viernes, 19 de julio de 2013

Vivir a precio de coste.



Vivir a precio de coste.


Percibir retribución en especie es la única opción que puede salvar a occidente. Y ahora que digo “especie”, ¿sabíais que somos la única de todo el universo que utiliza la tontería del sistema monetario, sus valores de mercado y sus primas de riesgo?  Somos la única “especie inteligente” del universo que, para demostrar su inteligencia, se dedica a complicar las cosas simples; ¡menuda inteligencia! En nuestro propio planeta, todas las especies inferiores del reino animal, incluso los insectos, han sobrevivido a tanta historia como nosotros y han llegado también a siglo XXI prescindiendo de toda esta majadería. ¿Es así como pretendemos demostrar que somos los inteligentes del lugar: alardeando de nuestra capacidad para complicarnos la vida? De hecho, en esto ha consistido la historia de la humanidad hasta ahora: hacernos la vida imposible unos a otros. ¿Casualidad? ¿Inteligencia? ¿Designio de Dios? Yo digo que pre-normalidad.
Todos los recursos que necesitamos para vivir nos los da la natura; gratis. Todas las materias primas que necesitamos para construir, o fabricar, las extraemos de la natura; gratis. Es cierto que a veces median determinados procesos de elaboración que encarecen el producto. ¿Por qué? Porque nos lo hemos montado así. ¿Hay sabiduría en el hecho de ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Existe alguna imperiosa necesidad de tener que ponerle un precio a todo? Ninguna. ¿Demostramos ser más inteligentes que nadie poniéndole un precio a todo? De ninguna manera. Si nuestro empeño en querer demostrar que somos más inteligentes que el resto de animales, se basa en ponerle un precio a todo cuanto la natura nos da gratis, sólo demostramos ser los más estúpidos del reino animal.
Y algunos argüirán: es que somos seres humanos; no somos animales.
Pues bien que somos mamíferos, como otros, y también nos reproducimos por apareamiento, como todos. ¿En qué nos diferenciamos del resto de animales, en que somos inteligentes? Esta debería ser la característica de nuestra especie, no la justificación de la no especie. Somos animales racionales; pero aún nos queda lejos poder considerarnos seres inteligentes. ¿O acaso el estado actual de nuestro planeta refleja el equilibrio de un mundo habitado por seres inteligentes? ¿O alguna vez, en un pasado reciente o lejano, llegó a reflejarlo? ¿No es cierto que nuestro verdadero potencial intelectual jamás se ha podido llevar a la práctica por haberlo delimitado siempre al son de la “utopía”? Y ¿qué es una utopía?: “Proyecto, idea o sistema irrealizable en el momento en que se concibe o se plantea”. Gran definición para el animal racional; gran subterfugio para el primer Adán. Pero para el segundo hombre no pasa de ser una mera estupidez. ¿Qué podría resultar “irrealizable”, a siglo XXI, a partir del momento en que ya ha sido concebido o planteado? Cualquier idea puede llevarse a término; salvo que lo “irrealizable” de la cuestión resida en los intereses creados. Pero la simple abolición del sistema monetario descrea todo interés; luego sigue siendo factible.
Decía, al principio, que percibir retribución en especie era la única salida para occidente; y, como todo, no lo digo porque sí. Recursos humanos a coste cero podrían convertirnos en los más competitivos del planeta. Y cobrar salario en especias facilitaría de forma definitiva la sostenibilidad de una sociedad que, concebida en modo capitalista, ha derivado ya en lo único que realmente está por encima de nuestras posibilidades. A mí me da igual percibir lo que necesito, o dinero para ir a comprármelo. La gran diferencia radica en que, para mantener este sistema, la cantidad de dinero que debo ganar para poder adquirir esos productos, es diez veces la del precio real de dichos productos. Recursos humanos a coste cero y retribución en especie, pondría de nuevo a occidente en órbita. Cualquier economista que se precie os dirá lo mismo; y si no, quemadle el título de mi parte.
Ahora bien, que nadie se frote las manos viendo en mis palabras la oportunidad que andaba esperando. Partimos de la base de que el reino de Dios se establecerá solamente en una determinada zona del planeta; lamentablemente no será un proyecto global, porque dos tercios de la humanidad renunciarán al mismo. Y si la moneda sigue vigente, sólo será para poder realizar transacciones de importación y exportación, a nivel de gobierno. El pueblo vivirá sin dinero y trabajando poco, para vivir mucho y bien. Ya no habrá lugar a la especulación, ni a ningún tipo de explotación, ni motivo aparente para favorecer el tráfico de narcóticos o armas, o vidas humanas con destino a la prostitución. Pensad que todas las cosas buenas que se pueden hacer con el dinero, igualmente se podrían hacer sin dinero, y que todas las malas cosas que se hacen por dinero, sin dinero ya no se harían. Porque, como dice Pablo, “la raíz de todos los males es el amor al dinero,” (1 Timoteo, 6:10), y como dice el refranero popular, y que me perdonen en el Instituto Pasteur, “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Y si al leer estas líneas pensáis: “todo esto está muy bien, pero nosotros no lo veremos”, hacedme el favor de iros suicidando para adelantar acontecimientos. Porque, o bregamos todos para que sea realidad, o la única alternativa posible será aquella que no desea nadie. Debemos aprender a crucificar nuestro pasado para no seguir crucificando el futuro de la humanidad. Cualquier otra elección sería errónea, catastrófica y, en consecuencia, muy poco inteligente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario