jueves, 6 de junio de 2013

Pero ¿qué grandeza de qué..., ni qué?



Pero ¿qué grandeza de qué…, ni qué?


Antes de empezar a proclamar como un poseso la inminente llegada…
¿Os habéis fijado en la cara de memo baboso que ponen ciertos religiosos tras leernos alguna de las típicas frases turbias del nazareno, como intentando reflejar en ella la magnitud de la supuesta profundidad y grandeza de la sabiduría del “Hijo de Dios”, contenida en aquellas excelsas frases que siempre dejan sin respuesta a todo cuanto se le pregunta?
Para poner un par de ejemplos:

Le dice Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?  Respondió Jesús: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es.  No te extrañes si te digo: ‘Tenéis que nacer de nuevo.’ El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu. Respondió Nicodemo, y le dijo: ¿Cómo puede esto hacerse? Respondió Jesús, y le dijo: ¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto?” (Juan, 3:4-10)
La pregunta era: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?
Dice la Escritura: “Así como ignoras cuál es el camino del viento, o cómo se forman los huesos dentro del vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, que hace una cosa y otra.” (Eclesiastés, 11:5) Pero resulta que ahora ya no ignoramos ni una cosa ni otra; ¿por qué no íbamos a entender, pues, la obra de “Dios”? ¿Por qué no habríamos de querer entender la grandeza de la natura?

Otro ejemplo:
Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Entonces respondió Jesús: Los hijos de este siglo se casan, y son dados en casamiento; mas los que son tenidos por dignos de aquel siglo y de la resurrección de los muertos, ni se casan, ni son dados en casamiento; porque ya no pueden morir; puesto que son iguales a los ángeles; y son hijos de Dios, cuando son hijos de la resurrección. (Lucas, 20:28-36)
La pregunta era: “en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?” Cualquier persona que siga este bloc, o haya leído “Los 7 truenos del Apocalipsis”, conoce a la perfección las respuestas a ambas preguntas: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?, y ¿de quién sería esposa la mujer que se casó con los siete hermanos?, en una hipotética resurrección que, en este caso,  ninguno de los ocho llegaría a realizar.

Pero el súmmum, de estas “revelaciones” de Jesús, lo podemos encontrar en el capítulo dieciséis del Evangelio de Juan: “–Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones, pero viene la hora en que ya no usaré comparaciones, sino que os hablaré claramente acerca del Padre. Aquel día le pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré por vosotros al Padre, porque el Padre mismo os ama. Os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que he venido de Dios. Salí del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre.
Entonces dijeron sus discípulos (puede que con rostro de memo baboso):
–Ahora estás hablando con claridad, sin usar comparaciones. Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no es necesario que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de Dios.” (Y olé!)  (Juan, 16:25-30)

De los truenos:
“Todo lo carnal es perecedero, y no  hay  vida  después  de  la muerte.  El único sendero que lleva a la vida eterna, es la vida misma. Salimos de una cadena de ADN, adquirimos la forma de ser humano y disponemos de un determinado tiempo para cumplir con la única ley que nos rige: la ley de vida; y ésta nos exige perpetuar la especie. Podemos agrandar la cadena de ADN de la que salimos, siendo un eslabón más en nuestros hijos. Para ello, gozamos de total y absoluta libertad para elegir si queremos hacerlo o no. Como está  escrito en Eclesiástico, capítulo quince, versículos 14 a 17: “Dios creó al  hombre al principio y le dio la libertad de tomar sus decisiones. Si quieres, puedes cumplir lo que él manda, y puedes ser fiel haciendo lo que le gusta. Delante de ti tienes fuego y agua: escoge lo que quieras. Delante de cada uno están la vida y la muerte, y cada uno recibirá lo que elija”. Y en Deuteronomio, capítulo treinta, versículo 19: “En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra vosotros, de que os he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Escoged, pues, la vida, para que viváis vosotros y vuestros descendientes”.

(Los 7 truenos del Apocalipsis: “La creación”.)

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