Vivir a precio de coste.
Percibir retribución en especie es la
única opción que puede salvar a occidente. Y ahora que digo “especie”, ¿sabíais
que somos la única de todo el universo que utiliza la tontería del sistema
monetario, sus valores de mercado y sus primas de riesgo? Somos la única “especie inteligente” del
universo que, para demostrar su inteligencia, se dedica a complicar las cosas
simples; ¡menuda inteligencia! En nuestro propio planeta, todas las especies
inferiores del reino animal, incluso los insectos, han sobrevivido a tanta
historia como nosotros y han llegado también a siglo XXI prescindiendo de toda
esta majadería. ¿Es así como pretendemos demostrar que somos los inteligentes
del lugar: alardeando de nuestra capacidad para complicarnos la vida? De hecho,
en esto ha consistido la historia de la humanidad hasta ahora: hacernos la vida
imposible unos a otros. ¿Casualidad? ¿Inteligencia? ¿Designio de Dios? Yo digo
que pre-normalidad.
Todos los recursos que necesitamos para
vivir nos los da la natura; gratis. Todas las materias primas que necesitamos para
construir, o fabricar, las extraemos de la natura; gratis. Es cierto que a
veces median determinados procesos de elaboración que encarecen el producto.
¿Por qué? Porque nos lo hemos montado así. ¿Hay sabiduría en el hecho de
ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Existe alguna imperiosa necesidad de tener
que ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Demostramos ser más inteligentes que
nadie poniéndole un precio a todo? De ninguna manera. Si nuestro empeño en
querer demostrar que somos más inteligentes que el resto de animales, se basa
en ponerle un precio a todo cuanto la natura nos da gratis, sólo demostramos ser
los más estúpidos del reino animal.
Y algunos argüirán: es que somos seres
humanos; no somos animales.
Pues bien que somos mamíferos, como otros,
y también nos reproducimos por apareamiento, como todos. ¿En qué nos diferenciamos
del resto de animales, en que somos inteligentes? Esta debería ser la
característica de nuestra especie, no la justificación de la no especie. Somos
animales racionales; pero aún nos queda lejos poder considerarnos seres
inteligentes. ¿O acaso el estado actual de nuestro planeta refleja el
equilibrio de un mundo habitado por seres inteligentes? ¿O alguna vez, en un
pasado reciente o lejano, llegó a reflejarlo? ¿No es cierto que nuestro
verdadero potencial intelectual jamás se ha podido llevar a la práctica por
haberlo delimitado siempre al son de la “utopía”? Y ¿qué es una utopía?:
“Proyecto, idea o sistema irrealizable en el momento en que se concibe o se
plantea”. Gran definición para el animal racional; gran subterfugio para el
primer Adán. Pero para el segundo hombre no pasa de ser una mera estupidez. ¿Qué
podría resultar “irrealizable”, a siglo XXI, a partir del momento en que ya ha
sido concebido o planteado? Cualquier idea puede llevarse a término; salvo que
lo “irrealizable” de la cuestión resida en los intereses creados. Pero la
simple abolición del sistema monetario descrea todo interés; luego sigue siendo
factible.
Decía, al principio, que percibir
retribución en especie era la única salida para occidente; y, como todo, no lo
digo porque sí. Recursos humanos a coste cero podrían convertirnos en los más
competitivos del planeta. Y cobrar salario en especias facilitaría de forma
definitiva la sostenibilidad de una sociedad que, concebida en modo
capitalista, ha derivado ya en lo único que realmente está por encima de
nuestras posibilidades. A mí me da igual percibir lo que necesito, o dinero
para ir a comprármelo. La gran diferencia radica en que, para mantener este
sistema, la cantidad de dinero que debo ganar para poder adquirir esos productos,
es diez veces la del precio real de dichos productos. Recursos humanos a coste
cero y retribución en especie, pondría de nuevo a occidente en órbita.
Cualquier economista que se precie os dirá lo mismo; y si no, quemadle el
título de mi parte.
Ahora bien, que nadie se frote las manos
viendo en mis palabras la oportunidad que andaba esperando. Partimos de la base
de que el reino de Dios se establecerá solamente en una determinada zona del
planeta; lamentablemente no será un proyecto global, porque dos tercios de la
humanidad renunciarán al mismo. Y si la moneda sigue vigente, sólo será para
poder realizar transacciones de importación y exportación, a nivel de gobierno.
El pueblo vivirá sin dinero y trabajando poco, para vivir mucho y bien. Ya no
habrá lugar a la especulación, ni a ningún tipo de explotación, ni motivo
aparente para favorecer el tráfico de narcóticos o armas, o vidas humanas con
destino a la prostitución. Pensad que todas las cosas buenas que se pueden
hacer con el dinero, igualmente se podrían hacer sin dinero, y que todas las
malas cosas que se hacen por dinero, sin dinero ya no se harían. Porque, como
dice Pablo, “la raíz de todos los
males es el amor al dinero,” (1 Timoteo, 6:10), y como dice el
refranero popular, y que me perdonen en el Instituto Pasteur, “muerto el perro,
se acabó la rabia”.
Y si al leer estas líneas pensáis: “todo
esto está muy bien, pero nosotros no lo veremos”, hacedme el favor de iros
suicidando para adelantar acontecimientos. Porque, o bregamos todos para que
sea realidad, o la única alternativa posible será aquella que no desea nadie. Debemos
aprender a crucificar nuestro pasado para no seguir crucificando el futuro de
la humanidad. Cualquier otra elección sería errónea, catastrófica y, en
consecuencia, muy poco inteligente.
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