Natura contra cultura;
la batalla final. ( I )
“Y hubo una
batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón
y sus ángeles pelearon, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar
para ellos en el cielo. Así pues, el gran dragón fue expulsado, aquella
serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás y que engaña a todo el mundo.
Él y sus ángeles fueron lanzados a la tierra.
Entonces oí
una fuerte voz en el cielo, que decía: “Ya llegó la salvación, el poder y el
reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido expulsado el
acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de
nuestro Dios. Pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero y por la
palabra de su testimonio; no tuvieron miedo de perder la vida, sino que
estuvieron dispuestos a morir.” (Apocalipsis, 12:7-11)
Que nadie se impresione
por lo de “no tuvieron
miedo de perder la vida, sino que estuvieron dispuestos a morir”, porque
solamente refleja nuestra aceptación de la muerte; es decir: reconocer que no
hay “otra vida después de la muerte”. Nada que ver con el hecho de que, al
morir, la vida continúe; eso lo venimos viendo desde siempre, y por eso estamos
aquí. Nosotros somos el testimonio viviente de que todos nuestros antepasados
existieron; por eso existimos. Y ha sido la natura la que ha hecho posible que
todos ellos estén en cada uno de nosotros; pues, cada uno de nosotros es la
viviente representación de su árbol genealógico. Y nuestra misión consiste en
pasar ahora el testigo a nuestros hijos, para que la vida continúe, hasta
alcanzar a “Cristo”; el Hombre completo.
Éste era el único
misterio. Y la única obligación, no romper la cadena. La vida, de la vida
procede y a la vida se debe; y en más vida desemboca. Pactar con la muerte para
establecer una vida imaginaria, sólo podía acabar en muerte; y en muerte acabó
para muchos. Como advertía Pablo: “En
este caso también están perdidos los que murieron creyendo en Cristo. Si
nuestra esperanza en Cristo solamente se refiere a esta vida, somos los más
desdichados de todos los seres humanos.” (1 Corintios,
15:18-19) ¿De qué iba a ser garantía pasarse esta efímera vida cumpliendo
rituales de fiestas, y normas de comidas y bebidas? ¿Cuánto pan y vino habría
que ingerir para afianzarse la vida eterna? ¿Cómo iban a interceder ciertos
rituales culturales en algo que sólo podía atañer a la natura? No hay color. No
existe más “Dios” que la natura ni más “Señor” que el hombre; esta es la “Ley”.
Porque Ley sólo hay una, y es ley de vida; la “Ley de
Dios” es la ley de la natura. El sentido de nuestra existencia ya nos viene
dado por naturaleza, no es necesario buscarle más explicaciones ni otros
razonamientos; todo está bien explicado y perfectamente razonado y
fundamentado. Somos seres vivos, y el único sentido que, por naturaleza, tiene
nuestra existencia, es la supervivencia. La natura sólo espera de nosotros, y
aún sin demasiadas exigencias, que perpetuemos la especie; porque en esta
perpetuidad hay una evolución, y en esta evolución un futuro. La natura, que
por su sabiduría inherente no ha querido que se perdieran nuestras experiencias
vitales, ha ido almacenándolas en esta auténtica enciclopedia viviente, este
inesperado “libro de la vida”, que es
la cadena de ADN. De manera
que el único sentido que tiene nuestra vida, y el único deber que tenemos como
especie, es sacar esto adelante. Y es en esta realidad inconmovible donde
debemos depositar toda nuestra fe y nuestra esperanza, y no caer en el error
que cometieron las religiones, al vender la esperanza como fundamento de fe, y
la fe como fundamento para la esperanza; de cuya maniobra derivaron una fe y
una esperanza sin fundamento real alguno. Pues, la esperanza en aquello que ha
de verse al final, sólo tiene sentido cuando se ve sustentada por la fe en lo
que se viene viendo desde el principio. De otro modo, es vanidad.
Fe en la humanidad y esperanza en el futuro. Éste es
el mensaje; no hay otro.
En otros tiempos, al mirar hacia mares lejanos se pensaba
en Dios; pero ahora yo os he enseñado a decir: Superhombre.
Dios es una conjetura. Pero quiero que vuestras
conjeturas no vayan más lejos que vuestra voluntad creadora. ¿Podríais vosotros
crear un Dios? ¡No me habléis, entonces, de dioses! Mas el Superhombre sí
podéis crearlo. Quizás no vosotros mismos, hermanos. Pero podríais
transformaros en padres y ascendientes del Superhombre. ¡Sea ésa vuestra mejor
creación!
Dios es una conjetura. Mas yo quiero que vuestras
conjeturas no rebasen lo pensable. ¿Podríais vosotros pensar a Dios? ¡Ojalá que
la voluntad de verdad signifique para vosotros que todo sea transformado en
algo pensable para el hombre, visible para el hombre, palpable para el hombre!
¡Debéis llegar hasta la frontera de vuestro propio sentido!
Y eso que llamáis mundo debe ser creado primero por
vosotros: vuestra razón, vuestra imagen, vuestra voluntad, vuestro amar, deben
devenir ese mundo. ¡Y, en verdad, para vuestra dicha, hombres del conocimiento!
¿Y cómo ibais a soportar la vida sin esta esperanza,
vosotros los que conocéis, si ya de nacimiento no podéis estableceros en lo
incomprensible, ni tampoco en lo irracional?
(Así habló
Zarathustra; de las islas afortunadas.)
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