jueves, 5 de septiembre de 2013

Sabadingo.


Sabadingo.

 
        “…no olvidéis que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. (2 Pedro, 3:8) Ni tampoco que no existe más creador que la natura ni más Señor que el hombre, y que por Cristo debemos entender el producto final de nuestra evolución: el Hijo del hombre. Y el séptimo día es el día del Señor; poco importa querer llamarlo sábado o domingo, lo trascendente es querer entender que se trata del último milenio de nuestra evolución. Por eso dice el nazareno: “Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el último día. Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré el último día.” (Juan, 6:39-40)
Y el último día no es el día del juicio final, ni mucho menos. El concepto que hasta ahora ha querido entender la humanidad por “fin del mundo” es totalmente erróneo, pues, tras el juicio final, nuestra evolución prosigue durante otros mil años. Está escrito en Apocalipsis: “También vi tronos, y en ellos estaban sentados los que habían recibido autoridad para juzgar. Vi también, vivos, a aquellos a quienes habían decapitado por ser fieles al testimonio de Jesús y al mensaje de Dios. Ellos no habían adorado al monstruo ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente o en la mano. Y vi que volvieron a vivir y que reinaron con Cristo mil años.” (Apocalipsis, 20:4)
Este versículo refleja y resume perfectamente el razonamiento que estoy exponiendo: “También vi tronos, y en ellos estaban sentados los que habían recibido autoridad para juzgar”, indica que ya llegó el momento del juicio. “Vi también, vivos, a aquellos a quienes habían decapitado por ser fieles al testimonio de Jesús y al mensaje de Dios.” Veamos: a nadie le van a cortar la cabeza, pero sí es cierto que, por lo que atañe a nuestra trascendencia, siempre han querido considerar como muertos para la vida eterna a los no bautizados y excomulgados. Pero el mismo conocimiento que inspira el juicio final, otorgando autoridad para juzgar, desvela la verdadera realidad de nuestra existencia, permitiendo comprender que el camino hacia esa eternidad jamás dependió del seguimiento de ciertos rituales impuestos por la religión, por ni siquiera hallarse en las creencias. Ateos de mi esperanza: “Ellos no habían adorado al monstruo ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente o en la mano.” Por eso, y muy a pesar de estar condenados por toda religión, el versículo insiste en aclarar: “Y vi que volvieron a vivir y que reinaron con Cristo mil años.” De lo que se desprende que, tras ese supuesto “fin del mundo”, todavía quedan otros mil años de evolución para la humanidad: el último día; llamémosle ¿sabadingo?
Y al hilo de lo expuesto surgen dos preguntas obligadas: ¿en qué consiste, pues, el fin del mundo? y, si consideramos a “Cristo” como el producto final de nuestra evolución, ¿cómo podría reinar esos mil años con nosotros?
Chupao.
Y empezaremos por la segunda. Veamos: a vuestro criterio, ¿cuándo se encuentra más cerca de sus raíces un embrión: el día después de su concepción o el día antes de su nacimiento? (Y todos en voz baja: ¡antes de su nacimiento!) Pues bien: cuando Cristo se presenta por primera vez en el mundo, no lo hace de cuerpo presente, sino en ADN esparcido entre la humanidad (pueblo elegido, y fenómeno “diáspora”). Por lo tanto, no se presenta aún como Cristo, sino como “Cordero”. Para decirlo de una forma más sencilla: no como bebé nacido, sino como un sietemesino que, ya casi formado, todavía debe permanecer otros dos meses dentro del vientre de la madre. Igualmente nosotros, que desarrollamos una evolución de siete mil años, empezamos a ser ahora como una especie de sietemesinos, en quienes empieza a manifestarse la mente de Cristo, pendientes aún de permanecer otros mil años dentro del vientre de nuestra madre, que es la Tierra, hasta que el Cristo quede formado. Y sería precisamente en este nuevo ser humano, dotado ya con la mente de Cristo, donde nacería el mito del hombre-dios: Mesías, Cordero de Dios, último Adán, Jesucristo, el Superhombre de Nietzsche, o mi propio Germinis Dei, siendo esta la explicación de cómo podría Cristo reinar con el hombre durante esos últimos mil años. Reinará con el hombre porque está “en” el hombre; argumento que también nos desvelaría el enigma de “Emmanuel”. Que no es que baje Cristo a reinar con nosotros, sino que, por evolución, surge de nosotros mismos, y así establecemos el reino.
En cuanto al “fin del mundo”, ¿qué podría contaros que no hayáis deducido ya? Al establecer el reino de Dios, el viejo mundo queda en el pasado. El reino de Dios es el mundo futuro, pero, entendiendo como tal, el futuro de este mundo. No hay más “otro mundo” que el futuro en éste; tal es la realidad. Ni existe otro “más allá” que el propio futuro de la humanidad. Y todos los misterios derivan de no haber sabido entender esto. Pero lo cierto es que cuando la estupidez de la mayoría nos obliga a llevar una vida infernal, más que el derecho, tenemos casi el deber de quejarnos para refutarlos y aleccionarlos. Somos modestos, pero no idiotas. Somos discretos, pero no gilipollas; nuestro silencio no otorga. Callamos, sí, pero no porque estemos conformes con nada. Observamos, escuchamos, cavilamos e intentamos comprender lo incomprensible de este mundo. Y por propia modestia solemos pensar que ciertas situaciones nos sobrepasan y no somos capaces de entenderlas, cuando en realidad somos nosotros quienes hemos sobrepasado el nivel de dichas situaciones y conceptos, y por eso carecen de todo sentido para nosotros. Porque no hay nada que entender. Porque todo lo que acontece en este mundo es fruto de un absurdo que escapa a toda lógica y a toda razón. Somos gente de paz inmersa en un mundo de chiflados y violentos rezagados que siguen vendiendo la paz como una utopía.
Amigos míos, a día de hoy, sólo existe una utopía: pretender un “más allá” plagado de primates. Inviable. No habrá lugar para esa clase de hombres en nuestro futuro. No hay lugar para lo absurdo en el reino de Dios.






      Dices que eres rico, que te ha ido muy bien y que nada te hace falta; y no te das cuenta de que eres un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por eso te aconsejo que compres de mí, oro refinado en el fuego (sabiduría) para que seas realmente rico; y que compres de mí, ropas blancas (conocimiento) para vestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y colirio para aplicártelo a los ojos (ciencia) y que veas. Yo reprendo y corrijo a los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios (natura). Mira, yo (hombre segundo) estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. A los vencedores les daré un lugar conmigo en mi trono (democracia directa), así como yo vencí y me senté con mi Padre en su trono (en una anterior generación). ¡Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias! (evolución)
(Apocalipsis, 3:17-22)
 

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