Pero ¿qué grandeza de qué…, ni qué?
Antes de empezar a proclamar como un
poseso la inminente llegada…
¿Os habéis fijado en la cara de memo
baboso que ponen ciertos religiosos tras leernos alguna de las típicas frases
turbias del nazareno, como intentando reflejar en ella la magnitud de la
supuesta profundidad y grandeza de la sabiduría del “Hijo de Dios”, contenida
en aquellas excelsas frases que siempre dejan sin respuesta a todo cuanto se le
pregunta?
Para poner un par de ejemplos:
“Le
dice Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar otra vez
en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús:
Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el
reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, Espíritu es. No te extrañes si te digo:
‘Tenéis que nacer de nuevo.’ El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su
sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del
Espíritu. Respondió Nicodemo, y le dijo: ¿Cómo puede esto hacerse? Respondió
Jesús, y le dijo: ¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto?”
(Juan, 3:4-10)
La pregunta era: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar otra vez en el
vientre de su madre, y nacer?”
Dice la Escritura: “Así como ignoras cuál es el camino del viento, o cómo se forman los
huesos dentro del vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, que
hace una cosa y otra.” (Eclesiastés, 11:5) Pero resulta que ahora ya no
ignoramos ni una cosa ni otra; ¿por qué no íbamos a entender, pues, la obra de
“Dios”? ¿Por qué no habríamos de querer entender la grandeza de la natura?
Otro ejemplo:
“Maestro,
Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos
con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para
darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos,
el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El
segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y
lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos.
Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos
la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Entonces
respondió Jesús: Los hijos de este siglo se casan, y son dados en casamiento;
mas los que son tenidos por dignos de aquel siglo y de la resurrección de los
muertos, ni se casan, ni son dados en casamiento; porque ya no pueden morir;
puesto que son iguales a los ángeles; y son hijos de Dios, cuando son hijos
de la resurrección.” (Lucas, 20:28-36)
La pregunta era: “en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete
estuvieron casados con ella?” Cualquier persona que siga este bloc, o haya
leído “Los 7 truenos del Apocalipsis”, conoce a la perfección las respuestas a
ambas preguntas: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?, y ¿de quién sería
esposa la mujer que se casó con los siete hermanos?, en una hipotética
resurrección que, en este caso, ninguno
de los ocho llegaría a realizar.
Pero el súmmum, de estas “revelaciones”
de Jesús, lo podemos encontrar en el capítulo dieciséis del Evangelio de Juan:
“–Os he dicho estas cosas por medio
de comparaciones, pero viene la hora en que ya no usaré comparaciones, sino que
os hablaré claramente acerca del Padre. Aquel día le pediréis en mi
nombre, y no os digo que yo rogaré por vosotros al Padre, porque el Padre mismo
os ama. Os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que he venido de
Dios. Salí del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para
volver al Padre.”
Entonces
dijeron sus discípulos (puede que con rostro de memo baboso):
–Ahora estás
hablando con claridad, sin usar comparaciones. Ahora vemos que sabes todas las
cosas y que no es necesario que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que
has venido de Dios.” (Y olé!) (Juan,
16:25-30)
De los truenos:
“Todo
lo carnal es perecedero, y no hay vida
después de la muerte.
El único sendero que lleva a la vida eterna, es la vida misma. Salimos
de una cadena de ADN, adquirimos la forma de ser humano y disponemos de un
determinado tiempo para cumplir con la única ley que nos rige: la ley de vida;
y ésta nos exige perpetuar la especie. Podemos agrandar la cadena de ADN de la
que salimos, siendo un eslabón más en nuestros hijos. Para ello, gozamos de
total y absoluta libertad para elegir si queremos hacerlo o no. Como está escrito en Eclesiástico, capítulo quince,
versículos 14 a 17: “Dios creó al
hombre al principio y le dio la libertad de tomar sus decisiones.
Si quieres, puedes cumplir lo que él manda, y puedes ser fiel haciendo
lo que le gusta. Delante de ti tienes fuego y agua: escoge lo que quieras.
Delante de cada uno están la vida y la muerte, y cada uno recibirá lo que elija”.
Y en Deuteronomio, capítulo treinta, versículo 19: “En este día pongo al
cielo y a la tierra por testigos contra vosotros, de que os he dado a elegir
entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Escoged, pues, la
vida, para que viváis vosotros y vuestros descendientes”.
(Los 7 truenos
del Apocalipsis: “La creación”.)
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