle sigue regida por un sistema social, caprichosamente
enquistado en aras de unos intereses económicos que, a siglo XXI, ya no sólo
resultan incomprensibles, sino que andan rozando el absurdo, la incongruencia y
la inmoralidad. Un sistema social, por otro lado absolutamente prescindible, al
que, por “loco conocido”, la gente teme abandonar ante la inseguridad que siempre
genera el “sabio por conocer”. Y gracias a la trepidante acción de las religiones,
el mensaje de revelación de futuro que nos habían dejado escrito para cuando
llegara este momento, incomprensiblemente lo reconvirtieron en fundamento para
la adoración y la sumisión, y así nos han estado mareando durante estos últimos
seis mil años.
Pero el tiempo de Adán, la primera
versión de hombre, está tocando a su fin. Entre el mono y el Hombre era
necesario rebasar la etapa del “chimpanloro”, y, superada ésta, la mentalidad
de aquello que estamos predestinados a llegar a ser empieza a manifestarse en
nosotros, que ya comenzamos a sentirnos como extranjeros en nuestra propia tierra.
El estancamiento del sistema ha provocado que vivamos en una sociedad
totalmente desacorde a nuestro tiempo, de suerte que quienes desde mayo del 68
supimos seguir evolucionando, aun confinados en la república independiente de
nuestra casa, bien podríamos afirmar ahora que nosotros ya no pertenecemos a este mundo; a este
caótico infierno del “sálvese quien pueda” y del “mariquita el último”. Nos
sentimos como adolescentes obligados a permanecer de por vida en el parvulario.
Y esto cansa y aburre. Y ya no queremos seguir jugando siempre a lo mismo.
Tenemos más altas inquietudes y más altos conceptos. Tenemos sed de
conocimientos y ansia de evolución. Y ¿quién podrá detener al hermano mayor, en
una tierra sin padres, cuando decida independizarse?
“Yo les he
comunicado tu palabra; pero
el mundo los odia porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te
pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos
son del mundo. Conságralos a ti por medio de la
verdad: tu palabra es la verdad. Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío. Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos
sean consagrados por medio de la verdad.”
“No te ruego
solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí al oír el
mensaje de ellos.”
“Les he dado la misma gloria que tú
me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola cosa: yo
en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el mundo
sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí.”
“Padre justo, los que son del mundo no te
conocen; pero yo te conozco, y estos también saben que tú me enviaste. Les he
dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes
esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.”
(Juan, 17:14-20, 22-23 y 25-26)
Chimpanloro el que no lo entienda.
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