Porque es así.
“¿Por
qué tan duro? –dijo un día el carbón al diamante–, ¿no somos acaso parientes
cercanos?”
¿Por
qué tan blandos?, os pregunto yo a
vosotros, hermanos míos: ¿acaso no sois mis hermanos? ¿Por qué tan blandos, tan
dóciles, tan prestos a ceder? ¿Por qué hay tanta renuncia, tanta abdicación en
vuestros corazones? ¿Por qué tan poco destino en vuestra mirada?
Mas
si no queréis ser inexorables destinos, ¿cómo podríais vencer conmigo? Y si
vuestra dureza no quiere levantar chispas, y cortar, y seccionar, ¿cómo
podríais algún día crear conmigo?
Pues los creadores son duros. Y bienaventuranza debéis encontrar en que vuestra
mano imprima su huella sobre milenios, como sobre blanda cera. Bienaventuranza
en escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, más duros que el
bronce, más nobles que el bronce. Sólo lo totalmente duro es lo más noble.
Esta
nueva tabla coloco sobre vosotros, hermanos: ¡haceos duros!
(Así
habló Zarathustra. De las viejas y las nuevas tablas.)
En un proceso evolutivo acelerado, como el
que deduzco que estamos desarrollando, considero que quedaría justificada la introducción
de un elemento externo para estimular la selección natural; una especie de
“filtro” que contribuiría a facilitar
las cosas a la naturaleza cuando el proceso no acaba de ser todo lo natural que
debería.
¿Estaríamos hablando, en tal caso, de
unas Escrituras diseñadas con premeditación, nocturnidad y alevosía? Y pregunto
yo: ¿qué otra cosa se podría esperar de un ateo? Después de todo, las Escrituras se limitan a
reflejar lo que ya sabían que acabaríamos haciendo. Aunque lo más exasperante
de la cuestión, es que se acabaron haciendo así porque lo copiaron de las mismas
Escrituras que ya decían que así lo haríamos. Como dijo el filósofo: pa cagarse, vamos.
¿Puede
haber gente que ahora se sienta engañada? Deberían. Pero no con las Escrituras,
sino con quienes les han estado vendiendo globos basándose en ellas. ¿Acaso
alguna religión consiguió convencer a un solo ateo? Quizás deberíamos empezar
por examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos ¿por qué somos tan pobres de
espíritu; tan influenciables; tan dados a lo absurdo?
Y algunos dirán: “Es que yo sé que tiene
que haber algo más”. Bien sabido; pero no te quedes con la primera pantomima
que te vendan. Dice la Escritura: “¿Acaso
soy yo un Dios de cerca, y no un Dios de lejos?” (Jeremías, 23:23) Y en Apocalipsis
22:13: “Yo soy Alfa y Omega, principio y
fin, el primero y el último” Y también: “Yo Yahveh soy el primero, y yo mismo estoy con los últimos”.
(Isaías, 41:4) Con los últimos: con el segundo Adán; el hombre con
conocimiento.
Mientras tanto, habremos deambulado por
este mundo durante seis mil años, cazando fantasmas, a merced de la libre
interpretación que el primer “animal” de hombre pudiera ser capaz de vislumbrar
en las Escrituras. Pablo incluso se atreve a llamarlo “flaqueza de la carne”: “Vosotros sabéis que en flaqueza de la carne
os prediqué el evangelio al principio, y no desechasteis ni
menospreciasteis mi prueba que estaba en mi carne, antes me recibisteis como a
un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. ¿Dónde está entonces la alegría que
sentíais? Porque yo os doy testimonio de que si hubiese sido posible, os hubierais sacado vuestros propios ojos
para dármelos. ¿Me he vuelto ahora vuestro enemigo por deciros la verdad?”
(Gálatas, 4:13-16) Dos versiones emanadas de un mismo texto. Dos
interpretaciones de unas mismas Escrituras. Las viejas y las nuevas tablas. La
“Piedra de fundamento”, o “la Roca de tropiezo”.
Y posiblemente habrá quien piense: De
acuerdo, supongamos que este loco tiene razón y que estamos llevando a cabo un
proceso evolutivo acelerado que sólo dura siete mil años, que Dios no existe y
que los únicos dioses posibles somos los humanos, que iniciamos la andadura
siendo unos perfectos animales para alcanzar lo que estemos predestinados a
llegar a ser, y que un Hombre, ya perfecto, de una evolución anterior, es el
responsable de que ahora estemos aquí. Pregunta: ¿Por qué razón iban a dejarnos
aquí, a nuestro libre albedrío, conociendo las calamidades que somos capaces de
perpetrar, los crímenes que íbamos a cometer, las desgracias que habríamos de
sufrir, las injusticias que tendríamos que padecer y los engaños que deberíamos
soportar?
Veamos: la pregunta ya es tonta, pero ¿a
quién se le ocurriría decirle a sus progenitores: por qué me dejasteis solo los
nueve primeros meses de mi vida, cuando todavía estaba dentro del vientre de
madre?
Sólo cabría una respuesta: Porque es
así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario