Si
vierais con mis ojos…
De llamarme Noé, familia, investigación,
tecnología y ciencia, sería cuanto metería en mi arca; todo lo demás puede
llevárselo el aguacero. De nuestro mundo actual, de este aún incomprendido
infierno, todo lo demás no vale para nada. Estamos viviendo una locura que
hemos querido aceptar, casi con normalidad, como si formara parte de nuestro propio
ecosistema, cuando únicamente se debe a razones culturales. Urge aprender a
distinguir, ya, cultura de natura. Aceptamos las cosas porque sí, porque así
son y así fueron siempre, sin cuestionarlas siquiera. A nadie le discutiré que
el cielo siempre será azul, eso es natura, pero, ¿cómo puedo aceptar que un
gramo de papel, cuyo precio de mercado rondaría el céntimo de euro, coloreado
de violeta pueda tener un valor de 500 €, de amarillo 200 € o de verde 100 €?
¿Cómo podemos darle tantísimo valor a algo que en sí mismo no lo tiene? Porque,
aunque la mona se vista de seda… sigue siendo papel; como el que usamos en casa
para limpiarnos el culo: papel. Y si alguien pretende hacernos creer que existe
suficiente oro en el mundo como para avalar todo el papel moneda que ronda
impreso por el planeta, es que aún no ha entendido a quién tendrá que rendir
cuentas. Basta con recordar el déficit de todos los países de mundo, esos
billones o trillones de euros y de dólares, ya gastados, cuya equivalencia en
oro se supone que debería ser real. Anda, tráeme oro para cubrir eso, ¡espabi!
Desde siempre ha sido todo una gran
mentira. Después de la religión, el gran negocio del mundo ha sido la banca.
Todo falsedad; agudizamiento de ingenio para vivir del engaño a costa de la
bondad de la gente. Pero incluso la paciencia de la buena gente tiene un
límite, y quien marca ese límite es la propia natura, vía supervivencia de la
especie. No podemos someternos a las reglas de un sistema enfermo y moribundo,
para intentar salvarlo a costa de nuestra propia extinción; es de locura. Una
simple vida humana tiene muchísimo más valor que cualquier sistema habido o por
haber, porque en la vida es donde reside nuestra propia razón de ser, mientras que
un sistema no tiene ninguna razón de ser en sí mismo; se sostiene por la
voluntad de quien lo estableció. Y ¿cómo tolerar, pues, que un sistema creado
por circunstancias culturales pueda ahora arremeter contra las realidades
naturales? ¿Puede “el sistema” llegar a creer que tiene vida propia y rebelarse
contra los verdaderos seres vivos que lo crearon? ¿O quizás hay alguien, detrás,
manejando sus hilos?
Dice la Escritura: “El rey de Asiria ha dicho: “Yo lo he hecho
con mi propia fuerza; soy inteligente, y he hecho los planes. Yo he cambiado
las fronteras de las naciones, me he apoderado de sus riquezas y, como un valiente,
he derribado a los reyes. He puesto mi mano en las riquezas de los pueblos, me
he apoderado de toda la tierra como quien toma de un nido unos huevos
abandonados, sin nadie que moviera las alas, sin nadie que abriese el pico y
chillara.”
Pero, ¿acaso
puede el hacha creerse más importante que el que la maneja? ¿La sierra más que
el que la mueve? ¡Como si el bastón, que no es más que un palo, fuera el que
moviera al hombre que lo lleva!
Por tanto,
el Señor todopoderoso va a dejar sin fuerzas a esos que son tan robustos, y hará
que les arda el cuerpo con el fuego de la fiebre. El Dios Santo, luz de Israel,
se convertirá en llama de fuego, y en un día quemará y destruirá todos los
espinos y matorrales que hay en el país. Destruirá completamente la belleza de
sus bosques y sus huertos: los dejará como un enfermo que ya no tiene fuerzas. Y
serán tan pocos los árboles que queden en el bosque, que hasta un niño los
podrá contar. En aquel tiempo, los pocos que hayan quedado de Israel, aquellos
del pueblo de Jacob que se hayan salvado, no volverán a apoyarse en el que los
destruyó, sino que se apoyarán firmemente en el Señor, el Dios Santo de Israel.
Unos cuantos del pueblo de Jacob se volverán hacia el Dios invencible. Aunque
tu pueblo, Israel, sea tan numeroso como los granos de arena del mar, solo unos
pocos volverán. La destrucción está decidida y se hará justicia por completo.
Porque el Señor todopoderoso ha decidido la destrucción y la va a llevar a cabo
en todo el país.” (Isaías, 10:13-23)
Que nadie quiera confundirnos ya más:
nosotros, el tercio de la humanidad que acabará siendo ADN en Cristo, somos ese
“Dios” bíblico, y estamos hartos de todo esto. La destrucción está decidida: el
viejo mundo se desvanece y el hombre nuevo empuja. Llegó el tiempo, la hora y
el momento. Nada nuevo; sólo un paso más en nuestro proceso evolutivo. Siempre
se trató de esto. Recordad las palabras de Pablo: “Un testamento no tiene valor mientras vive el que lo otorga, sino solo
después de su muerte.” (Hebreos, 9:17) Y sólo con ojos ateos
podíamos adivinar el designio secreto de “Dios” escondido en las Escrituras. Pues
la lectura del testamento queda excluida a quienes siguen manteniendo viva la
creencia, porque su fe les impide comprender el contexto real de las mismas,
dada su predisposición a lo absurdo.
Si tenemos inteligencia para ver que las
interpretaciones que la religión hizo de los textos bíblicos se acercan más al
cuento chino que a la verdad, es que ya estamos preparados para establecer el
verdadero reino de Dios y realizar cuantas utopías seamos capaces de imaginar.
Esta era la prueba a superar, y este es el reto que debemos asumir ahora,
procurando ese cambio de mentalidad que nos liberará del lavado de cerebro que
el capitalismo ha estado ejerciendo sobre nuestras mentes. El último vestigio
de esclavitud que todavía le queda por superar al género humano, es el del poder
del dinero. Seamos inteligentes, lógicos y consecuentes.
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