viernes, 21 de junio de 2013

El reino de Dios. (...y III)



El reino de Dios. (…y III)


Seamos honestos: Un sistema que se basa en que el 99% de la población aspire a poder formar parte, algún día, del otro 1%, sólo se sostiene hasta que el 50% llega a entender que, por una simple cuestión de matemáticas, eso es una tomadura de pelo elevada a la décima potencia.
Todo lo que el mundo puede ofrecernos ya está visto, y todo lo visto, desfasado, y lo desfasado tiende a desaparecer. Aunque quizá nos encontremos, por primera vez en esta evolución, ante algo que ni siquiera sabe “tender”. Porque, revisada la historia y visto lo visto y vivido lo vivido, creo que ha llegado el momento de empezar a tener fe en el ser humano y creer en nosotros mismos. Porque si no creemos en nosotros mismos, ¿en qué vamos a creer? ¿En una sociedad que sólo nos ve como consumidores para vaciarnos los bolsillos? ¿En religiones que pretenden vendernos vida después de la muerte para poder vaciarnos los bolsillos? ¿En una ideología política que sólo ansía el poder para después vaciarnos los bolsillos? Si ni siquiera deberíamos seguir creyendo ya ni en los bolsillos. Trajes sin bolsillos, eso requiere el momento; así los vaciadores perderían todo interés por nosotros.
“Organización”, esta sería la palabra acorde al momento actual. Pues, pese a las diversas etapas en que se ha ido desenvolviendo la humanidad a lo largo de la historia, las distintas épocas que han conformado nuestra evolución, lo cierto es que nadie se ha molestado jamás en organizar la sociedad. Hasta el día de hoy el mundo ha funcionado, y sorprendentemente se ha llegado hasta donde hemos llegado, por pura iniciativa del individuo al tener que buscarse la vida para no morirse de hambre. Salvo extrañísimas excepciones en pequeños países nórdicos, y aún a partir del siglo XX, nadie se ha tomado jamás la molestia de organizar la sociedad. Y el problema de un sistema establecido en el caos, es que las cosas sólo funcionan por sí mismas hasta que por sí mismas dejan de funcionar. Pues así como la gravedad impide que la inercia sea infinita, tampoco podía ser infinito, por su propia gravedad, el caótico funcionamiento de un sistema basado en el milagro de la casualidad y sus probabilidades.
Sabemos que cuando las cosas van bien, unos se cuelgan medallas como si fuera por méritos propios, y otros nos recuerdan a un tal “Dios” para que sepamos que él ha intercedido por nosotros, incluso para que algunos pudieran colgarse esa medalla. Pero sabemos que, tanto unos como otros, mienten, que sólo andan buscando un sistema fácil y cómodo de sustentación, tal como los retrata Pablo cuando dice “muy ocupados en no hacer nada”, y que todo sigue funcionando gracias al esfuerzo de ese individuo que ha tenido que buscarse la vida para no morirse de hambre él, y convertirse en apadrinador de ciertos huéspedes que viven a sus expensas por decreto. Y encima, ten familia si puedes mantenerla, y si no quédate soltero, o gánate la vida para no ser un muerto de hambre, le dicen unos; y dale gracias a Dios por todo lo que tienes y no te quejes por lo que no tienes, le amonestan los otros.
¿Y si en lugar de decir tantas gilipolleces para vivir del cuento, alguien empezara a preocuparse, para poner un ejemplo, por esas migraciones matinales en las grandes urbes que, inexplicablemente, arrojan un saldo casi idéntico entre la gente que va a trabajar a la ciudad y la que sale de ella para hacerlo fuera, con el consiguiente gasto absurdo de carburante y su contaminación resultada, sin hablar del expendio en peajes? Resolvedme esto. Su causa es el caos imperante. Y si no sabéis, o no podéis, o no queréis, ¿para qué os necesitamos entonces?
¿Para restablecer la religión en las aulas, como en tiempos inmemoriales?
¿Para que nos digáis que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades?
¿Para llenar los mercados con productos fabricados bajo el incumplimiento de todas las normas laborales que aquí nos habríais exigido?
¿Para reimplantar lenguas imperialistas en los sistemas educativos, como en pasadas épocas despóticas?
¿Para contemplar cómo vuestro empeño en mantener un sistema insostenible nos ha llevado a la ruina?
¿Para ver cómo derogáis ahora ciertas leyes cuya imposición costó sangre, sudor y lágrimas?
¿Para hablarnos del lujo de una “sociedad del bienestar” donde más del 50% de los medicamentos que se recetan son ansiolíticos y antidepresivos?
¿Y a esto le llamáis bienestar, y tiempos de paz?
Demasiado circo para tan poco pan. Verdaderamente, estamos ya muy cansados. Hartos de vuestras insignes cruzadas y vuestros delirios de reconquista contra una sociedad que, nunca mejor dicho, gracias a Dios, ya ha perdido esos valores cavernarios que pretendéis reinstaurar defendiéndolos a ultranza. No entendéis la grandeza y la sabiduría que hay en el hecho de que por fin hayan desaparecido. Todavía no habéis entendido siquiera que sois vosotros quienes también acabaréis desapareciendo.
Mientras tanto, puede que os sigamos viendo en el reino de Dios. Eso sí: arremangados, y a pico y pala; como Dios manda.  ¡Cobaaarlllde!

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