miércoles, 12 de junio de 2013

Desde el ático.



Desde el ático.


Hace años, el abuelo de un amigo mío, un anciano que había sobrevivido a la guerra civil española, tuvo a bien darnos un sabio consejo a ambos: Si alguna vez os encontráis ante un conflicto grave, tomad bando. Decid que estáis con unos o que estáis con otros. Porque si decís que no estáis ni con unos ni con otros, recibiréis palos de unos y otros; y lo decía por experiencia.
Estando, pues, tan bien advertido, y siendo mi voluntad la de armar un conflicto, no grave, pero sí atronador, quisiera dejar claro que me incluyo en el bando de los ateos. Pues, del ateísmo procedo, y aunque me pase los días hablándoos del “Dios” bíblico, creo que con mayores argumentos que nadie puedo seguir negando la existencia de esa versión de “Dios” que pretenden vendernos las religiones; ya que, con toda certeza, ese “Dios” que se empeñan en querer creer que existe, sigue siendo una pura invención del hombre, sí o sí.
Y para poner un ejemplo un poco más gráfico, diríamos que los ateos se encuentran en el último piso del bloque, y que yo me he tomado la libertad de acercarme hasta el ático, mientras que los creyentes siguen en el hall del edificio. Con lo cual, mi pos-ateísmo me separa un poco del ateísmo, pero todavía me aleja más de la religión. El único esfuerzo intelectual que os pido, amigos ateos, es que entendáis que se puede hablar de “Dios” sin referirse a, ni estar haciendo, religión alguna. Y os diré más: ésta era la conclusión a la que había que llegar, y el motivo por el cual se crearon las Sagradas Escrituras. El reto más grande de toda nuestra evolución era llegar a superar la religión; vencer al pecado del mundo. Lograr finalmente la victoria sobre la muerte, superando la ignorancia, y descartando que pudiera vencerse por el simple hecho de creer que bastaba con querer creer que se podía vencer, para que, al creer que se podía, se venciera por habérselo creído. Como dice Zarathustra: “por eso es la fe tan poquita cosa”.
 La ciencia nos ha dejado una puerta abierta para poder explicar y entender los “designios secretos de Dios”. Darle la espalda a esa puerta, porque eso podría llegar a considerarse religión, es un error. La ciencia jamás será religión. Más aún, la religión se ha estado nutriendo de la falta de ciencia para poder explicar esos misterios. Y si por fin entendemos que la ciencia ya dispone de respuestas lógicas para dejarlos resueltos, habremos ocupado el espacio de la religión.
De manera que puedo pasarme la vida hablando de “Dios”, de “Cristo”, de matrimonios, de bautismos, de comuniones y de santos, y hacerlo desde la perspectiva que me permite la ciencia, a través de esa puerta que me ha dejado abierta, por el camino de la evolución y la genética, con sus correspondientes cromosomas, sus caracteres adquiridos, sus ácidos desoxirribonucleicos y sus teorías sobre la línea germinal, para incluso atreverme entonces a vaticinar que la humanidad será la gran creadora del hombre que surgirá al final de la evolución y que, por lo tanto, valdría la pena tener un poquito de fe en el ser humano y mucha esperanza en nuestro futuro. Poder pensar que todo esto habrá servido para alguna cosa, y que, al final, de todo esto surgirá algo grande. Y sólo cuando se ha llegado a esta conclusión, cuando se ha subido al ático, es cuando también empieza a entenderse que lo único que siempre pretendieron explicarnos las Escrituras era precisamente esto, y que todo lo demás, las religiones, fueron la burda consecuencia de no haber sabido entenderlo así.
 Y en el ático encontré el testimonio de alguien que ya había estado allí hace siglo y medio. Y comprendí que ese mismo ático debió inspirarle la “montaña” de su Zarathustra. Aquella montaña donde había adquirido su “sabiduría salvaje”: conclusiones solamente asequibles desde uno mismo, al no haber podido ser instruido de nadie por tratarse de conocimientos aún no establecidos.
Amigos míos: Hace muchos millones de años, quizás en una galaxia lejana, muy lejana, o puede que aquí mismo en la Tierra, no lo sé, hubo una vez que alguien optó por tomar una decisión. Y la decisión que tomó aquel hombre, o aquel ser, que tampoco lo sé, fue la de apostar por la vida. Y aquella vez, la vez primera, no tuvo más opción que recurrir a sus propios principios, su lógica y su sentido común, porque ni siquiera disponía de unas “Escrituras” de donde poder extraer alguna referencia. Hubo, sin lugar a dudas, una primera vez, para una primera humanidad devenida según las teorías de Darwin, donde alguien decidió que merecía la pena darle una oportunidad a la natura y sacar adelante aquella evolución, para que futuras generaciones llegasen a presenciar hasta dónde había querido conducirles la sabiduría de la naturaleza. No sé si en una galaxia muy lejana, o aquí mismo en la Tierra, ni tampoco si por decisión de un hombre, o de un ser de otra especie inteligente; pero lo que sí sé, es que, gracias a aquella decisión, hoy nosotros estamos aquí.
Ateos de mi esperanza: Las Escrituras no son religión; religión es lo único que fue capaz de hacer con ellas el primer Adán. Pero hubo también un segundo Adán que en su día supo tomar una sabia decisión, y allí empezó todo. Y hoy nos toca a nosotros tomar esa decisión, para que asimismo empiece también para nosotros ese todo, aquí y ahora. Tomar una decisión para establecer un criterio definitivo, un “juicio final”, que nos libere de todo lo absurdo y nos guíe hacia la única verdad posible de nuestra realidad universal.

¡Gloria al hombre y la natura por los siglos de los siglos!

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