Amar al prójimo.
“Ama
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente; y ama a tu prójimo
como a ti mismo.” (Lucas, 10:27) Clave de claves es este
versículo, y mucho más sencillo de lo que pueda parecer si acertamos en los
conceptos. Bíblicamente hablando, “Dios” es sinónimo de creador. Ya he dicho en
repetidas ocasiones que no hay más “Dios” que la natura ni más “Señor” que el
Hombre, concediéndole a la natura la condición de gran creadora. En términos
generales, todos somos hijos de la natura, pero también lo somos del hombre, en
particular, gracias a su voluntad creadora. Está escrito en Génesis: “Adán volvió a unirse con su esposa, que tuvo un hijo
al que llamó Set, pues dijo: “Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel, al que Caín mató.” También
Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Desde entonces se comenzó a invocar el
nombre del Señor.” (Génesis, 4:25-26) De manera que, como entonces, una
vez entendida la creación, debemos también empezar a invocar el nombre del
Señor. “Dios” es la natura, y “Señor” el hombre con voluntad creadora. ¿Qué
deducimos, pues, de todo esto? Que la frase “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo
como a ti mismo”, sencillamente debe entenderse como: “ama a tu ascendencia,
y ama a tu descendencia como a ti mismo”. “Ama
al Señor tu Dios”, es ama a tu creador: tu árbol genealógico. Y “ama a tu prójimo como a ti mismo”, es
ama a las generaciones venideras que todavía nos separan de “Cristo”, que será el
último eslabón de nuestra cadena evolutiva. No olvidéis que “el más pequeño entre vosotros, ése será el más
grande.” (Lucas, 9:48) Pura evolución.
Y es que mi amor al prójimo no solamente
quiere para él lo que deseo para mí, sino que también pueda llegar a vivir
plenamente en lo que para mí siempre ha sido un deseo; pues nuestra herencia no
debe consistir en una transmisión de deseos, sino en una serie de realidades que
le faciliten una vida en donde ya no tenga que soportar los mismos sufrimientos
y calamidades que hemos padecido nosotros. Como dice Pablo: “En todo damos muestras de que somos siervos
de Dios, soportando con mucha paciencia los sufrimientos, las necesidades, las
estrecheces, los azotes, las prisiones, los
alborotos, el trabajo duro, los desvelos y el hambre. También
lo demostramos por la pureza de nuestra vida, por nuestro conocimiento de la verdad,
por nuestra tolerancia y bondad, por la presencia del Espíritu Santo en
nosotros, por nuestro amor sincero, por nuestro
mensaje de verdad y por el poder de Dios en nosotros. Nos servimos de las armas
de la rectitud, tanto para el ataque como para la defensa. Unas
veces se nos honra y otras se nos ofende. Unas veces se habla bien de nosotros
y otras se habla mal. Nos tratan como a mentirosos, pese a que decimos la
verdad. Nos tratan como a desconocidos, pese a que
somos bien conocidos. Nos tienen por moribundos, pero seguimos viviendo; nos
reprimen, pero no nos debilitan. Parecemos tristes,
pero siempre estamos contentos; nos tienen por miserables, pero hemos
enriquecido a muchos; sin tener nada, somos dueños de todo.” (2 Corintios,
6:4-10)
Sin tener nada, podemos ser dueños de
todo: llegó el momento de establecer el reino de Dios. Sea este vuestro amor al
prójimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario