El reino de Dios. (…y III)
Seamos honestos: Un sistema que se basa
en que el 99% de la población aspire a poder formar parte, algún día, del otro
1%, sólo se sostiene hasta que el 50% llega a entender que, por una simple
cuestión de matemáticas, eso es una tomadura de pelo elevada a la décima
potencia.
Todo lo que el mundo puede ofrecernos ya
está visto, y todo lo visto, desfasado, y lo desfasado tiende a desaparecer.
Aunque quizá nos encontremos, por primera vez en esta evolución, ante algo que
ni siquiera sabe “tender”. Porque, revisada la historia y visto lo visto y
vivido lo vivido, creo que ha llegado el momento de empezar a tener fe en el
ser humano y creer en nosotros mismos. Porque si no creemos en nosotros mismos,
¿en qué vamos a creer? ¿En una sociedad que sólo nos ve como consumidores para
vaciarnos los bolsillos? ¿En religiones que pretenden vendernos vida después de
la muerte para poder vaciarnos los bolsillos? ¿En una ideología política que
sólo ansía el poder para después vaciarnos los bolsillos? Si ni siquiera
deberíamos seguir creyendo ya ni en los bolsillos. Trajes sin bolsillos, eso
requiere el momento; así los vaciadores perderían todo interés por nosotros.
“Organización”, esta sería la palabra
acorde al momento actual. Pues, pese a las diversas etapas en que se ha ido
desenvolviendo la humanidad a lo largo de la historia, las distintas épocas que
han conformado nuestra evolución, lo cierto es que nadie se ha molestado jamás
en organizar la sociedad. Hasta el día de hoy el mundo ha funcionado, y
sorprendentemente se ha llegado hasta donde hemos llegado, por pura iniciativa
del individuo al tener que buscarse la vida para no morirse de hambre. Salvo
extrañísimas excepciones en pequeños países nórdicos, y aún a partir del siglo
XX, nadie se ha tomado jamás la molestia de organizar la sociedad. Y el
problema de un sistema establecido en el caos, es que las cosas sólo funcionan
por sí mismas hasta que por sí mismas dejan de funcionar. Pues así como la
gravedad impide que la inercia sea infinita, tampoco podía ser infinito, por su
propia gravedad, el caótico funcionamiento de un sistema basado en el milagro de
la casualidad y sus probabilidades.
Sabemos que cuando las cosas van bien,
unos se cuelgan medallas como si fuera por méritos propios, y otros nos
recuerdan a un tal “Dios” para que sepamos que él ha intercedido por nosotros,
incluso para que algunos pudieran colgarse esa medalla. Pero sabemos que, tanto
unos como otros, mienten, que sólo andan buscando un sistema fácil y cómodo de
sustentación, tal como los retrata Pablo cuando dice “muy ocupados en no hacer nada”, y que todo sigue funcionando
gracias al esfuerzo de ese individuo que ha tenido que buscarse la vida para no
morirse de hambre él, y convertirse en apadrinador de ciertos huéspedes que
viven a sus expensas por decreto. Y encima, ten familia si puedes mantenerla, y
si no quédate soltero, o gánate la vida para no ser un muerto de hambre, le
dicen unos; y dale gracias a Dios por todo lo que tienes y no te quejes por lo
que no tienes, le amonestan los otros.
¿Y si en lugar de decir tantas
gilipolleces para vivir del cuento, alguien empezara a preocuparse, para poner
un ejemplo, por esas migraciones matinales en las grandes urbes que,
inexplicablemente, arrojan un saldo casi idéntico entre la gente que va a
trabajar a la ciudad y la que sale de ella para hacerlo fuera, con el
consiguiente gasto absurdo de carburante y su contaminación resultada, sin
hablar del expendio en peajes? Resolvedme esto. Su causa es el caos imperante.
Y si no sabéis, o no podéis, o no queréis, ¿para qué os necesitamos entonces?
¿Para restablecer la religión en las
aulas, como en tiempos inmemoriales?
¿Para que nos digáis que hemos estado
viviendo por encima de nuestras posibilidades?
¿Para llenar los mercados con productos
fabricados bajo el incumplimiento de todas las normas laborales que aquí nos
habríais exigido?
¿Para reimplantar lenguas imperialistas
en los sistemas educativos, como en pasadas épocas despóticas?
¿Para contemplar cómo vuestro empeño en
mantener un sistema insostenible nos ha llevado a la ruina?
¿Para ver cómo derogáis ahora ciertas
leyes cuya imposición costó sangre, sudor y lágrimas?
¿Para hablarnos del lujo de una
“sociedad del bienestar” donde más del 50% de los medicamentos que se recetan
son ansiolíticos y antidepresivos?
¿Y a esto le llamáis bienestar, y
tiempos de paz?
Demasiado circo para tan poco pan.
Verdaderamente, estamos ya muy cansados. Hartos de vuestras insignes cruzadas y
vuestros delirios de reconquista contra una sociedad que, nunca mejor dicho,
gracias a Dios, ya ha perdido esos valores cavernarios que pretendéis
reinstaurar defendiéndolos a ultranza. No entendéis la grandeza y la sabiduría
que hay en el hecho de que por fin hayan desaparecido. Todavía no habéis
entendido siquiera que sois vosotros quienes también acabaréis desapareciendo.
Mientras tanto, puede que os sigamos
viendo en el reino de Dios. Eso sí: arremangados, y a pico y pala; como Dios
manda. ¡Cobaaarlllde!
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