Desde el ático.
Hace años, el abuelo de un amigo mío, un
anciano que había sobrevivido a la guerra civil española, tuvo a bien darnos un
sabio consejo a ambos: Si alguna vez os encontráis ante un conflicto grave,
tomad bando. Decid que estáis con unos o que estáis con otros. Porque si decís
que no estáis ni con unos ni con otros, recibiréis palos de unos y otros; y lo
decía por experiencia.
Estando, pues, tan bien advertido, y
siendo mi voluntad la de armar un conflicto, no grave, pero sí atronador, quisiera
dejar claro que me incluyo en el bando de los ateos. Pues, del ateísmo procedo,
y aunque me pase los días hablándoos del “Dios” bíblico, creo que con mayores
argumentos que nadie puedo seguir negando la existencia de esa versión de
“Dios” que pretenden vendernos las religiones; ya que, con toda certeza, ese
“Dios” que se empeñan en querer creer que existe, sigue siendo una pura
invención del hombre, sí o sí.
Y para poner un ejemplo un poco más
gráfico, diríamos que los ateos se encuentran en el último piso del bloque, y
que yo me he tomado la libertad de acercarme hasta el ático, mientras que los
creyentes siguen en el hall del edificio. Con lo cual, mi pos-ateísmo me separa
un poco del ateísmo, pero todavía me aleja más de la religión. El único
esfuerzo intelectual que os pido, amigos ateos, es que entendáis que se puede
hablar de “Dios” sin referirse a, ni estar haciendo, religión alguna. Y os diré
más: ésta era la conclusión a la que había que llegar, y el motivo por el cual
se crearon las Sagradas Escrituras. El reto más grande de toda nuestra
evolución era llegar a superar la religión; vencer al pecado del mundo. Lograr
finalmente la victoria sobre la muerte, superando la ignorancia, y descartando que
pudiera vencerse por el simple hecho de creer que bastaba con querer creer que
se podía vencer, para que, al creer que se podía, se venciera por habérselo
creído. Como dice Zarathustra: “por eso es la fe tan poquita cosa”.
La
ciencia nos ha dejado una puerta abierta para poder explicar y entender los
“designios secretos de Dios”. Darle la espalda a esa puerta, porque eso podría
llegar a considerarse religión, es un error. La ciencia jamás será religión.
Más aún, la religión se ha estado nutriendo de la falta de ciencia para poder
explicar esos misterios. Y si por fin entendemos que la ciencia ya dispone de
respuestas lógicas para dejarlos resueltos, habremos ocupado el espacio de la
religión.
De manera que puedo pasarme la vida
hablando de “Dios”, de “Cristo”, de matrimonios, de bautismos, de comuniones y
de santos, y hacerlo desde la perspectiva que me permite la ciencia, a través
de esa puerta que me ha dejado abierta, por el camino de la evolución y la
genética, con sus correspondientes cromosomas, sus caracteres adquiridos, sus
ácidos desoxirribonucleicos y sus teorías sobre la línea germinal, para incluso
atreverme entonces a vaticinar que la humanidad será la gran creadora del
hombre que surgirá al final de la evolución y que, por lo tanto, valdría la
pena tener un poquito de fe en el ser humano y mucha esperanza en nuestro
futuro. Poder pensar que todo esto habrá servido para alguna cosa, y que, al
final, de todo esto surgirá algo grande. Y sólo cuando se ha llegado a esta
conclusión, cuando se ha subido al ático, es cuando también empieza a
entenderse que lo único que siempre pretendieron explicarnos las Escrituras era
precisamente esto, y que todo lo demás, las religiones, fueron la burda consecuencia
de no haber sabido entenderlo así.
Y
en el ático encontré el testimonio de alguien que ya había estado allí hace
siglo y medio. Y comprendí que ese mismo ático debió inspirarle la “montaña” de
su Zarathustra. Aquella montaña donde había adquirido su “sabiduría salvaje”: conclusiones
solamente asequibles desde uno mismo, al no haber podido ser instruido de nadie
por tratarse de conocimientos aún no establecidos.
Amigos míos: Hace muchos millones de
años, quizás en una galaxia lejana, muy lejana, o puede que aquí mismo en la
Tierra, no lo sé, hubo una vez que alguien optó por tomar una decisión. Y la
decisión que tomó aquel hombre, o aquel ser, que tampoco lo sé, fue la de apostar
por la vida. Y aquella vez, la vez primera, no tuvo más opción que recurrir a sus
propios principios, su lógica y su sentido común, porque ni siquiera disponía
de unas “Escrituras” de donde poder extraer alguna referencia. Hubo, sin lugar
a dudas, una primera vez, para una primera humanidad devenida según las teorías
de Darwin, donde alguien decidió que merecía la pena darle una oportunidad a la
natura y sacar adelante aquella evolución, para que futuras generaciones
llegasen a presenciar hasta dónde había querido conducirles la sabiduría de la
naturaleza. No sé si en una galaxia muy lejana, o aquí mismo en la Tierra, ni
tampoco si por decisión de un hombre, o de un ser de otra especie inteligente;
pero lo que sí sé, es que, gracias a aquella decisión, hoy nosotros estamos
aquí.
Ateos de mi esperanza: Las Escrituras no
son religión; religión es lo único que fue capaz de hacer con ellas el primer
Adán. Pero hubo también un segundo Adán que en su día supo tomar una sabia decisión,
y allí empezó todo. Y hoy nos toca a nosotros tomar esa decisión, para que
asimismo empiece también para nosotros ese todo, aquí y ahora. Tomar una
decisión para establecer un criterio definitivo, un “juicio final”, que nos
libere de todo lo absurdo y nos guíe hacia la única verdad posible de nuestra realidad
universal.
¡Gloria al hombre y la natura por los
siglos de los siglos!
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