viernes, 12 de julio de 2013

El pensamiento correcto.



El pensamiento correcto.


Dice Pablo: “…estamos hablando en presencia de Dios y como quienes pertenecen a Cristo. Y todo esto, queridos hermanos, es para vuestra edificación espiritual.
(2 Corintios, 12:19)
En otras palabras: todo esto, es para que os quede bien aprendida la lección. No existe nada oculto, ni divino o sobrenatural, salvo cuanto hayamos querido imaginar que existía. Lo “oculto” era lo no conocido, y el “otro mundo futuro”, el futuro de la humanidad en este mundo. No hay misterios; no hay secretos; no hay caminos inescrutables; solamente hubo endiosamiento de la ignorancia: la aceptación, cual designio de un “Dios”, del hecho de no saber; pobreza de espíritu a todas luces. Con cuánta razón se quejaba de su pueblo el Dios bíblico:
El Señor os dice: “¿Qué de malo encontraron en mí vuestros antepasados, que se alejaron de mí? Se fueron tras dioses que no son nada, y en nada se convirtieron ellos mismos. No se preocuparon de buscarme a mí, que los saqué de Egipto, que los guie por el desierto, tierra seca y llena de barrancos, tierra sin agua, llena de peligros, tierra donde nadie vive, por donde nadie pasa. Yo os traje a esta tierra fértil, para que comierais sus frutos y sus mejores productos. Pero vosotros vinisteis y profanasteis mi tierra, me hicisteis sentir asco de este país, de mi propiedad. Los sacerdotes no me buscaron, los instructores de mi pueblo no me reconocieron, los jefes se rebelaron contra mí y los profetas hablaron en nombre de Baal y siguieron a ídolos que no sirven para nada.
Por eso yo, el Señor, afirmo: Voy a entablar un pleito contra vosotros y contra los hijos de vuestros hijos. Id a las islas de occidente y observad; enviad a alguien a Quedar para que se fije bien, a ver si se ha dado el caso de que una nación pagana haya cambiado a sus dioses. ¡Y eso que son dioses falsos! Pero mi pueblo me ha dejado a mí, que soy su gloria, por ídolos que no sirven para nada. ¡Espántate, cielo, ante esto! ¡Échate a temblar de horror! Yo, el Señor, lo afirmo. “Mi pueblo ha cometido un doble pecado: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron sus propias cisternas, pozos agrietados que no conservan el agua.” (Jeremías, 2:5-13)
Y como decía el nazareno: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de su vientre.” (Juan, 7:37-38)
Quién iba a decirnos que también por ahí se podría sondear lo insondable de “Dios”: descendencia, genética y evolución. Lo único oculto, el futuro. Pero siempre nos quedará parir.
Y entendiendo así las cosas, ¿quién no es capaz de reconocer todavía en ese Dios bíblico al hombre? ¿Quién podría estar tan enojado con quienes se empeñan en querer dar siempre las gracias a nadie por los méritos propios? A quienes se dejaron la piel de los codos sobre la mesa para poder aprobar un examen, y luego creen que lo consiguieron, por intervención divina, en agradecimiento a esa vela que le pusieron a la estampita de la Virgen de Mesarruga de la Punta. O a quienes agradecen al santo de turno que les haya curado de aquella maligna enfermedad, evidentemente resuelta gracias a la competencia del equipo médico que lo asistió. ¿Por qué tan desagradecidos, siempre, para con nosotros mismos? Dice la Escritura: “Como el ladrón se avergüenza cuando lo descubren, así quedará avergonzado Israel, el pueblo, los reyes, los jefes, los sacerdotes y los profetas; pues a un árbol le dicen: ‘Tú eres mi padre’, y a una piedra: ‘Tú eres mi madre.’ A mí, en cambio, me dan la espalda y no la cara.” (Jeremías, 2:26-27) Sólo el “Dios” viviente podría estar así de enojado; sólo el hombre tiene derecho a estar así de indignado. ¿No lo veis?
Las Escrituras sólo pudieron ser obra de quien Pablo define como “último Adán”. Ese “hombre segundo”, largamente anunciado y, tan esperado por la humanidad bajo el sinónimo de Mesías, Cristo, Superhombre, o Hombre superior, perfecto, celestial o finalizado; tanto monta. Fueron escritas, por él, para que pudieran entenderse cuando empezáramos a ser como él, pasado el gran mediodía de nuestra evolución. Y entretanto no pudieran ser entendidas, ¿cuál debió ser el pensamiento correcto? Pues, Darwin; sin  lugar a dudas. ¿Y antes de Darwin?  Pues, nada; a vivir que son dos días, y dejar que la natura condujera a cada cual según su libre albedrío. Quienes tuvieron voluntad creadora, engendraron, y pusieron su eslabón en la cadena que nos ha traído hasta el presente, y quienes no, se perdieron por el camino. Para mí es evidente que nosotros somos el embrión de ese Hombre que dará como resultado nuestra evolución, dentro de mil años. Y quisiera compartir tal evidencia con el mayor número posible de seres humanos, ya que “una multitud de sabios es la salvación del mundo” (Sabiduría, 6:24), y si alguna misión tenemos en este momento, es la de poder garantizar la existencia de este mundo durante esos próximos mil años.
Llegó, pues, el momento de iniciar las reformas. Ahora ya disponemos de nuevos valores donde poder fundamentar una realidad inconmovible: la que nos ofrece la natura por el camino de la vida. Y para quienes los dioses ya están muertos, nos ha sido concedido el honor de poder leer su testamento: heredarán la Tierra quienes hayan creído en la vida. Para los adoradores de la muerte, todo su querido “más allá” por herencia: Aquí nada; y allí nada de nada.

Germinis Dei, secrenatura.blogspot, la Tierra, año de la revelación.

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