lunes, 29 de abril de 2013

Natura contra cultura; la batalla final. (I)



Natura contra cultura; la batalla final.  ( I )


Y hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón y sus ángeles pelearon, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así pues, el gran dragón fue expulsado, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás y que engaña a todo el mundo. Él y sus ángeles fueron lanzados a la tierra.
Entonces oí una fuerte voz en el cielo, que decía: “Ya llegó la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios. Pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio; no tuvieron miedo de perder la vida, sino que estuvieron dispuestos a morir.” (Apocalipsis, 12:7-11)

Que nadie se impresione por lo de “no tuvieron miedo de perder la vida, sino que estuvieron dispuestos a morir”, porque solamente refleja nuestra aceptación de la muerte; es decir: reconocer que no hay “otra vida después de la muerte”. Nada que ver con el hecho de que, al morir, la vida continúe; eso lo venimos viendo desde siempre, y por eso estamos aquí. Nosotros somos el testimonio viviente de que todos nuestros antepasados existieron; por eso existimos. Y ha sido la natura la que ha hecho posible que todos ellos estén en cada uno de nosotros; pues, cada uno de nosotros es la viviente representación de su árbol genealógico. Y nuestra misión consiste en pasar ahora el testigo a nuestros hijos, para que la vida continúe, hasta alcanzar a “Cristo”; el Hombre completo.
Éste era el único misterio. Y la única obligación, no romper la cadena. La vida, de la vida procede y a la vida se debe; y en más vida desemboca. Pactar con la muerte para establecer una vida imaginaria, sólo podía acabar en muerte; y en muerte acabó para muchos. Como advertía Pablo: “En este caso también están perdidos los que murieron creyendo en Cristo. Si nuestra esperanza en Cristo solamente se refiere a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos.” (1 Corintios, 15:18-19) ¿De qué iba a ser garantía pasarse esta efímera vida cumpliendo rituales de fiestas, y normas de comidas y bebidas? ¿Cuánto pan y vino habría que ingerir para afianzarse la vida eterna? ¿Cómo iban a interceder ciertos rituales culturales en algo que sólo podía atañer a la natura? No hay color. No existe más “Dios” que la natura ni más “Señor” que el hombre; esta es la “Ley”.
Porque Ley sólo hay una, y es ley de vida; la “Ley de Dios” es la ley de la natura. El sentido de nuestra existencia ya nos viene dado por naturaleza, no es necesario buscarle más explicaciones ni otros razonamientos; todo está bien explicado y perfectamente razonado y fundamentado. Somos seres vivos, y el único sentido que, por naturaleza, tiene nuestra existencia, es la supervivencia. La natura sólo espera de nosotros, y aún sin demasiadas exigencias, que perpetuemos la especie; porque en esta perpetuidad hay una evolución, y en esta evolución un futuro. La natura, que por su sabiduría inherente no ha querido que se perdieran nuestras experiencias vitales, ha ido almacenándolas en esta auténtica enciclopedia viviente, este inesperado “libro de la vida”, que es la cadena de ADN. De manera que el único sentido que tiene nuestra vida, y el único deber que tenemos como especie, es sacar esto adelante. Y es en esta realidad inconmovible donde debemos depositar toda nuestra fe y nuestra esperanza, y no caer en el error que cometieron las religiones, al vender la esperanza como fundamento de fe, y la fe como fundamento para la esperanza; de cuya maniobra derivaron una fe y una esperanza sin fundamento real alguno. Pues, la esperanza en aquello que ha de verse al final, sólo tiene sentido cuando se ve sustentada por la fe en lo que se viene viendo desde el principio. De otro modo, es vanidad.
Fe en la humanidad y esperanza en el futuro. Éste es el mensaje; no hay otro.

En otros tiempos, al mirar hacia mares lejanos se pensaba en Dios; pero ahora yo os he enseñado a decir: Superhombre.
Dios es una conjetura. Pero quiero que vuestras conjeturas no vayan más lejos que vuestra voluntad creadora. ¿Podríais vosotros crear un Dios? ¡No me habléis, entonces, de dioses! Mas el Superhombre sí podéis crearlo. Quizás no vosotros mismos, hermanos. Pero podríais transformaros en padres y ascendientes del Superhombre. ¡Sea ésa vuestra mejor creación!
Dios es una conjetura. Mas yo quiero que vuestras conjeturas no rebasen lo pensable. ¿Podríais vosotros pensar a Dios? ¡Ojalá que la voluntad de verdad signifique para vosotros que todo sea transformado en algo pensable para el hombre, visible para el hombre, palpable para el hombre! ¡Debéis llegar hasta la frontera de vuestro propio sentido!
Y eso que llamáis mundo debe ser creado primero por vosotros: vuestra razón, vuestra imagen, vuestra voluntad, vuestro amar, deben devenir ese mundo. ¡Y, en verdad, para vuestra dicha, hombres del conocimiento!
¿Y cómo ibais a soportar la vida sin esta esperanza, vosotros los que conocéis, si ya de nacimiento no podéis estableceros en lo incomprensible, ni tampoco en lo irracional?

(Así habló Zarathustra; de las islas afortunadas.)

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