lunes, 11 de noviembre de 2013

Amar al prójimo.


Amar al prójimo.

 
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo. (Lucas, 10:27) Clave de claves es este versículo, y mucho más sencillo de lo que pueda parecer si acertamos en los conceptos. Bíblicamente hablando, “Dios” es sinónimo de creador. Ya he dicho en repetidas ocasiones que no hay más “Dios” que la natura ni más “Señor” que el Hombre, concediéndole a la natura la condición de gran creadora. En términos generales, todos somos hijos de la natura, pero también lo somos del hombre, en particular, gracias a su voluntad creadora. Está escrito en Génesis: “Adán volvió a unirse con su esposa, que tuvo un hijo al que llamó Set, pues dijo:Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel, al que Caín mató.” También Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Desde entonces se comenzó a invocar el nombre del Señor.” (Génesis, 4:25-26) De manera que, como entonces, una vez entendida la creación, debemos también empezar a invocar el nombre del Señor. “Dios” es la natura, y “Señor” el hombre con voluntad creadora. ¿Qué deducimos, pues, de todo esto? Que la frase “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo”, sencillamente debe entenderse como: “ama a tu ascendencia, y ama a tu descendencia como a ti mismo”. “Ama al Señor tu Dios”, es ama a tu creador: tu árbol genealógico. Y “ama a tu prójimo como a ti mismo”, es ama a las generaciones venideras que todavía nos separan de “Cristo”, que será el último eslabón de nuestra cadena evolutiva. No olvidéis que “el más pequeño entre vosotros, ése será el más grande.” (Lucas, 9:48) Pura evolución.
Y es que mi amor al prójimo no solamente quiere para él lo que deseo para mí, sino que también pueda llegar a vivir plenamente en lo que para mí siempre ha sido un deseo; pues nuestra herencia no debe consistir en una transmisión de deseos, sino en una serie de realidades que le faciliten una vida en donde ya no tenga que soportar los mismos sufrimientos y calamidades que hemos padecido nosotros. Como dice Pablo: “En todo damos muestras de que somos siervos de Dios, soportando con mucha paciencia los sufrimientos, las necesidades, las estrecheces, los azotes, las prisiones, los alborotos, el trabajo duro, los desvelos y el hambre. También lo demostramos por la pureza de nuestra vida, por nuestro conocimiento de la verdad, por nuestra tolerancia y bondad, por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, por nuestro amor sincero, por nuestro mensaje de verdad y por el poder de Dios en nosotros. Nos servimos de las armas de la rectitud, tanto para el ataque como para la defensa. Unas veces se nos honra y otras se nos ofende. Unas veces se habla bien de nosotros y otras se habla mal. Nos tratan como a mentirosos, pese a que decimos la verdad. Nos tratan como a desconocidos, pese a que somos bien conocidos. Nos tienen por moribundos, pero seguimos viviendo; nos reprimen, pero no nos debilitan. Parecemos tristes, pero siempre estamos contentos; nos tienen por miserables, pero hemos enriquecido a muchos; sin tener nada, somos dueños de todo.” (2 Corintios, 6:4-10)
Sin tener nada, podemos ser dueños de todo: llegó el momento de establecer el reino de Dios. Sea este vuestro amor al prójimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario