martes, 30 de julio de 2013

Objetividad.


Objetividad.


Arruinar la objetividad en pro de la democracia no es el camino; nunca lo fue, y demasiado permisivos hemos sido ya. Todas las opiniones son respetables, nos dice el sistema: yo respeto la tuya y tú debes respetar la mía.
Y ¿dónde queda la objetividad?
La objetividad no existe, aseguran algunos, toda opinión es subjetiva.
Entonces, ¿no existe la razón?
Cada cual tiene la suya, dicen otros.
¿Era ésta la esencia de la democracia: ignorancia para todos?
Recuerdo que antaño se decía: “en el país de los ciegos, el tuerto es rey”. Probablemente debió tratarse de un país muy poco democrático. Pues, de haberlo sido, lo del tuerto se habría quedado en la pura anécdota; una minoría irrelevante; un puto marginado. ¿Es eso bueno? ¿Dónde está el chiste? Porque no acabo de encontrarle la gracia. Si no hay objetividad, no hay razón; y si no hay razón, no hay verdad. Así no debería extrañarnos que la democracia haya acabado siendo una sarta de mentiras; pues detrás de cada una de ellas se esconde una verdad subjetiva, que encima se supone que debemos respetar. El mismo rollo de la religión, aplicado ahora a los estamentos sociales.
Sincera y objetivamente hablando: esto es un cachondeo; pero un cachondeo puro y duro. La democracia nos ha enmarañado el razonamiento hasta llegar al absurdo; y encima ni lo vemos, y nos gusta: ya sea porque nos permite equiparar nuestra opinión a la del sabio, o el valor de nuestro voto al del ilustre. Pero la única verdad es que sólo ha servido para traernos exactamente hasta donde nos encontramos: en la versión más tergiversada de la pura ignorancia; el caos más absoluto y excelso: la gran tribulación.
Y mientrastanto, que los intelectuales sigan componiendo canciones y escribiendo libros, que ya decidiremos si queremos, o no, leerlos y escucharlos. Total, ¿a qué llenarse la cabeza de pensamientos si, gracias al beneplácito de esta maravillosa democracia que los ha relegado a la perpetua condición de puto tuerto marginado, nuestra opinión siempre seguirá valiendo tanto como la suya?
 Amigos míos: a siglo XXI no podemos seguir comportándonos según los criterios establecidos a lo largo de la historia. El “a vivir que son dos días, y los que vengan detrás ya se lo encontrarán”, ya no vale. Superado el siglo XX, determinadas decisiones pueden resultar gravemente nocivas, ya no solo para el ser humano sino también para el medioambiente; circunstancia que en tiempos remotos ni siquiera podía contemplarse. Los avances tecnológicos han cambiado al mundo y, con él, nuestros hábitos sociales; pero no los fundamentos propios de la sociedad. Y ésta sigue rigiéndose por unos valores totalmente desfasados para nuestro presente. Ya de por sí, los valores de la humanidad siempre fueron una farsa, pero pretender sostenerlos, pese a los avances de este último siglo, es lo que está transfigurando el caos en amargura; lo que está convirtiendo nuestra realidad en un absurdo incomprensible, dado que podrían contarse por centenares las cosas que a siglo XXI ya no tienen ningún sentido, ni razón de seguir siendo.
Crucificar el futuro de la humanidad, en aras de un presente amparado bajo el velo de arcaicas creencias antediluvianas, resulta una pésima herencia para nuestros sucesores. Seguir defendiendo, en la actualidad, una trascendencia del ser humano totalmente desvinculada de las realidades inconmovibles de la natura, es el más nocivo de todos los daños. Pues, la esperanza en una vida de ultratumba centra la atención del creyente en vanas expectativas culturales que, aun inconscientemente, le llevan a menospreciar el valor de la única y verdadera vida real, presente y futura, que es la biológica. Y, por otro lado, también inducen al no creyente a concluir que todo esto es un cuento y que aquí no hay, ni allí habrá, nada más; con lo cual, la opción más sugerente siempre acaba siendo la de vivir la vida al momento y que me quiten lo bailao.
Pero, como dice Pablo: “Todo me está permitido; sí, pero no todo conviene. Todo me está permitido, pero no todo edifica. Que nadie, pues, busque su propio bien sino el bien de los demás.” (1 Corintios, 10:23-24)
Porque tampoco el “que me quiten lo bailao” nos vale de mucho ante un presente que sigue careciendo de respuesta para las generaciones venideras. Unas generaciones que urge empezar a entender como la prolongación de nosotros mismos abriéndose camino hacia Cristo, el Hombre futuro; único sentido de nuestra existencia y destino final de nuestra evolución. La objetividad que hasta ahora fueron incapaces de alcanzar las religiones, siempre se encontró en la natura; pues no existe más verdad que nuestra propia razón de ser, y en ella debemos encontrar los parámetros para asentar las bases de nuestro futuro. Todas las respuestas están en lo que somos, y las incógnitas y obligaciones en lo que aún podemos y debemos llegar a ser. Este es el sentido de la vida y la única verdad de nuestra existencia.

Y todo esto, una muestra de que la objetividad también existe. 

¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.
(Antonio Machado)

¡Paz, a vosotros que ya estáis cerca, y a quienes aún estéis lejos!
 
¡Gloria al hombre y la natura por los siglos de los siglos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario