jueves, 25 de julio de 2013

Si vierais con mis ojos...


Si vierais con mis ojos…
 
De llamarme Noé, familia, investigación, tecnología y ciencia, sería cuanto metería en mi arca; todo lo demás puede llevárselo el aguacero. De nuestro mundo actual, de este aún incomprendido infierno, todo lo demás no vale para nada. Estamos viviendo una locura que hemos querido aceptar, casi con normalidad, como si formara parte de nuestro propio ecosistema, cuando únicamente se debe a razones culturales. Urge aprender a distinguir, ya, cultura de natura. Aceptamos las cosas porque sí, porque así son y así fueron siempre, sin cuestionarlas siquiera. A nadie le discutiré que el cielo siempre será azul, eso es natura, pero, ¿cómo puedo aceptar que un gramo de papel, cuyo precio de mercado rondaría el céntimo de euro, coloreado de violeta pueda tener un valor de 500 €, de amarillo 200 € o de verde 100 €? ¿Cómo podemos darle tantísimo valor a algo que en sí mismo no lo tiene? Porque, aunque la mona se vista de seda… sigue siendo papel; como el que usamos en casa para limpiarnos el culo: papel. Y si alguien pretende hacernos creer que existe suficiente oro en el mundo como para avalar todo el papel moneda que ronda impreso por el planeta, es que aún no ha entendido a quién tendrá que rendir cuentas. Basta con recordar el déficit de todos los países de mundo, esos billones o trillones de euros y de dólares, ya gastados, cuya equivalencia en oro se supone que debería ser real. Anda, tráeme oro para cubrir eso, ¡espabi!
Desde siempre ha sido todo una gran mentira. Después de la religión, el gran negocio del mundo ha sido la banca. Todo falsedad; agudizamiento de ingenio para vivir del engaño a costa de la bondad de la gente. Pero incluso la paciencia de la buena gente tiene un límite, y quien marca ese límite es la propia natura, vía supervivencia de la especie. No podemos someternos a las reglas de un sistema enfermo y moribundo, para intentar salvarlo a costa de nuestra propia extinción; es de locura. Una simple vida humana tiene muchísimo más valor que cualquier sistema habido o por haber, porque en la vida es donde reside nuestra propia razón de ser, mientras que un sistema no tiene ninguna razón de ser en sí mismo; se sostiene por la voluntad de quien lo estableció. Y ¿cómo tolerar, pues, que un sistema creado por circunstancias culturales pueda ahora arremeter contra las realidades naturales? ¿Puede “el sistema” llegar a creer que tiene vida propia y rebelarse contra los verdaderos seres vivos que lo crearon? ¿O quizás hay alguien, detrás, manejando sus hilos?
Dice la Escritura: El rey de Asiria ha dicho: “Yo lo he hecho con mi propia fuerza; soy inteligente, y he hecho los planes. Yo he cambiado las fronteras de las naciones, me he apoderado de sus riquezas y, como un valiente, he derribado a los reyes. He puesto mi mano en las riquezas de los pueblos, me he apoderado de toda la tierra como quien toma de un nido unos huevos abandonados, sin nadie que moviera las alas, sin nadie que abriese el pico y chillara.”
Pero, ¿acaso puede el hacha creerse más importante que el que la maneja? ¿La sierra más que el que la mueve? ¡Como si el bastón, que no es más que un palo, fuera el que moviera al hombre que lo lleva!
Por tanto, el Señor todopoderoso va a dejar sin fuerzas a esos que son tan robustos, y hará que les arda el cuerpo con el fuego de la fiebre. El Dios Santo, luz de Israel, se convertirá en llama de fuego, y en un día quemará y destruirá todos los espinos y matorrales que hay en el país. Destruirá completamente la belleza de sus bosques y sus huertos: los dejará como un enfermo que ya no tiene fuerzas. Y serán tan pocos los árboles que queden en el bosque, que hasta un niño los podrá contar. En aquel tiempo, los pocos que hayan quedado de Israel, aquellos del pueblo de Jacob que se hayan salvado, no volverán a apoyarse en el que los destruyó, sino que se apoyarán firmemente en el Señor, el Dios Santo de Israel. Unos cuantos del pueblo de Jacob se volverán hacia el Dios invencible. Aunque tu pueblo, Israel, sea tan numeroso como los granos de arena del mar, solo unos pocos volverán. La destrucción está decidida y se hará justicia por completo. Porque el Señor todopoderoso ha decidido la destrucción y la va a llevar a cabo en todo el país.” (Isaías, 10:13-23)
Que nadie quiera confundirnos ya más: nosotros, el tercio de la humanidad que acabará siendo ADN en Cristo, somos ese “Dios” bíblico, y estamos hartos de todo esto. La destrucción está decidida: el viejo mundo se desvanece y el hombre nuevo empuja. Llegó el tiempo, la hora y el momento. Nada nuevo; sólo un paso más en nuestro proceso evolutivo. Siempre se trató de esto. Recordad las palabras de Pablo: “Un testamento no tiene valor mientras vive el que lo otorga, sino solo después de su muerte.” (Hebreos, 9:17) Y sólo con ojos ateos podíamos adivinar el designio secreto de “Dios” escondido en las Escrituras. Pues la lectura del testamento queda excluida a quienes siguen manteniendo viva la creencia, porque su fe les impide comprender el contexto real de las mismas, dada su predisposición a lo absurdo.
Si tenemos inteligencia para ver que las interpretaciones que la religión hizo de los textos bíblicos se acercan más al cuento chino que a la verdad, es que ya estamos preparados para establecer el verdadero reino de Dios y realizar cuantas utopías seamos capaces de imaginar. Esta era la prueba a superar, y este es el reto que debemos asumir ahora, procurando ese cambio de mentalidad que nos liberará del lavado de cerebro que el capitalismo ha estado ejerciendo sobre nuestras mentes. El último vestigio de esclavitud que todavía le queda por superar al género humano, es el del poder del dinero. Seamos inteligentes, lógicos y consecuentes.

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