martes, 10 de diciembre de 2013

Conclusión.


Conclusión.

 
Se acaba 2013, y con él daré por finalizada la labor de este bloc, “Lo que era desde el principio”, concebido para reseñar en las redes sociales el año 2013 como “año de la revelación”. Un bloc que ha seguido los mismos pasos que mi libro “Los 7 truenos del Apocalipsis”, publicado a finales de 2011, y que tampoco consiguió cuajar entre la opinión pública, pese a su relanzamiento en diciembre de 2012 aprovechando el tirón del “fin del mundo” Maya, y de su posterior presentación a los medios en verano de 2013.
Y es que todo parece indicar que pretender ir más allá de lo establecido no gusta ni a unos ni a otros. Pregonar un “posateísmo” capaz de superar ampliamente los argumentos del ateísmo, ridiculizando a su vez a la religión, viene a ser una posición demasiado innovadora pese a estar adentrados ya en el siglo XXI. Todo sigue apuntando a que ni los creyentes están dispuestos a cambiar su concepción de “Dios” en favor del hombre, ni los ateos a aceptar que las Escrituras puedan contener un mensaje de futuro para la humanidad. Y, los unos por los otros, puta involución. Pero lo cierto es que me ha sorprendido bastante más el hermetismo ateísta, en donde supuestamente deberían hallarse los “librepensadores”, que la propia ortodoxia implícita en la religión, de la que uno ya no tiende a esperar nada.
Pese a todo, insistiré una vez más en mis conclusiones a modo de resumen:
Las Escrituras sólo pretenden reflejar el proceso evolutivo de la humanidad, haciendo un especial hincapié en el momento en que ya surge un hombre distinto, capaz de establecer una nueva humanidad basada en el conocimiento de su naturaleza y regida por su sentido común. Un segundo hombre, superior al primer hombre, superior a “Adán”, al cual le debe su existencia. El proceso natural es inconmovible, y así como todo adulto procede de una infancia previa, también este segundo hombre superior procede de un anterior hombre lerdo. Un primer hombre lleno de defectos: ignorante, violento, sanguinario, más pícaro que inteligente y abstraído por lo absurdo. Tal sería la infancia de “Cristo”. Pues sólo cuando entendemos a “Cristo” como el producto final de nuestra evolución, “el Hijo del hombre”, es cuando todo lo escrito en la Biblia empieza a adquirir verdadero sentido.

¡Gloria al hombre y la natura por los siglos de los siglos!

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