Conclusión.
Se acaba 2013, y con él daré por
finalizada la labor de este bloc, “Lo que era desde el principio”, concebido
para reseñar en las redes sociales el año 2013 como “año de la revelación”. Un
bloc que ha seguido los mismos pasos que mi libro “Los 7 truenos del
Apocalipsis”, publicado a finales de 2011, y que tampoco consiguió cuajar entre
la opinión pública, pese a su relanzamiento en diciembre de 2012 aprovechando
el tirón del “fin del mundo” Maya, y de su posterior presentación a los medios
en verano de 2013.
Y es que todo parece indicar que
pretender ir más allá de lo establecido no gusta ni a unos ni a otros. Pregonar
un “posateísmo” capaz de superar ampliamente los argumentos del ateísmo,
ridiculizando a su vez a la religión, viene a ser una posición demasiado
innovadora pese a estar adentrados ya en el siglo XXI. Todo sigue apuntando a
que ni los creyentes están dispuestos a cambiar su concepción de “Dios” en
favor del hombre, ni los ateos a aceptar que las Escrituras puedan contener un
mensaje de futuro para la humanidad. Y, los unos por los otros, puta
involución. Pero lo cierto es que me ha sorprendido bastante más el hermetismo
ateísta, en donde supuestamente deberían hallarse los “librepensadores”, que la
propia ortodoxia implícita en la religión, de la que uno ya no tiende a esperar
nada.
Pese a todo, insistiré una vez más en
mis conclusiones a modo de resumen:
Las Escrituras sólo pretenden reflejar
el proceso evolutivo de la humanidad, haciendo un especial hincapié en el
momento en que ya surge un hombre distinto, capaz de establecer una nueva
humanidad basada en el conocimiento de su naturaleza y regida por su sentido
común. Un segundo hombre, superior al primer hombre, superior a “Adán”, al cual
le debe su existencia. El proceso natural es inconmovible, y así como todo
adulto procede de una infancia previa, también este segundo hombre superior
procede de un anterior hombre lerdo. Un primer hombre lleno de defectos:
ignorante, violento, sanguinario, más pícaro que inteligente y abstraído por lo
absurdo. Tal sería la infancia de “Cristo”. Pues sólo cuando entendemos a
“Cristo” como el producto final de nuestra evolución, “el Hijo del hombre”, es
cuando todo lo escrito en la Biblia empieza a adquirir verdadero sentido.
¡Gloria al hombre y la natura por los
siglos de los siglos!
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