El
reino de Dios. ( I )
Necesitamos este planeta otros mil años
para finalizar nuestra evolución; y vamos mal. Vamos fatal, descendiendo por la
pendiente del “aún peor” y virando peligrosamente a la derecha hacia “lo que
faltaba”. O espabilamos, o esto va a ser un fracaso.
Somos Europa; somos occidente. Desde
siempre hemos sido el hervidero cultural del mundo y la civilización
privilegiada del planeta. Capaces de poner en órbita satélites de
telecomunicaciones, de enviar sondas espaciales, y de realizar todo lo
imaginable por inimaginable que hubiese parecido antaño. Investigadores
incansables de la naturaleza y superadores de escollos en el terreno de la
ciencia y la medicina, vencedores de enfermedades y epidemias, y conocedores de
los principios que rigen el universo; corredores de fondo y de salto de
obstáculos, y seguimos avanzando. ¿Vamos a ser ahora incapaces de organizar una
civilización a la altura de nuestra tecnología y nuestra ciencia? Lo único que
está por encima de nuestras posibilidades es seguir manteniendo, por mucho más
tiempo, este sistema. La única utopía real para el occidente del siglo XXI, es
presuponer un futuro donde siga vigente el sistema actual; ésa es la auténtica
utopía, que nadie se engañe.
Debemos seguir creciendo sin la
imperiosa necesidad imperante de tener que encontrarle una rentabilidad a
nuestro crecimiento; entre otras cosas porque ya es inviable. Si debo elegir
entre la vida o el sistema, optaré por la vida; si he de elegir entre comer o
pagar impuestos, seguiré comiendo; si tengo que elegir entre mi descendencia o
amoldarme a las circunstancias del momento actual, le van a dar tanta morcilla
a todas las circunstancias que envuelven al momento actual que aquí me tenéis,
planteando la necesidad de cambiar el mundo por una simple cuestión de
supervivencia; pues no me resigno a morir dejando a mi linaje una cultura
nefasta por herencia. No le debemos nada
al sistema; es el sistema quien se debe a nosotros. Porque, aunque no lo
parezca, es nuestro sistema, y, como que es nuestro, podemos hacer con él lo
que nos plazca; incluso deshacerlo. ¿Que está montado así? Pues se desmonta. ¿O
vamos a ser eternamente esclavos de las obras creadas por nuestras propias
manos? Que ya no somos tan tontos: que el primer Adán está agonizando; al menos
en occidente.
Ya llega “el reino de Dios”, la última
civilización de la humanidad: una sociedad sin moneda, sin política y sin
religión; la única vía de escape. Porque este sistema se sostiene sobre tres
pilares fundamentales que han resultado ser de barro y se están resquebrajando;
dos de ellos tuvieron que acabar apuntalándose sobre un tercero que ya no puede
con todo, ni por todos. Una sociedad
necesita valores; y los valores de la religión ya no se los cree nadie. Una
sociedad requiere un buen sistema de gobierno; y ni la dictadura gusta, ni la
democracia representativa convence ya a nadie. Soportamos unos valores y
gobiernos que ya no seducen al pueblo; creencias y pseudodemocracias que, a
siglo XXI, sólo se representan a sí mismas. Estados y religiones han tenido que
ampararse bajo el velo de la economía; pues sólo por el poder del dinero pueden
seguir ejerciendo el poder, tanto unos como otros. La propia religión ha
acabado renegando de su Dios para doblegar las rodillas ante el becerro de oro.
Y este era el último escollo a batir,
pues hemos podido desentendernos de la política y la religión, aún inmersos en
la sociedad, pero para poder prescindir de la moneda habrá que cambiar el
sistema; no hay otra. Pues ya no se trata de un factor que pueda resolverse por
iniciativa del individuo, ni siquiera de una ciudad, una comunidad o una
nación; el reino de Dios deberá establecerse para un tercio de la población del
mundo. Y no porque me apetezca anunciarlo así, ni porque sea visionario, que ya
sabéis que no lo soy, sino porque al llegar a este punto de la evolución
siempre se ha resuelto de esta misma manera; y ya sabéis por qué lo sé.
¿Que podría estar equivocado? Por
supuesto. ¿Que la abolición de la moneda es una utopía imposible? Quizás. ¿Que
lo único que se oculta tras mis palabras es una conspiración juedomasónica,
ultra-neo-comunista, anárquico-libertaria, antidemocrática, proetarra y
últimamente incluso endemoniada? Sinceramente, ya hace mucho que todas estas
etiquetas las clavé en la cruz; todo lo viejo ya está muerto para mí, como
debería empezar a estarlo para todos, y como sé que ya lo está para muchos. ¿O
no es cierto que cuando no asistís a los comicios, es porque la democracia
representativa ya está muerta para vosotros? O quienes tenéis hijos y no los
“bautizasteis”, ¿no fue porque también para vosotros la religión ya estaba
muerta?
Aún así estoy dispuesto a lanzar un reto
para los más osados: Admitiré que estoy equivocado cuando vea que alguien ha sido
capaz de hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. ¿Que todos ya sabemos
que eso es imposible? Pues a mentalizarse de que la abolición de la moneda va a
ser posible. Porque ya llega el reino de Dios, y sólo existe una única
explicación para entender que allí no habrá ricos. Y será así por la voluntad
de Dios; de todo dios. Porque el “Dios” bíblico es la humanidad, y humanidad es
el pueblo. Luego “el reino de Dios” será gobernado por el pueblo; empezará con
una democracia directa, y acabará demoliendo la locura del mundo.
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