Rebeldes.
Que todos los seres humanos tengamos los
mismos derechos no significa que todos seamos iguales; pues, por naturaleza,
siempre los habrá más agraciados unos que otros. De no ser así, sólo existirían
los partidos cristianodemócratas, dado que todos estaríamos dispuestos a
compartir su habitual apología de la sumisión; pues impedir la libertad del
individuo en nombre de las instituciones, creencias, gobiernos o naciones, sólo
es una muestra más de su inherente apología de la sumisión. Y no todos somos
así, porque el espíritu de Cristo no es así, sino todo lo contrario. También
por naturaleza, resulta que Cristo es anarquista, y que los anarquistas sólo son
capaces de hacer las cosas por convicción; no por sumisión. Las únicas “cosas”
que un anarquista es capaz de comprender que “son así”, son las sujetas a las
leyes universales establecidas por la misma natura que, curiosamente, rige todo
el universo; tales son las “realidades
inconmovibles” a las que se refiere Pablo en sus cartas. Las cosas son como
son y son lo que son, y nosotros somos como somos y somos lo que somos, y por
ello permanecemos sujetos a las leyes de la natura. Y, nos guste o no, nos
parezca bien o no, o queramos o no, ésta sí es una realidad inconmovible.
El ser humano está sujeto a una serie de
necesidades biológicas, o fisiológicas si lo preferís, que debe respetar para
preservar la supervivencia y, a partir de ahí, no hay otra obligación; que se
sepa. De manera que todos los juegos creados por el chimpanloro, tocando a las
leyes del sometimiento, se alejan sobremanera del libre albedrío que la natura quiso
disponer para el hombre. La fase de mono pensador nos ha resultado más
perjudicial que ventajosa. Basta con revisar nuestra impresentable historia, y
nuestro no menos presentable presente, para comprender que el comportamiento
humano a lo largo de toda la evolución ha sido detestable. Un asustadizo ser
humano de pocas luces, pobre de espíritu y falto de entendimiento, predispuesto
a someterse a las más burdas y absurdas imposiciones propugnadas por otros
humanos tan ineptos como él mismo. Cierto que, en numerosas ocasiones, el puro
instinto de supervivencia debió doblegar muchas voluntades, cediendo, aún
conscientemente, a la grotesca sumisión. Y el temor a poder ser declarado
insumiso a los sometimientos creados por el propio hombre, acabó provocando que
el hombre cometiera el más grande acto de insumisión de todos los tiempos: renegar
de su propia naturaleza, rebelándose contra las realidades inconmovibles. Puta
serpiente.
Dice la Escritura, refiriéndose a Adán y
Eva: “los dos estaban desnudos y no se
avergonzaban”. (Génesis, 2:25) No saber, no es ninguna vergüenza. Nuestra
ignorancia supera, todavía con creces, todos nuestros conocimientos. Pretender
saber ya; fingir conocer ya; ésta ha sido la conducta más dañina de todos los
tiempos; y persiste. Sabemos lo que sabemos y hasta donde sabemos; presuponer,
ha sido el mayor pecado del hombre. Presuponer, ha sido, y sigue siendo, el
gran pecado del mundo: Rebelarse contra la natura; rebelarse contra la vida;
ofrecer alternativas ilusorias a las realidades inconmovibles: falsas
paternidades, falsas maternidades, falsas hermandades, eternas vidas de
ultratumba, y agravándolo aún todo con un inhumano sometimiento a lo absurdo, derivado
de haberse creado una falsa idea de “Dios”, y olvidándose del único “Dios”
verdadero; del “Dios” que por ellos sufrió dolores de parto. Olvidándose del
hombre; el único y verdadero “Dios” bíblico. Por eso está escrito: “La piedra que los constructores habían
rechazado, ha acabado siendo piedra angular”.
Todo tiene sentido cuando sabemos de qué
estamos hablando.
“La serpiente, que era la más astuta de todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado,
preguntó a la mujer: – ¿Así que Dios os ha dicho que no comáis del fruto de
ningún árbol del jardín?
La mujer le
contestó: –Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está
en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto
de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos.
Pero la
serpiente dijo a la mujer: –No es cierto. No moriréis. Dios sabe muy bien que
cuando comáis del fruto de ese árbol podréis saber lo que es bueno y lo que es
malo, y que entonces seréis como Dios.
La mujer vio
que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y de llegar
a tener entendimiento. Así que tomó uno de los frutos y se lo comió. Luego
le dio a su esposo, y él también comió. En aquel momento se les abrieron los ojos, y los dos se
dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera y se
cubrieron con ellas.” (Génesis, 3:1-7)
ESOTERISMO. Tal era el puto nombre del
árbol de las jodidas “manzanas”. Podéis alimentar vuestro conocimiento con toda
clase de ciencias, pero las ciencias ocultas ni las toquéis, porque si lo
hacéis, moriréis.
–No, no,
quevá –dijo la serpiente. –No moriréis, al contrario, sabréis que
existe un alma que sobrevive a la muerte y que perdura en otro plano
existencial, y también conoceréis en qué consiste la reencarnación; de suerte
que, a lo mejor, llegáis a descubrir que en otra vida anterior habías sido una
sanguijuela. Seréis como Dios, capaces de distinguir el bien del mal, y así
podréis alejaros de los deseos de la carne para dedicaros a la pureza del
espíritu.
“Sabemos que el
mundo entero se encuentra bajo el poder del Maligno”, dice Juan. Religión,
más allá, esoterismo, ciencias ocultas, parapsicología, etc. son los síntomas más
evidentes de este “pecado del mundo”. Y está escrito que el “Cordero de Dios” es
quien quita dicho pecado. Y ahora decidme: ¿no empezáis a sentir la presencia
de Cristo en vosotros?
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